Fuente Clarín ~ En 4 días recibió 165 mil personas y el domingo la convocatoria desbordó el predio.
El domingo, todo fue exceso: las seis horas de espera para el último de la fila, el predio inmenso con capacidad agotada y los grupos de diez (o menos) cocineros por puesto, alimentando sin pausa a miles y miles de personas. La despedida de la Feria Masticar del predio El Dorrego, después de ser sede durante 10 ediciones, fue jurásica. También, récord. Desde el jueves y hasta el domingo, 165.000 personas la visitaron, aun en tiempos de crisis y en una semana en la que cualquier valor perdió referencia. Quizás en la decisión de los organizadores de no remarcar precios esté la explicación a convocatoria semejante. Porque, en especial el domingo, la feria estalló.
El caudal de visitantes se sintió primero en el tránsito. Desde el mediodía, las calles de Colegiales parecían el Microcentro en día de semana o los alrededores de un estadio cuando hay partido o recital. Acá y allá, y en especial en la zona más inmediata al predio, era imposible avanzar. Tanto así que muchos decidían bajar de los taxis y autos antes, y completar camino a pie. Pero en el acceso había otra sorpresa: los 300 metros de hilera humana.
«Hay cuatro horas de espera, como mínimo», anunció una chica de la organización a quienes formaban fila en la esquina de Conesa y Matienzo, a 100 metros de la entrada. «La capacidad está colapsada, hasta que no salgan los que ya están, no entran nuevos». Ante las caras de incredulidad y enojo fue más esperanzadora, o eso intentó: «En este horario están todos. Más tarde, la entrada va a ser más directa».
Eran las 14.45 del domingo, Matienzo más que una calle parecía un pasillo del subte en hora pico, con cientos de personas ordenadas una tras otra. No se movían, sólo crecían a lo largo. En el último extremo, todo era peor: «Son seis horas de espera», respondía otra chica de la organización cada vez que le preguntaban si hasta ahí llegaba la fila para comprar las entradas.
«Voto no, yo también», dijeron dos jóvenes de 30 años. Estaban en grupo, rodeados de amigos, y decidían si quedarse o irse. Todos habían nacido y crecido en Venezuela y uno de ellos, quien todavía no había dado su veredicto, estaba muy interesado en esperar: «Hace poco abrí Hana, mi propio restaurant. Aposté por la comida hawaiana y el objetivo es estar el año próximo en Masticar. Quiero entrar a ver la dinámica y hacer contactos». A pocos minutos de las 15, la sorpresa del emprendedor venezolano no pasaba por la acumulación de gente, sino por la espera enorme.
Dentro del predio, las cosas no eran distintas, sólo se acentuaban. Nada podía hacerse sin una fila: cambiar la plata real por la que se usaba durante la feria (unos billetes de colores que sólo tenían utilidad en Masticar), comprar comida, degustar un vino o conocer las cualidades de un producto del mercado, el corazón de la feria, según los organizadores. Ahí, entre puestos de venta de yerba de Oberá -Misiones-, papas de Campo Quijano -Salta- y aceite de semilla de zapallo de Santa Catalina -Córdoba-, estaba Ana Ramírez.
Era su cuarta vez en el predio El Dorrego. Con las manos y los brazos cargados de bolsas de verdura, fruta y vermú mendocino, decía: «Comí ostras, falafel y un plato vietnamita. Gasté bastante, pero es una vez al año y ordeno mi economía sabiendo que vengo y disfruto».
El mercado, que acercó a pequeños productores de todo el país con nuevos clientes, fue una de las estrellas de Masticar 2019. (Germán Garcia Adrasti)
También en el mercado, pero sentados a una mesa estaban Andrea, Leo y su hijo Joaquín. «Por el Día del Niño -que se festejó este domingo-, sabíamos que el almuerzo iba a ser fuera de casa, pero ya que estaba Masticar, vinimos. Fue tanto un regalo para nosotros como para Joaquín».
Sobre el mantel había dos porciones de torta de Maru Botana sin terminar y cartas de Fornite, el videojuego. Andrea y Leo las habían llevado como entretenimiento, en caso de que Joaquín se aburriera. Él jugaba, pero no manifestaba cansancio por estar en Masticar. Al contrario, a su lado había una espada roja hecha con globos. La había obtenido en una de las tantas actividades para chicos que tuvo la feria, que por el Día del Niño, sumó contenido exclusivo para ellos.
Al aire libre, sobre todo en los puestos de brasas y alrededor de los foodtrucks y las barras de vino y cerveza, los jóvenes de veintilargos y treintaypocos eran multitud.
Carlota, Victoria y Lourdes formaban parte de un grupo de seis amigas. Todas, de Tucumán y en Buenos Aires por un viaje de despedida de soltera. En Masticar eran las últimas en la fila del puesto de «La Cabrera + Don Aristóbulo». En esta edición, una de las novedades fueron los stands con cocineros invitados, una estrategia que logró duplicar, en comparación a años anteriores, la oferta de chefs cocinando.
«Ya sabemos qué queremos. Vamos por el choripán de La Cabrera», contaron. Minutos antes, una de las tres había caminado hasta la caja para ver los precios ($ 150 el choripán). Las tres amigas restantes esperaban en otro puesto, uno de comida árabe. La estrategia que tenían para el resto del día era dividirse en las filas e intentar probar la mayor cantidad de preparaciones.
Para la mayoría, era como un Disney de atracciones, pero todas gastronómicas. A donde se mirara, había alguien sosteniendo un plato o bandeja descartable y llevándose a la boca un pedazo de carne, waffle, helado, guiso, empanada o sopa. Entre los fuegos, Lele Cristóbal, dueño del restaurante Café San Juan, no paraba de sorprenderse.
«Hay bocha, bocha, bocha de gente», repetía. «Yo estoy desde que abre hasta que cierra, es un día especial. No todo el mundo llega a tu restaurant y poder darle algo hecho de mi mano por $ 200 (valor de la entrada), me alegra mucho». Un mes atrás empezó a diseñar su presencia en Masticar. Primero definió el menú y después el look: «Presentamos tres propuestas, todas con cerdo. Así que nuestra estética obedece al rosa chancho, mucho neón, mucho pinkie«, describió, vestido de blanco y rosa, en los mismos tonos del puesto, donde luces blancas de tubo formaban la cara de un chanchito.
Como los cientos de cocineros que formaron parte de Masticar, para el año que viene Lele tendrá que hacerse a la idea de otro lugar, con otras características y dimensiones. Porque la edición de este domingo en El Dorrego, fue la última. Meses atrás el terreno se subastó y vendió. Ahí, en lugar de propuestas gastronómicas, habrá oficinas. Y por el momento la nueva sede de la feria es un misterio. La única certeza son y serán los miles y miles de asistentes que la eligen año a año.