Fuente: La Nación ~ La compañía que fundó en 1957 don Virginio (hoy de 93 años) actualmente está en manos de sus tres descendientes: Marcelo (56), Paula (51) y Javier (54).
Cuando el joven Virginio Luis Saccani se fue del campo bonaerense a la ciudad, y de ahí a la Patagonia, a perseguir una oportunidad con ansias de convertirse en el número uno en «algo»; cuando adquirió por pocas monedas unos cuantos cajones vacíos y se quedó con la etiqueta vencida que llevaban pegada; cuando consiguió que ese nombre de sidra que él no había elegido estuviera presente en las Fiestas de la mayor parte de las familias argentinas de clase media; cuando se convirtió en padre en vísperas de Navidad (sí, su primogénito -Marcelo- nació, curiosamente, un 24 de diciembre), posiblemente no podía imaginar que serían los hijos que tendría (aquel y dos más) quienes en el futuro darían vuelta la firma que tantos padecimientos y alegrías le aportarían a su larga vida. Y mucho menos podía sospechar, en esos inicios, que seis décadas más tarde, una noche cualquiera, un grupo de jóvenes, en alguna esquina o en un bar, estarían bebiendo latas de su sidra. Latas. Jóvenes. Una noche cualquiera. Fuera de casa. Sin brindis. Otro concepto.
Ese sabor típicamente navideño -burbujas y manzana- que para el común de la gente supo ser patrimonio exclusivo de los diciembres, en casa de los Saccani se degustaba durante todo el año. Y hasta los chicos, con muchísima mesura, estaban convidados. En los cumpleaños, en las reuniones y en algunas cenas ocasionales se destapaba una botella como en otras casas se abrían gaseosas. Incluso, usaban la bebida espirituosa como un insumo más de la cocina: las peras asadas en vez de ser «a la borgoña» se preparaban «a la sidra» y la bondiola braseada no la hacían con cerveza, sino con la bebida de la casa de los Saccani, quienes, desde hace 63 años, son dueños de Bodegas Cuvillier, productora de Sidra del Valle.
20.000 botellas de sidra producen por hora
La compañía que fundó en 1957 don Virginio (hoy de 93 años) actualmente está en manos de sus tres descendientes: Marcelo (56), Paula (51) y Javier (54).
Hijo de inmigrantes italianos y hermano de siete, Virginio vio temprano que, entre tantos, el moderado emprendimiento agroganadero familiar en Pergamino no daría demasiado a cada uno. Él quería más. Cuando fue a la capital a cumplir con el servicio militar obligatorio, decidió abrirse camino a partir de ahí.
US$ 2.000.000 invirtieron en los nuevos lanzamientos
Hábil para los contactos, comenzó a relacionarse con bodegas y les comercializaba de botellas a corchos. Hasta que conoció a un síndico que había adquirido una quiebra en Río Negro y no sabía bien qué hacer. «Yo te la administro», le dijo Virginio como si supiera. Y supo. La vieja Sidra del Valle, que había gozado de cierta época de esplendor, pero ya estaba quebrada y deteriorada, fue la piedra fundamental de todo cuanto construyó. Primero usó lo que había para producir caldo de sidra, una molienda de manzana que se utiliza para elaborar el brebaje tradicional y lo vendió a distintas sidreras que completaban el proceso. Cuando se sintió afianzado, pensó en ser su propio proveedor y se desafió a montar una línea de elaboración y distribución. Consiguió quedarse con la marca de los cajones vacíos que se apilaban en los rincones junto a la molienda. Sidra del Valle no tenía ya ningún valor comercial y, por un ínfimo precio simbólico que le cobraron en gratitud por la generosidad de las gestiones que hacía con su nutrida red de vínculos, Virginio la adquirió para revivirla.
Una bodega pequeña en el Alto Valle de Río Negro estaba destinada a crecer hasta 10 veces en su escala y a posicionarse como líder en el país, llegando a ocupar el 40% del mercado. El primer paso largo fue en 1976. Virginio compró una planta de San Fernando, de 3500 metros cuadrados. Hoy la fábrica sextuplicó su superficie.
Actualmente, los caldos se siguen elaborando en el Alto Valle de Río Negro y en San Fernando se fracciona la molienda, se tipifica, se embotella, se tapa, se pasteuriza, etiqueta y se distribuye a todo el país. De Ushuaia a La Quiaca, Sidra del Valle arrancó desde adentro su expansión. Se consolidó en las cadenas de supermercados locales y, a través de esas góndolas, entró en la gran ciudad. Hoy también se exporta a Paraguay, Uruguay, Chile y Brasil.
20 millones de kilos de manzanas usan por año
Pero lejos de ser una fiesta eterna, los recuerdos de infancia que conservan los hermanos Saccani coinciden en la imagen de un padre sufrido y esforzado. «Aunque hubo etapas de escala vertiginosa, no eran larguísimos los momentos buenos para la empresa. Papá siempre la estaba peleando, permanentemente al filo de perderlo todo», dice Javier. Y Paula agrega: «Pero apostó constantemente al crecimiento; cuando venía la mala, ponía más y más en el país».
«Él no empezó desde abajo, sino desde el fondo, arrancó de menos cero. Trabajó muchísimo, perseveró. Un tipo 100% industrial con la meta de llegar a ser el número uno, ni un poco menos», completa Marcelo.
100 empleados tiene la firma
Los hijos de Virginio cursaron distintas carreras universitarias: Marcelo estudió Economía; Paula, Diseño; Javier siguió Derecho. Los tres proyectaron un futuro profesional por fuera de Del Valle, sin embargo terminaron aplicando sus especializaciones en la empresa familiar: Paula hoy es la encargada de marketing y del sector financiero; Javier lleva la parte legal y comercial, mientras que Marcelo lidera la tarea industrial de la planta y el campo. En los últimos años, los hermanos redefinieron el rumbo de la firma.
El cambio generacional llegó con la tormenta. La devaluación del 2001 fue suficiente para Virginio, quien se volcó a la actividad agroganadera que había sido legado familiar y dejó a sus hijos al frente de la compañía. La crisis fue cediendo lugar a la oportunidad y, hacia el año 2006, los hermanos la levantaron con innovación. «Sacamos jugos de fruta y diversificamos el catálogo», cuenta Paula. Ya tenían una etiqueta premium (la 1930) y había que ampliar. «Hicimos un cambio estratégico. Teníamos que crecer en marketing, incorporar productos», detalla.
Compraron máquinas, aumentaron la capacidad productiva y enfocaron al blanco de desestacionalizar el consumo. «La sidra era una bebida festiva. Se tomaba en Navidad, quizás también en algún bautismo o casamiento», dice Marcelo. «Era un brindis masivo».
Surfearon una ola que asomaba desde Europa y Estados Unidos y se sumaron a la tendencias de abrirles paso a las sidras en el territorio que hasta ahora habían tenido las cervezas. «Un consumo más casual, atemporal, que sale de las casas y llega a los bares, que deja de ser exclusivo de «gente grande», que se sirve en verano, pero también en invierno». Fueron por el segmento de la sidra artesanal con las botellitas individuales de Pyrus de manzana y de pera. Y hay un nuevo lanzamiento: la lata. «Somos los primeros que sacamos sidra en lata y le ponemos todas las fichas», dice Javier. Y Marcelo describe: «Tiene una mayor graduación alcohólica que la vuelve más robusta y, a la vez, una gasificación fina que la hace más suave». Y Paula remata: «La lata le da otra vestimenta al producto, le pone onda».
Y ahí están los jóvenes, en las esquinas y en las barras tomando sidra de una manera que sus abuelos, como Virginio, no hubieran imaginado hace 60 años.