Fuente: DiarioZ ~ Sopla un viento fresco este jueves en la esquina de avenida Corrientes y Callao. Agita suavemente las sombrillas de cuero rojo de las mesas puestas en la vereda del bar La Opera. Pasadas las 20 horas, el día que había tenido un clima de pesadez le daba espacio al aire refrescante de la noche.
La mitad de Corrientes ya estaba transformada en peatonal. De a poco se iban multiplicando las personas que recorrían, miraban, entraban en algún bar, se formaban en las puertas de los teatros. En las últimas semanas, especialmente por las noches, los porteños se han vuelto a volcar a uno de los rasgos más distintivos -y amados-de Buenos Aires: la vida nocturna, las reuniones en bares, la oferta cultural.
En la librería Sudeste, a metros de La Ópera, conviven libros usados y nuevos. Están en las mesas puestas en medio del local y las estanterías que recubren las paredes. Al fondo, detrás de un mostrador, sentado frente a una computadora, está uno de los jóvenes que atiende. El otro, Germán, con barba de pocos días, se acerca. “Hay mucho más movimiento que antes”, cuenta, cuando Diario Z le pregunta por la reactivación del flujo de personas en esta zona emblemática de la Ciudad.
“La mayor parte de la gente está viniendo de noche. Durante el día todavía no puede decirse que se reactivó del todo”, destaca el librero, y arriesga una teoría: “Quizás sea porque mucha gente sigue trabajando virtual, entonces vienen menos a las oficinas”.
Según German, los viernes y sábado “hay más movimiento que el que había antes de la pandemia. Es como que la gente está desesperada por salir, como si hubieran abierto una tranquera”, dice.
Ese flujo humano, de todos modos, no se traduce en un incremento simétrico en las ventas de libros. “La situación económica sigue muy jodida. Por supuesto que vendemos más, pero los que vienen miran mucho más de lo que compran”.
A una cuadra y media de la librería estaba el clásico bar El Gato Negro. Desde el cartel puesto arriba del ventanal, el gato, con su bufanda roja y su medallón colgando del cuello, parece observar a los transeúntes.
“La mayor parte de la gente está viniendo de noche. Durante el día todavía no puede decirse que se reactivó del todo.”
Germán, vendedor de la librería Sudeste.
A pocos pasos, en la peatonal, Javier, un joven de 24 años, reparte volantes para una obra de teatro. Lo acompaña una chica, de edad similar, y que tiene puesto barbijo y lentes. La obra se llamaba La casa Ache. La están presentando en la Sala Cortázar del Paseo La Plaza.
“No hay comparación con lo que era la situación hace unos meses”, describe Javier. “Nosotros llenamos la sala a la mitad, pero estamos solo los jueves y en el Paseo hay 15 obras.”
“Todavía hay personas de más edad que tienen un poco de miedo, que vienen y se los nota nerviosos por el tema de los barbijos, si alguno se lo saca, pero el ánimo cambió completamente.”
¿Hay más o menos movimiento que antes de la pandemia?
No lo puedo comparar con esta obra. Pero el teatro de revistas está siempre lleno. Y los fines de semana explota.
Ya en La Noche de los Museos, el sábado 30 de octubre, una multitud ganó las calles en distintos barrios. Mientras las generaciones más jóvenes se sumaban al Halloween, que empezaba a las cero horas del domingo 31. Esa noche Corrientes competía con el Sambódromo de Río de Janeiro en pleno carnaval. No había una sola mesa libre, ni adentro ni afuera de las pizzerías y bares. En los carriles peatonales las personas caminaban despacio, no había forma de avanzar rápido. Cientos de adolescentes andaban en patines, ocupando casi una cuadra de los carriles habilitados para el tránsito; disfrazados de brujas, zombies; las pieles de las caras pintadas de blanco y los párpados de negro.
“Viernes y sábado, a la noche, al igual que el domingo al mediodía, esto explota. No tengo una sola mesa libre.”
Edgardo, mozo del reabierto bar La Giralda.
Las huellas de la pandemia
La avenida que nunca duerme, sin embargo, muestra las huellas que dejó la pandemia. El histórico café La Paz está cerrado desde hace meses. Los ventanales están cubiertos de papel del lado de adentro. Un cartel amarillo, colgado en la puerta de entrada, protesta: “Basta de maltrato animal”.
Así como La Paz sucumbió, La Giralda resurgió como el Ave Fénix. En la puerta está parado uno de los mozos, Edgardo Gómez. Tiene un chaleco negro, abotonado, y lleva un barbijo del mismo color.
“Viernes y sábado, a la noche, al igual que el domingo al mediodía, esto explota. No tengo una sola mesa libre”, dce con inocultable satisfacción.
“Ahora, en un rato, cuando terminen los teatros, va a pasar lo mismo, quizás un poco menos porque es jueves -agrega-. Pero la situación cambió, de eso no hay dudas”.
“La gente comenta que por fin pueden salir”, destacó el mozo. “Y durante el día, en la semana, también hay mucha actividad. No me da la sensación de que sea muy distinto de lo que pasaba antes de la pandemia”.
Al llegar al Metropolitan, se ven tres filas distintas para ingresar al teatro. Todas las obras en cartel son comedias. El público teatrero porteño atraviesa todas las generaciones: hay jóvenes que no pasan los 25, personas de mediana edad, veteranos de pelo blanco.
Dos mujeres en la fila hablan entre ellas. La más joven, rubia y delgada, mientras mira su celular, le dice a la otra: “A mí que no me digan nada con el tema del barbijo. Ya me pasó la otra vez. Me lo dejo puesto, aunque a veces me lo bajo un segundo para respirar mejor”.
La noche avanza y en Corrientes la vida resurge, luego de 18 meses de pandemia.
La avenida vuelve, por retazos, a honrar que la llamen “la calle que nunca duerme”.