Fuente: Clarín – Aunque hablen español, el acento los delata. La oleada inmigratoria rusa se ve cada vez más en las calles porteñas. Y en los últimos meses, se está expresando en una tendencia incipiente, pero en alza: la apertura de locales gastronómicos manejados por rusos.
Las razones del boom ruso fueron ampliamente contadas. Salir de su país por cuestiones políticas y falta de libertades, la guerra con Ucrania, la posibilidad de conseguir fácilmente la residencia en Argentina y el derecho de suelo que da el nacimiento de un hijo en estas tierras. Las razones del boom gourmet, las explicarán sus propios protagonistas en esta nota.
A fines de mayo, la apertura de Musgo, un innovador y creativo restaurante en Nicaragua al 4700, en Palermo, puso el fenómeno en escena. Si bien la mayoría de estos nuevos inmigrantes trabajan de manera remota o siguen manejando sus negocios, en los últimos siete meses ya abrieron al menos seis restaurantes, bares y cafeterías.
El de la pareja de Konstantin Voronin (37) y Ksenia Romantsova (28) es un caso paradigmático del perfil de esta nueva inmigración. El es un chef con más de 20 años de experiencia trabajando en Rusia y Europa; ella, experta en administración, fue manager de las tiendas de indumentaria Uniqlo en su país. Llegaron en diciembre de 2022: Ksenia estaba embarazada de siete meses y en febrero de 2023 nació Sasha.
“Cuando empezó la guerra, en la tienda terminaron la actividad a la semana. Al tiempo que me vine a la Argentina, la empresa ya se había ido de Rusia”, cuenta. La pareja decidió irse del país “por la guerra, porque pueden reclutar a cualquier hombre. Y porque estamos en contra de la política que hace el gobierno de Rusia con los derechos LGBT, con los valores humanos. No hay libertad”, afirma.Konstantin y Ksenia en su restaurante Musgo, en Palermo. Foto Constanza Niscovolos
Esas dos razones se repetirán en las respuestas de varios de los entrevistados. La abuela de Igor Cotleron (36) estuvo retenida en un campo del stalinismo desde los 5 a los 15 años porque su bisabuelo “se construyó una buena casa y lo consideraron un enemigo de la nación”. Para él, la libertad es un valor que no se negocia.
Se define como un activista contra Putin y su poder. Seguidor de Navalni, participó de varias actividades de la oposición, como ser observador en las elecciones. Dice que nunca estuvo preso, pero que una vez “pasé siete horas en el departamento de policía”, que recibió “varias llamadas de gente del gobierno tratando de pararme” y cuenta que una vez esa gente cayó a las 11 de la noche a la casa de su madre “para explicarle los problemas que yo podría tener”.
A la hora de que estalló la guerra con Ucrania, ya había decidido que se iba a ir de Rusia. A los ocho días, estaba fuera del país. Emprendedor desde los 18 años, vendió la cadena que tenía de de negocios de reparación de celulares y su marca de café de especialidad.
Al negocio del café volvió: el 20 de diciembre de 2023, abrió la cafetería Birdy Birds en Lavalleja al 600, en Villa Crespo. Allí hace café de especialidad y en sus próximos planes está empezar a tostar sus propios granos.Carteles en ruso en las paredes de Birdy Birds, la cafetería que Igor Cotleron abrió en Villa Crespo. Instagram Birdy Birds
Después de que salió de Samara, la ciudad a 1.000 kilómetros de Moscú en la que vivía, se fue a Armenia y a Georgia, pero no podía evitar la presión porque “era de Rusia, por más que estuviera en contra de Putin”. Dice que nunca se sintió ruso, que empezó a buscar “un lugar donde pudiera ser local” y que creyó que “podría ser argentino en Argentina”.
Curioso y viajero (visitó 36 países), “leí un montón y escuché podcasts”, y eligió este país porque “en no muchos lugares la gente es realmente cálida y abierta a recibir a los extraños”. “Este no es un país desarrollado en las estadísticas mundiales, pero sí tienen realmente desarrollada su democracia”, afirma.
La dueña de Malas Hermanas también se fue por “miedo a terminar presa”. Participó de muchas protestas y como observadora en elecciones y hasta se ofreció para ir como voluntaria a Ucrania… para ayudar a los ucranianos. No quiere dar su nombre ni fotos, pero sí cuenta su historia desde este pequeño restaurante que abrió con su pareja en Alsina al 200, a dos cuadras de la estación de San Isidro.
Estudió español en Moscú y quería vivir en España pero, como también dicen varios de los entrevistados, residir legalmente en Europa es muy complicado. Llegó a Argentina hace dos años y pidió el estatus de refugiada. En Rusia trabajaba como redactora y organizadora de eventos, pero aquí entendió que lo que le daba más placer, era cocinar.
Se puso a estudiar, ya obtuvo el certificado de manipulación de eventos y ahora está aprendiendo cómo hacer empanadas: “Quiero desarrollar mis posibilidades y mejorar mi trabajo”.Los pelmeni, una pasta típica rusa, como la preparan en Malas Hermanas. Foto Instagram Malas Hermanas
En su restaurante, que abrió en mayo, ofrece platos argentinos como la milanesa y otros rusos y, dice, su clientela los adora. Por ejemplo los pelmeni, una pasta rellena con carne típica de su país. “Allá se come con manteca, crema o caldo. Acá hay costumbre de poner mucha salsa en todas las pastas”, marca la diferencia y cuenta que por eso empezó a hacer una salsa “de crema de leche, cebolla, champignones y queso reggianito que gusta mucho”.
Cuando llegó, usó un método original para “investigar cómo viven acá”: Tinder. Allí conoció a Pablo, su compañero en esta aventura, que aporta las recetas locales (“Hace un muy rico locro”). “Para mí, Argentina es un como un regalo. Cuando vine, sólo sabía de Maradona y de Messi. Pero este país está cerca de mis sueños del país donde quiero vivir. La gente es muy amable, hay bastante libertad. Puedo llorar por momentos en que voy caminando por la calle. Gracias a Dios estoy acá”, se emociona.
Amor a primera vista
Krasavin Dmitry se presenta como en Rusia: primero con el apellido. Cuando se le pregunta por qué vino a la Argentina hace un año, no es la política lo que responde sino que se enamoró a primera vista de nuestro país. “Realmente. Desde el primer día que conocí Argentina hace 15 años, siempre soñé con vivir en Buenos Aires. La gente es absolutamente amigable”, afirma Dmitry.
Nació y vivió en Moscú, dice que ama su ciudad, y que toda su vida trabajó en barras, en restaurantes y en varias de las marcas de destilados más importantes del mundo. Con 45 años, ahora está cumpliendo su sueño y, con sus socios y compatriotas Oxana Urchenko, Mikhail Krasavin y Daria Krasavina, en agosto van a abrir Buro Arbol en Cabrera al 5700, que será una cafetería por la mañana y un bar de vinos por la noche.Dmitry Krasavin en Buro Arbol, el bar y cafetería que abrirá próximamente con tres socios en Palermo. Foto Guillermo Rodriguez Adami
“Entiendo que para los argentinos la comida es muy importante. Nos gustaría presentarles platos de Rusia, pero aún no estamos listos. Vamos a dejar que Buro Arbol trabaje”, comenta sobre el proyecto que, señala, tendrá el interesante desafío de la convivencia de los formatos café y bar. Y espera que la economía “esté muy bien y la gente viva sin problemas” porque, asegura, “tengo planes largos con Argentina”.
Ivan Semchenko y Aleksandra Artamonova llegaron hace un año y también apostaron a un bar, Faro, que abrió en enero en Gorriti al 5800 con una propuesta de música y cocktails artesanales de estilo aperitivo y tiki para los que usan bitters y licores que elaboran ellos mismos. Iván lleva diez años trabajando en bares y restaurantes (fue gerente del bar de Moscú Delicatessen, reconocido por el 50 Best y la Guía Michelin) y Aleksandra trabajó para marcas de lujo y organizaba eventos y cenas para artistas en el Museo Garage de Arte Contemporáneo de la capital rusa.Ivan Semchenko y Aleksandra Artamonova en Faro, el bar que abrieron en Palermo. Foto Faro
«Siempre tuvimos el deseo de probarnos fuera de nuestro país, adquirir nuevas experiencias y aprender una nueva cultura. La guerra aceleró nuestros planes. Elegimos Sudamérica porque siempre nos impresionó su cultura y sus tradiciones. Y Argentina nos pareció el país más lindo, seguro y confortable y entendimos que tiene una dirección muy prometedora en gastronomía: los vinos argentinos han tomado posiciones de liderazgo en el mundo y cada vez más bares y restaurantes argentinos reciben premios mundiales», explican.
Varios de los entrevistados remarcan este punto: que la gastronomía es una oportunidad de negocio en la Argentina, incluso en un contexto recesivo como el actual.
“El argentino no tiene un mango, pero va a comer a algún lado. Salís sábado y domingo, y parece otro país”, señala Katherina Paloma, una de las dueñas de Blin Blin, una crepería rusa que abrió en febrero en Reconquista al 800.
Ella tiene 41 años y vino hace nueve a la Argentina, porque su marido la impulsó a emigrar “a una aventura nueva”. Ya entonces en Europa no les dieron la visa, y llegó a este país del que sólo conocía tres cosas: “Tango, fútbol y Natalia Oreiro”. Le encantó y ahora “ya estoy argentinizada”.Iana y Katy, en su creperie rusa Blin Blin. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Pastelera profesional, trabajó en restaurantes sin hablar todavía una palabra de español, y armó su propio emprendimiento de tortas (que sigue vendiendo a pedido desde el Instagram con su nombre). Iana Sinitskaia (36), socia en sus dos proyectos, vino en 2017 en unas vacaciones con su familia y acá conoció a Sergei, otro ruso del que se enamoró. “En un mes me mudé y empecé una vida completamente diferente”, dice.
Con la crepería (con la que les fue tan bien que ya planean abrir su primera sucursal), Iana y Kathy quisieron dar a conocer otro plato tradicional de su país. “Los crepes rusos son un poquito más esponjosos que los franceses y la masa es mucho más sabrosa”, resalta Kathy. Dice que en Rusia los comen en cualquier situación, desde rellenos con una boloñesa como principal, o con rellenos dulces como leche condensada o mermelada de frambuesa. Acá, por supuesto, también les ponen dulce de leche.
¿Y cuán fácil es adaptarse a un país tan distinto? De vuelta, hay Alcoyana, Alcoyana en todos: los argentinos han sido muy amables y receptivos.
Lo sintetizan Syritcyn Víctor Victorovich (34) y Syritsyna Darina Andreevna (27), quienes piden expresar “nuestro profundo agradecimiento” porque “el 90% de los argentinos fueron extremadamente amables, siempre dispuestos a ayudarnos y apoyarnos”. Ellos son de San Petesburgo, llegaron en diciembre de 2022 y con Yaroslav, otro joven ruso que conocieron acá, en mayo abrieron Shawa Bar SPB en Entre Ríos al 600.
En su San Petesburgo natal, él construía casas y ella trabajaba en una tienda de juguetes y diseñaba, pero aquí se dedican a dar a conocer una especialidad de su ciudad: el típico shawarma. “A diferencia del árabe, tenemos una amplia gama de sabores. El nuestro es la combinación perfecta de carne tierna sin aceite, verduras frescas y una salsa única sin mayonesa elaborada con ingredientes naturales. Después de nuestro shawarma ruso, no sentirás ardor de estómago ni pesadez en el estómago, porque seguimos una dieta saludable”, lo promocionan.
https://170114c71ead9dbaacb593abdaf7904d.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.htmlDarina, Víctor y Yaroslav, en su local de shawarma al estilo de San Petesburgo. Foto Shawa Bar SPB
Para ellos, la gastronomía “es una industria que permite a las personas expresar su creatividad y mostrar el patrimonio cultural. Y puede atraer a un público amplio. En este sentido, abrir un bar, restaurante o cafetería puede ser una opción atractiva para los inmigrantes rusos que buscan iniciar un negocio en Argentina”.
Los dueños del bar El Faro agrega que habilitar un local gastronómico acá es “más sencillo en términos de control de las autoridades municipales y de las medidas necesarias para iniciar un negocio”. Y Ksenia de Musgo coincide: “En Rusia tenés que tener una regulación especial para vender alcohol que es muy difícil y costosa obtenerla”. La síntesis de la realidad de estos nuevos emprendedores rusos la hace Katherina Paloma: “Argentina es una tierra llena de oportunidades. Y más en lo gastronómico”.