«Temple» El bar que anticipó al boom de la cerveza artesanal

Fuente: La Nación ~ Abrieron sus puertas años antes de que las papas con cheddar y la cerveza artesanal se pusieran de moda. Es más: para ese momento, por el 2015, ya tenían su marca bastante bien consolidada en el microcentro, Palermo y Recoleta.

En 2010, Facundo Imas Ananía y Juan Augusto Chereminiano eran licenciados en Administración de Empresas y trabajaban en relación de dependencia. A sus 25 años la idea de trabajar por su cuenta y no tener una oficina era una fantasía que venían teniendo hacía tiempo. Y por obra del destino o mera casualidad, la oportunidad se les apareció en forma de llamada.

Temple Bar nació en el microcentro como una cervecería irlandesa en 1999. Había tenido buenos momentos, pero ya su dueño estaba cansado del comercio y decidió que era tiempo de vender el fondo de comercio. «Lo conocíamos de otro trabajo, así que un jueves nos llama y nos dice que va a rematar el bar, que no quería saber más nada. Nos pedía 30.000 dólares en ese momento, cuando el año anterior nos había comentado y valía cuatro veces más. Nos daba tiempo hasta el domingo a decidirnos. Confirmamos, el lunes nos dio la llave y llegamos al lugar sin saber pinchar una cerveza», relata Facundo Ananía.

El trabajo conllevaba doble esfuerzo: de día tenían que llamar a los proveedores, armar la carta y encargarse del personal, y por la noche era cuando el bar abría sus puertas al público y tenían que llenarlo de gente.

1.Escuchar al cliente

De entrada, Ananía y su socio se dieron cuenta que tenían una empresa de entretenimiento. Se enfocaron en los grandes grupos de amigos, en juntar a la gente en mesas compartidas, que suene un DJ y lograr que las personas quieran festejar sus cumpleaños ahí. Le pedían a sus clientes que contesten una encuesta y es así que, a sugerencia de los consumidores, agregaron la jarra de cerveza para economizar las salidas. También tenían cerveza artesanal, pero en ese momento solo representaba el 5% de lo que vendían.

«Cuando teníamos el primer local, a los meses ya lo habíamos hecho crecer muchísimo. Triplicamos su facturación, el lugar se llenaba. Creo que hubo algo ahí en el concepto de pensar el lugar y la ocasión de consumo», cuentan los emprendedores. Con esas expectativas, decidieron que tendrían como objetivo abrir un bar por año y tener una rentabilidad de un 100% anual en pesos.

En 2012 decidieron agrandarse e instalar su segundo Temple en Recoleta. A más trabajo, sumaron a Bruno Ananía, primo de Facundo, como el tercer socio. Dos años después, con ya tres bares abiertos, incorporaron como cuarto socio a Juan Nielsen, quien había sido su proveedor.

La primera pequeña crisis que tuvo la empresa fue cuando las calles de Buenos Aires comenzaron a llenarse de cervecerías artesanales. «Empezamos a notar que la gente estaba cambiando la forma de consumir. Ya no reservaban para un cumpleaños. Las personas salía de su trabajo, pasaban por un bar y se quedaban en la vereda tomando una birra sentados en la calle» recuerda Ananía.

2. No quedarse quietos

La competencia comenzó a ser más fuerte y Temple no tardó en adaptar su modelo de negocio. En 2016 lanzaron una nueva propuesta: los Temple Craft. Con espacio reducido, poco personal y menos costos fijos, los meseros fueron reemplazados por el auto service y el foco fue el producto. «Probamos el modelo y explotó. Pasó a ser el uno de la cadena de bares», recuerda su dueño.

Los Temple Craft ya estaban en su mira mucho antes del boom cervecero. Necesitaban expandirse y sus bares tradicionales no eran rentables. «Si teníamos que tener un Temple en cada ciudad, en cada barrio, los bares de 600 metros no eran viables, necesitábamos un modelo más chico. Lo armamos, lo diseñamos, lo pensamos y, cuando se dio la oportunidad, nos fue muy bien», agrega.

3. Pensar nacional

Aunque los tres bares grandes y tradicionales de Temple permanecen, la empresa comenzó a crecer con el modelo Craft con casi 20 sucursales en todo el país. Con esa propuesta y la llegada también de las franquicias lograron llegar a Pilar, La Plata, Córdoba, Salta y Rosario.

La idea de franquiciar rondaba desde hacía tiempo. Pero aunque ya habían creado un manual de referencia, entrevistaron a los candidatos y era tema recurrente en las reuniones, sus socios daban marcha atrás. «Me di cuenta que estaba celoso de la marca. Decidí no intentarlo más, hasta que se sumó Juan como socio y comenzó a insistir con el tema», cuenta Facundo Ananía.

Con viajes a Córdoba, algunos contratiempos y siendo ellos los que buscaban a los posibles candidatos, en 2016 lograron finalmente cerrar el primer contrato. «Fue un éxito, recuperó la inversión en el mes 10 y con una inversión alta. Hoy ya tiene dos locales. La experiencia comenzó a ser buena y nos dimos cuenta que íbamos a poder crecer realmente más rápido».

4. Avanzar en todos los frentes

Con la cerveza artesanal en boga, una marca constituida y cada vez más locales esparcidos por la Argentina, decidieron ir por todo en 2016 y poner en funcionamiento su propia fábrica de cerveza. «Como todo emprendimiento, si no te embarras y no aprende todo vos también es muy difícil dar indicaciones. Me empapé con la locura de la fábrica y empecé a cocinar a las 5, 6 de la mañana. Yo no tenía idea, pero tenía que aprender a cocinar ahí», relata Ananía.

Ya para 2017 fabricaban 70.000 litros de cerveza al mes y abrían ocho sucursales al año. Y, aunque ya lo venían implementando desde hacía años, decidieron darle una especial importancia a la sustentabilidad del negocio.

«En 2014 comenzamos a incorporar la sustentabilidad. Ya no era un bar por año, eran cuatro. Y no teníamos ganas de vernos en diez años mirando para atrás», cuentan sus socios. Contrataron una ONG para que analice el reciclado de sus residuos y pasaron de clasificar un 99% de la basura mal, a un 90% bien. También eliminaron los sorbetes antes de que lo disponga el gobierno y empezaron a usar la malta sobrante de la elaboración de la cerveza para hacer la masa de las pizzas y panes que venden en el bar.

Nueve años después de haber emprendido con lo que fue una primera idea entre amigos, terminó convirtiéndose en una empresa que factura entre 130 y 150 millones de pesos al año. Para sus socios, la transformación fue la clave de su crecimiento, Y la perseverancia el valor más importante para cualquier emprendedor, sobre todo en países con gran inflación en donde pueden llegar momentos difíciles.

«Hace dos años no me pasaba, pero hoy quiero sentir que en Argentina todos nos conocen. Ya es parte de la vida de un montón de gente que pasó a tomar una cerveza nuestra. Y eso me hace sentir mucho más alegría o reconocimiento de lo que hicimos en estos años», concluye.

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