Fuente: La Nación ~ Son las 10 de la mañana y un señor llega junto a su perro. Se sienta y diario en mano empieza un ritual que, según cuentan, es cotidiano. Desde hace 20 años es cliente de la confitería Innsbruck Pinamar. En la mesa contigua, el intendente de esa ciudad, Martín Yeza, mantiene un desayuno de trabajo con empresarios locales desde muy temprano. En la caja, una señora de pareo y ojotas compra dos docenas de medialunas recién salidas del horno, una para comer en casa, otra para llevar a la playa. ¿Pero cómo hizo este tradicional bar de la costa para resistir la pandemia durante el crudo invierno?
Hace cuatro décadas…
Pasaron casi 4 décadas desde que se inauguró Innsbuck. Muchas cosas cambiaron en ese lapso, pero su esencia como lugar de encuentro en el balneario Pinamar se mantiene intacta, logrando sobrevivir a las crisis económicas y a las restricciones impuestas por la pandemia. A diferencia de otros locales como la marisquería Paxapoga que tuvieron que cerrar, en el bar de la Avenida Bunge y del Libertador se observa el movimiento habitual de clientes que hay todos los meses de diciembre, con gente sentada adentro o en las galerías disfrutando el sol de la mañana mientras los mozos van de acá para allá cargando jugos, cafés y canastas con tentadoras medialunas.
Las mesas de Innsbruck fueron testigos de conversaciones entre políticos y funcionarios de diversos signos en momentos donde no existía el Whatsupp, y todo se debatía y negociaba cafecito de por medio. Pero también recibió a jóvenes hambrientos que querían desayunar después de a ir bailar a la discoteca Ku, un emprendimiento de Horacio Haran, uno de los dos dueños actuales de la confitería. Además allí iban parejas que se hacían una escapada a la costa en invierno, familias enteras durante la temporada de verano y los pinamarenses a lo largo de todo el año. Ahora, a pesar de que algunas de esas costumbres cambiaron, el local continúa manteniendo su fiel clientela a la que se suman siempre nuevos veraneantes.
«Las medialunas son la clave»
Según cuenta Haran, si bien no fue fácil transitar el invierno con las mesas vacías, a lo largo de toda la vida de Innsbruck jamás se les ocurrió cerrar. «Teníamos un miedo bárbaro cuando estalló el tema del Coronavirus. Estuvimos cerrados cinco meses en los que pagamos sueldos, luz, gas, etc. Acumulamos algo de deuda que pensamos saldar», explica el empresario desde la caja registradora. Apenas se lanzó la posibilidad de ofrecer delivery y take away no dudaron en brindar esa modalidad, primero a los habitantes locales que ya son casi 50.000. Lo hacían en horario de trabajo y a las 18 hs ya no quedaba nadie en el bar. Ahora, si bien saben que será imposible trabajar con todas las mesas al mismo tiempo, están dispuestos a adaptarse al protocolo y son optimistas con respecto a lo que sucederá este verano.
Desde una de las mesas frente a la ventana, y mientras revuelve su café, el intendente Yeza, explica la permanencia del bar a lo largo de tanto tiempo debido a que «es un lindo lugar donde la gente que muchas veces no se ve durante todo el año puede reencontrarse. Es como La Biela en Buenos Aires, un clásico para todas las generaciones». ¿Y el secreto de su permanencia? «Las medialunas son la clave», responde con énfasis. Seguramente los intendentes que le precedieron opinaban lo mismo ya que todos ellos fueron clientes del lugar desde su inauguración en la década del 80 hasta hoy en día.
Innsbruck es considerado, tanto por los residentes como por los veraneantes, un clásico pinamarense como el bar Green, El rey de la media masa, Chachá o Tante, y como los tradicionales hoteles Playa y Ostende, entre tantos otros comercios a los que según el intendente les irá muy bien los próximos meses. En diciembre Pinamar ya tiene un 75 por ciento de ocupación y unas 330 mil camas están disponibles para un verano que presume será de estadías más largas debido a que «la gente está cansada de estar encerrada», explica.
El bar de la política y los famosos en temporada
Fue a principios de la década del 80 cuando se abrió el primer Innsbruck, un bar que vendía mayormente cerveza, de gente joven, ubicado en el barrio de Palermo donde funcionó durante 11 años. Pero además, antes, sus dueños habían tenido otro comercio, Lions Pub en la zona norte del conurbano. El emprendimiento de la costa surgió cuando los clientes de Palermo que veraneaban en Pinamar les pidieron a los dueños de Innsbruck que abriesen otro Innsbruck en esa ciudad, por ese entonces de tan solo 1800 residentes. Los empresarios no lo dudaron y fundaron una sucursal que ofreció, además de la cerveza, un menú típico de cafetería junto a comida variada. El primer Innsbruck de Pinamar estuvo sobre la Avenida Bunge cerca de la Avenida Shaw, pero a fines de 1984 inauguraron el local actual, en pleno centro, del Libertador 96. Está dentro de una galería comercial pero en un espacio abierto, con una capacidad para 500 cubiertos, entre los dos salones internos y las mesas que están afuera. En algún momento tuvieron también una sucursal en Martínez pero en la actualidad cuentan con 3 locales, Pinamar, Las Leñas y otro en la vecina Cariló.
«Entraban con el buzo anti flamas y el boliche se llenaba de gente para verlos»
«Había que ponerle un nombre y le pusimos Innsbruck. No lo pensamos demasiado«, dice Haran quien fue cambiando de socios a lo largo de la historia del bar, siendo Federico Llorens su único socio actual. Si bien pocas veces se observa la confitería vacía, para el gastronómico las décadas del 80 y del 90 fueron las mejores en su emprendimiento. «Era impresionante. Venía todo el mundo, personajes conocidos de la política, Roberto Giordano y también Caloi, Fontanarrosa y Dolina«, dice el empresario. Tomaban allí café pilotos como Juan María Traverso, Silvio Oltra o Carlitos Menen. «Dejaban el auto estacionado sobre Libertador, entraban con el buzo anti flamas y el boliche se llenaba de gente para verlos», recuerda.
Clientes que se veían allí todos los días eran algunos como el actual embajador en Brasil, Daniel Scioli, cuando no era político y estaba de novio con su hoy ex mujer, Karina Rabolini. «Venía gente importante pero nunca tuvimos agresiones, ni líos de ninguna índole», dice con orgullo Haran, quien define su negocio como «de una administración tranquila. Tratando de hacer siempre las cosas bien».
Los mozos no son siempre los mismos pero sin embargo en la cocina el personal está allí desde hace mucho tiempo, preparando especialmente las famosas medialunas con una fórmula que fueron mejorando a través del tiempo y que no promocionaron nunca, sino que todo fue a través del boca a boca. «Tratamos de poner toda mercadería que sea de primera calidad, la manteca, el azúcar, la grasa, etc. Nos sale caro pero no trasladamos su costo al público y nuestros precios fueron siempre accesibles. Muchas veces más económicos que de Villa Gesell o Buenos Aires», asegura.
Otra de las características del negocio es que en verano es uno de los pocos locales que está abierto las 24 horas. La hora pico es de mañana y después de las 23, cuando los clientes terminan de cenar, salen a caminar por el centro de la ciudad y se detienen un rato en Innsbruck para tomar un café o un trago, nunca sin llevarse alguna que otra medialuna para el desayuno de la mañana siguiente.