Fuente: La Capital – En Buenos Aires fueron furor durante la última década, pero en Rosario hasta hace un par de años había solo un puñado.
Después de la pandemia, fue notoria la aparición de varios restaurantes a puertas cerradas, que vuelven a estar de moda con una oferta que combina intimidad y exclusividad con un costado gourmet. Los altos costos de inversión que requiere la gastronomía formal empujaron a muchos chefs a buscar esta alternativa, que requiere una apuesta más baja a nivel de dinero, pero más alta para que los clientes lleguen por la imposibilidad de mostrarse a la calle. Solo funcionan por el boca en boca y las redes.
Si bien hay una amplia diversidad de estilos, el común denominador es que son restaurantes a los que solo se accede con reserva (se hace por Instagram o por WhatsApp), con poca capacidad y en lugares privados, donde la sorpresa y el secreto cumplen un rol crucial, ya que la dirección se revela el último día. Por lo general es alta cocina de varios pasos, con menú único y costo fijo. De pocas mesas, una de las características más palpables es el ambiente privado para parejas, pero también para amigos o familia, ya sea para celebrar alguna ocasión especial, o en búsqueda de una experiencia culinaria distinta. Lo que prima es la avidez de aquellos clientes que quieran comer bien , sin apuro, y pasar un buen rato.
La atención es personalizada, y los mismos propietarios cocinan y pasan por las mesas a conversar y contar cuál es la propuesta. La mayoría tiene años de experiencia trabajando en el rubro formal, y decidió independizarse. No se rotan mesas, y hay un solo turno, por lo que no hay personas esperando. A diferencia de los locales gastronómicos tradicionales, los menús no se repiten, y ahí radica una de las mayores diferencias: a esos lugares los clientes vuelven a comer lo que les gusta, a los de puertas cerradas se va en búsqueda de una experiencia que excede lo que está en el plato. ¿Precios? No son bajos, pero hay para todos los bolsillos.
Hambriento Cocina nació en plena pandemia. Cocinan y atienden Gustavo y Virginia, una pareja de jóvenes que trabajó durante años en Rosario y el exterior. Ella es pastelera y él es chef. Ofrecen un menú de varios pasos, a lo largo de cuatro horas, con porciones que permiten llegar al final e incluye aperitivo, snacks, tres platos salados y tres dulces, todos maridados con vinos de bodegas chicas. Al final, hay café de especialidad y chocolate. Se paga un menú único a ciegas, con aclaraciones previas por alergias, celiaquía o vegetarianismo. Los propios chefs explican cada plato, para no más de 12 personas en mesas de hasta cuatro comensales, y hay mucho cuidado por la estética de la comida y del ambiente.