Fuente: TN – Junto con Mateo, el reconocido chef convirtió el ritual familiar de los domingos por la noche en un nuevo emprendimiento. Sueñan con expandirse y enviar sus pizzas y empanadas a Europa, Israel y el resto de Latinoamérica.
Los domingos (todos, los domingos) Roberto Petersen prendía el horno de barro de su casa y comenzaba un ritual familiar que incluía la participación de sus hijos, sobre todo de Mateo, y que tenía como objetivo compartir una cena con la pizza italiana como protagonista. Esa tradición familiar, que mantienen desde hace décadas, se transformó en un emprendimiento que ya degustan en Estados Unidos y Hong Kong.
Si bien llevan un apellido de origen danés, los Petersen tienen una parte de su corazón italiano. “Yo siempre fui un maniático de la pizza. Los domingos era un clásico que caía el atardecer, yo tiraba unos bollos al horno de barro y mis hijos iban a la huerta a buscar los ingredientes. Cuando sobraba, la ponía en el freezer y en la semana mis hijos iban agarrando y comiendo hasta que un día pensé ‘¿por qué no hacer para vender?’”, contó a TN el reconocido chef sobre cómo nació el proyecto de sus pizzas napolitanas para hornear.
En 2018, según explica Mateo, uno de los hijos del cocinero, empezaron a darle forma a su emprendimiento Pizza Zen en el rincón del depósito de catering de Roberto. “Tardamos en seis meses en tener la receta justa para la pizza congelada. Probamos varias harinas, salsas y mozzarellas con el fin de que en 12 minutos una persona pueda comer en su casa un plato de la misma calidad de un restaurante”, explicaron los Petersen.
Además, como ocurre en la mayoría de negocios familiares, Mateo comentó que durante los primeros años eran ellos mismos los que hacían los repartos con su auto en AMBA desde zona norte: “Nos encargábamos desde ir a buscar los productos, amasar, empaquetar y tocar el timbre de las casas de los clientes. Yo ponía las pizzas congeladas en unos bolsos térmicos y las iba a repartir por la ciudad”.
Durante la pandemia el emprendimiento explotó y no sólo tuvieron que cambiar de cocina “porque el depósito ya quedaba muy chico”, sino que también empezaron a contratar empleados: “Ahora somos 30 en total, empezamos dos y con el tiempo le pudimos dar trabajo a mucha gente”. En la actualidad, distribuyen a más de 350 puntos de venta en el país -desde supermercados y dietéticas-, en 14 provincias, y también por “un capricho de Mateo” el negocio se extendió a los locales del exterior del país y no descartan enviar sus pizzas y empanadas a Europa, Israel y el resto de Latinoamérica.
Del sueño de Roberto Petersen al capricho de Mateo
En medio de la transición de repartir las pizzas napolitanas por el barrio y empezar a enviarlas al resto del país, les llegó la propuesta de que sus productos estén en las góndolas de un supermercado estadounidense que vendía artículos argentinos. Mateo no lo dudó, aunque su papá sí. “Él me dijo que había que hacerlo, se encaprichó con eso, y al principio le decía que no, que no me parecía, pero al final tenía razón. Fue una sorpresa y un aprendizaje porque vienen a certificar la planta, todos los procesos productivos y cuando se da te da un orgullo muy grande”, dijo Roberto.
Según cuentan, la exportación comenzó como un recuerdo nostálgico de los argentinos en Estados Unidos que extrañaban los sabores argentinos, pero, sin esperarlo, se expandió a otras cadenas de supermercados en ese país y también llegó hasta Hong Kong. En ese sentido, el clan Petersen remarcó: “Ahora tenemos pedidos de pizzas y empanadas a Paraguay, Uruguay, Chile, Israel e Inglaterra pero queremos ir de a poco. Si bien en Argentina todo parece difícil y el modelo de negocio es complicado porque es 100% artesanal, en el país se puede hacer cosas y todo aquel que esté pensando en emprender, el camino no es fácil, muchas veces se tropieza, pero se puede”.
Roberto y Mateo sostienen que para ellos el secreto del éxito es la calidad de sus productos y tener un precio honesto para sus clientes, ya que las pizzas de muzzarella, margarita o provolone oscilan entre $6000 y $7500 en las góndolas. Trabajan sin intermediarios y directo con productores de harina orgánica, queso, tomate y hasta la sal: “Fuimos creciendo juntos y al trabajar directamente con ellos podemos acordar un precio lógico y justo. Muchos proveedores los tenemos desde que éramos dos, cuando comprar unos kilos de queso provolone era un problema y ahora nos venden toneladas”.
“Yo siempre quise tener algo en las góndolas de los supermercados y pude cumplir este sueño. Nosotros hacemos algo muy artesanal, muy a mano y con estándares de calidad altísimos. Eso no da mucho orgullo”, cerró Roberto Petersen mientras que su hijo afirmó que “nunca dejan de pensar y trabajar en nuevos sabores”.