Fuente: La Nación ~ El empresario es dueño de la marca Fechoría, el bodegón de artistas que brilló hasta los 90 y que reabrió en La Recova.
Llega al restaurante Fechoría, en la Recova de calle Posadas, con una remera que tiene estampada la cara de Marlon Brando en El Padrino. Daniel Lalín tiene la actitud del tipo que lo ha visto todo y, si no lo vio, le pasó raspando. El ojo derecho le llora sin parar –quizá un asunto no cicatrizado– y nunca se saca los auriculares que lo conectan al teléfono. Definir a Lalín como empresario es quedarse corto. Este hombre, conocido por ser viral antes de que existiera la palabra viral (los hinchas de Racing le tiraron un redoblante en la cabeza en 1999 y el video dio la vuelta al mundo antes de YouTube), tuvo muchas vidas: manejó restaurantes, viajó a China a buscar una máquina para curar el cáncer, fue presidente de la Academia en el peor momento de su historia, gestionó la plata de las manzaneras de Chiche Duhalde y alquiló una mina de tungsteno en San Luis que no produjo ni un kilo. “Soy un fracasador serial”, avisa, pero sigue coleando: hace poco relanzó Fechoría, aquel legendario bodegón de Córdoba y Acuña de Figueroa que iluminaba la noche porteña.
La excusa de la entrevista es el emprendimiento gastronómico más reciente de Lalín. Para quienes nunca escucharon hablar de Fechoría, es el bolichón al que acudían actores y famosos a la salida del teatro, a partir de la década del 70. Susana Giménez, Moria Casán, Alberto Olmedo, Carlos Monzón, Juan Carlos Calabró, Rolo Puente, Jorge Porcel y muchos más probaron los ñoquis a la gauchito, una supuesta invención del propio Pepe Fechoría (el dueño, un gallego entrañable llamado José Alberte).Ads by
A principios de los 90, el boliche ofició de teatro de operaciones de la farándula: Gerardo Sofovich tenía su mesa y se quedaban jugando al truco con Carlos Menem hasta el cierre, entre humo, risas, alcahuetes de turno, jamón cortado a cuchillo y postre Fernandito.
El nuevo Fechoría tiene ambiciones parecidas, pero no aspira precisamente a bodegón. Quiere ser un punto de encuentro de personajes, una suerte de paréntesis noventoso al que concurran aquellos que están retratados en sus paredes: el Coco Basile, Horacio Pagani, Marcelo Tinelli, Jorge Lanata, Alfredo Casero y el resto de la pandilla mesozoica.
A nivel gastronómico, tampoco busca estrellas Michelin, pero sí ofrecer un menú de primera categoría, en el que alternan pescados y mariscos frescos (el gran fuerte de Fechoría), ranas, faisán o cordero. El menú cambia tres veces al año, las pastas son caseras –los ravioles de faisán tienen buena prensa– y el chef asesor es un napolitano de oficio llamado Salvatore Di Santo.
En este local funcionó hasta hace poco un restaurante de muchos años, Sorrento. Desde el momento en que Lalín supo que iba a desembarcar aquí con Fechoría, se plantó en una de las mesas de Sorrento a entender cómo funcionaban las cosas. Durante un mes y medio vino todos los días y, desde su mesa, observó a los mozos (“mozos de oficio, de la vieja guardia”) y atacó cada pieza del menú. Se planteó que un restaurante es como un equipo de fútbol: “Si el vestuario no funciona, todo lo demás tampoco va a funcionar”, justifica.
-¿Por qué seguís intentando en la gastronomía? Claramente no es tu fuente de ingresos, es un rubro siempre difícil, pero igual seguís poniendo restaurantes…
-La verdad es que siempre quise tener un lugar para juntarme con amigos. Y vengo en esto desde hace mucho: en el 91 puse el primero, Calle de Ángeles, en Chile y Balcarce, en una zona en la que no había nada. Después tuve Puro Humo, en Puerto Madero, súper sofisticado, el mejor de todos; siguieron Cholila, Embrujo y Juana La Loca, sobre la calle Junín. Siempre me gustó tener restaurantes, inventar platos…
-¿Vos cocinás?
-Yo era un mal cocinero pero mi primera mujer era muy buena. Y me fui enganchando, sumado a todos los viajes que hice y a los restaurantes de lujo que conocí en mi vida. Tanto me enganché que me iba llevando a los chefs de un restaurante a otro.
-¿Cuál fue tu mejor creación?
-[Se queda pensando] La entraña a la cacerola, con especias indias o con chimichurri.
Un redoblante viral
Si se googlea a Lalín, el primer resultado es en Wikipedia y dice así: “Es considerado como uno de los más incompetentes presidentes de Racing Club debido a los actos de endeudamiento y mal manejo de la economía del club durante su gestión que lo llevó a la quiebra en 1999″. Es cruel Wikipedia, porque también recuerda un episodio bizarrísimo: “Un sacerdote y seguidores del club hicieron un exorcismo, ceremonia celebrada con la intención de expulsar demonios del club, el 14 de febrero en 1998″. Ese día, casi 15.000 hinchas marcharon con túnicas blancas y antorchas, llevando a la cancha de Racing una imagen de la Virgen de Luján. No sirvió de mucho el exorcismo: en la fecha siguiente, la Academia perdió 2 a 0 contra Colón; unos meses después, Lalín ligó un redoblante en la cabeza mientras trataba de calmar a los hinchas, luego de que la síndico de la quiebra (Liliana Ripoll) anunciara que Racing había dejado de existir”.
-¿Sabés que ese video fue viral incluso antes de YouTube?
-Sí, claro. El que sacó la foto del redoblante ganó el premio Rey de España. Y el que me lo tiró fue El Paraguayo, de la barra de entonces. Pobre paraguayo, nunca lo culpé, sólo le dije: “Tenés razón, tu impotencia hizo eso”.
-Lo llamativo es que estás sangrando pero nunca dejás de hablar…
-Sigo hablando normalmente, sólo me limpio la sangre. Porque tengo razón. Que venga alguien y te diga que Racing dejó de existir es muy fuerte. Y yo decía que no, que no era así. Plantear una cosa tan técnica como una quiebra con continuidad es difícil de entender para la gente común. Yo prometí que Racing no iba a cerrar nunca, que iba a sanear su deuda y que iba a estar ordenado. Y terminé con 6 millones y pico de dólares en la caja, con muy poca deuda.
Entrevistar a alguien que tiene fama de no tener filtro es un arma de doble filo. Por un lado, se sabe que cualquier frase que diga será susceptible de convertirse en título de la nota; por el otro, el no filtro también es un arma de seducción: la gente que dice lo primero que se le pasa por la cabeza puede ser encantadora.
“¿Sabés que fui tapa en el 99/2000 de LA NACION revista? Fue con un reportaje que me hizo Jorge Guinzburg, que era jodón como yo”, avisa justito antes de empezar la charla. Y recuerda que una vez, en al programa de tevé de Guinzburg, le tocó contar un chiste en la ronda de invitados. Y contó este: “¿Sabés en qué se parece la mujer al globo? Que el globo tiende a subir y la mujer sube a tender”. Y también aclara: “Fue un chiste pelotudísimo”.
-¿Te parece bien que hoy no sea gracioso hacer esos chistes?
-Sí, claro, me gusta que haya cambiado. Es un buen ejercicio, ahora tenés que desarrollar bien la ironía. Si hiciera ese chiste hoy, al otro día tengo un millón de tweets puteándome en mil idiomas.
Si se googlea mucho a Lalín, además del redoblante en la cabeza aparecen varias entradas que lo vinculan con el sector minero. En particular, un artículo de 2008 publicado en el diario El Cronista, que titula: “Lalín intentará probar suerte en un sector que promete”.
Durante muchos años, el empresario estuvo asociado con su hermano en una fábrica de aceite muy importante. A partir de 2005, se fue a buscar nuevos horizontes a China, en donde dice haber firmado varios acuerdos. “Algunos salieron bien, otros no”, admite. Uno de ellos era para traer una máquina que curara el cáncer.
-¿Por qué?
-Mi mujer había muerto de cáncer de mama en el 2000 y yo tenía una especie de fijación. Me volvió loco esa máquina, pero nunca pude terminar los trámites para traerla. Yo me enamoro de las cosas…
-¿De la minería también te enamoraste?
-En 2006 conozco al secretario de Minería y Energía de Salta y él me hizo enamorar de la minería. Empecé a tener un montón de proyectos mineros.
-¿Y te fue bien?
-No, me fue para el orto. Perdí guita a lo loco.
Su historia con el tungsteno es un capítulo aparte. Lalín cuenta que la Argentina fue un fuerte productor de este metal hasta principios de los 80. “Los chinos son los primeros productores de tungsteno del mundo y allí se encuentran las mayores reservas. El problema es que, después de Mao, decidieron ponerle un precio bajo y destrozaron la producción industrial de tungsteno en la Argentina”, explica.
-¿Pero vos te metiste igual?
-Acá había montones de plantas de tungsteno que hoy están abandonadas. Yo alquilé una en San Luis, que era de la provincia, pero tuve que devolvérsela al gobierno porque nunca pude hacer andar las máquinas; estaban muy mal y no había técnicos que las calibraran.
-¿Y no pudiste producir?
-En 2008 conseguí vender un cargamento de mil toneladas a China, pero cuando llegó el momento no pude producir ni un kilo. No logré hacerlo. Acá siempre estamos en la boludez. Tenemos un país que no le da bola a la minería. Pensá que exportamos alrededor de 70.000 millones de dólares. Para que te des una idea, Chile exporta 60.000 millones sólo en cobre. Nosotros en minería sólo 6000 millones, el 10% de lo que exporta Chile.
No fue la única incursión de Lalín en minería. En el camino del empresario apareció un mineral invisible para la mayoría: la mica. “Acá había una empresa en San Luis que hacía mica macronizada húmeda. Pero había un tipo que inventó una máquina para hacer el proceso seco: ponías lo que sacabas de la mina de mica en una tolva y la maquina separaba todo. Fui a ver la fábrica, me puse de acuerdo con esa persona…”, dice.
-¿Y entonces sí funcionó?
-En un primer encargo mandé un contenedor de mica a Alemania. Y encima me compraban la producción de seis meses. Pero cuando la empezamos a producir en cantidad se destrozó la máquina. Me fui al carajo, no pude cumplir. Les regalé el contenedor. Fue perder guita como loco. Después me puse una molienda de cuarzo y feldespato; la compré en funcionamiento, pero no era negocio. Era un loco de atar por la minería, pero la Argentina es un modelo de destrucción de oportunidades.
Una pizzería con Herminio Iglesias
Lalín estuvo vinculado a la política desde los 17 años. Fue socio de Herminio Iglesias en una pizzería de Avellaneda, y se acuerda especialmente de la vez que tuvieron que echar al pizzero. “El tipo era malísimo y lo terminé echando. Herminio me decía ‘tomémoslo de vuelta’ y yo le respondía: ‘Pero Herminio, ¡tenemos una pizzería!’”, se ríe.
El empresario trabajó durante muchos años con Eduardo Duhalde y distribuyó la plata de las manzaneras de Chiche Duhalde (“hasta un millón de kilos por día, entre leche y alimentos”). También fue contador general de la administración de Carlos Grosso a principios de los 90 y dice haber tenido una “muy buena relación” con Menem. Hoy admite que tiene amigos en el gobierno, pero también jura “odiar al kirchnerismo”. “Soy peronista, fui veinte años congresal nacional. Hoy te diría que soy del peronismo de (Miguel Ángel) Pichetto, suavemente derechoso y republicano”, trata de explicar. “Hasta el 2011, que me peleé con Scioli, estuve vinculado con la provincia. Ahí me fui porque estuvo nueve meses sin pagarme. Es el inútil más increíble que existe”, sentencia.
En el mismo plan, Lalín se ensaña con Julio Grondona (presidente de la AFA durante 35 años). “Yo dije que era el gran chorro de la Argentina, que el fútbol era un desastre por su culpa, que no defendía los derechos de los clubes. Veinte años después, el señor X en el expediente de Estados Unidos se demuestra que hubo una gran maniobra del choreo que encabezaba él. ¿Quien me dio bola? Nadie, me mataban”, afirma.
-¿Te sentís un incomprendido?
-Vos podés decir una verdad absoluta en un tiempo que nadie te entiende y te putean. Y cuando la verdad tuya se confirma, tal vez pasaron veinte años.
-Tenés puesta una remera de Marlon Brando en El Padrino. ¿En qué te sentís mafioso?
Es una alegoría. Todo mafioso tiene su restaurante. Cuando te dedicás a la política te gusta la rosca, como dice (Emilio) Monzó. Esa rosca es algo mafioso en el fondo. Duhalde me llamaba “el comandante”. Yo era un kamikaze, muy disruptivo, por eso jamás tuve un cargo electivo.
-¿Seguís siendo disruptivo?
-Y… ¿quién abre un restaurante en plena pandemia?