Fuente: La Nación – A menos de tres horas de distancia, Buenos Aires tienta a los vecinos de la región con su oferta gourmet de calidad y un cambio más que conveniente
Las uruguayas Sol Gaudio y María Eugenia Soria tienen la agenda definida: llegaron a Buenos Aires en plan gourmet. Mucha gastronomía, algo de moda y nada de tours ni excursiones para las amigas de 26 años, que viven en Montevideo. “Nos encanta comer acá, la comida es muy rica y la atención es diferente. La última vez éramos un grupo de 12 y comimos riquísimo, no nos fijamos cuánto cuesta el plato, la verdad es que pedimos sin mirar los precios en la carta porque para nosotras el cambio es súper conveniente”, dice Sol. Y María Eugenia, acota: “Destinamos 400 dólares seguro para comer en estos cuatro días y darnos el gusto de disfrutar de experiencias gastronómicas que en Uruguay no encontramos”.
De la curaduría de restaurantes se encargó la más foodie de la dupla. “Es la cuarta vez que vengo en el año. Cada vez que tengo un finde largo aprovechamos para venir y probar de todo. Tengo una lista hecha con todos los restaurantes que queremos conocer”, dice Sol, mientras muestra el calendario en su celular y espera la provoleta en la mesa de Rufino, un restó de carnes en Recoleta muy elegido por turistas extranjeros.
A menos de tres horas de distancia, Buenos Aires tienta a los vecinos de la región con su oferta gourmet de calidad y un cambio más que conveniente. Las cifras lo confirman: la ciudad recibe 2,5 millones de turistas internacionales al año, y la mayoría proviene de países de la región, con brasileños y uruguayos a la cabeza, según el Observatorio de Datos del Ente de Turismo de la Ciudad. Vienen a probar el bife de chorizo de Rufino, La Cabrera o Don Julio, las ostras de Crizia, la fugazzeta de Guerrin, el sushi del Jardín Japonés o la pastelería de Belén Melamed, reconocida por una guía francesa como una de las mejores del mundo. Sin olvidar también la coctelería de autor que ofrecen lugares como Tres Monos, Florería Atlántico y el consagrado Trade, el circuito de bares notables y las cafeterías de especialidad como Pottery y Birkin, las visitadas en este viaje por las amigas uruguayas.
El plato que decide un viaje
Cerca del 60% de los visitantes que llegan a la ciudad están a solo tres horas de distancia en avión, gastan un promedio de 106 dólares por día y están dispuestos a probar y desembolsar buena parte de su presupuesto de viaje en restaurantes. Por eso, el subsecretario de Políticas Gastronómicas del gobierno porteño, Héctor Gatto, sostiene que la comida se transformó en el principal driver que mueve al turismo.
“Es lo que muchas veces termina decidiendo un viaje. Y Buenos Aires, con sus 7000 bares y restaurantes, 500 eventos gastronómicos por año más los once patios y mercados, entre privados y gestionados por la Ciudad, es la Babel gastronómica del siglo XXI. No importa la fecha elegida para visitar la ciudad, siempre hay un plan para degustar algo nuevo”, asegura.
Después de la pandemia, el fenómeno se consolidó, y si bien son cada vez más los turistas que llegan en plan foodie, el objetivo es duplicarlos: “Algunos cálculos que hicimos muestran que hay 75 millones de potenciales comensales a menos de tres horas de Buenos Aires. ¿Cómo llegamos a esa cuenta? Solo el estado de San Pablo es una Argentina entera. Y si sumamos a todos los que viven en las ciudades de Río de Janeiro, Montevideo, Santiago de Chile, Asunción y Santa Cruz de la Sierra, alcanzamos ese número. El desafío es seguir despertando el apetito de más vecinos de la región, y para eso ya tenemos algunas acciones planeadas, como replicar FECA en alguna de estas ciudades, uno de los festivales más exitosos y que en la última edición porteña reunió a más de 100.000 personas”, sugiere el funcionario.
Carne, vino y cafezinho
Además del bife de chorizo, el vino y el flan con dulce de leche, Bibiana Paola y su marido, Rodrigo De Bonis, están fascinados con la cantidad de cafeterías de especialidad que hay por todos lados. “Me dan ganas de parar en cada esquina y tomar un driver”, dice Bibiana. Están en Buenos Aires por primera vez en sus vidas, en un viaje relámpago para festejar su quinto aniversario de casados. “Somos de Río de Janeiro, y tenemos muchos amigos allí que nos recomendaron varios restaurantes, y les estamos haciendo caso”, confiesa Bibiana, y asegura que por lo que paga por una botella de vino de media gama para arriba en su país, acá costea toda la cena, con entrada, plato principal con corte de carne premium, vino, postre y café incluidos.
Martín Serrano es uno de los dueños de Rufino, y confirma que en su restaurante, el 20% de los clientes que reserva cada noche son extranjeros. De esa cantidad de comensales, casi el 80% son visitantes de la región. Y tal es el éxito que la propuesta de Serrano tiene entre los brasileños que, recientemente, esta casa de carnes inauguró una sede en Río de Janeiro, con la idea de transmitir ese mismo encanto de La Recoleta que fascina a los turistas, pero en suelo carioca.
“Buscan la cocina tradicional argentina, con la carne como bandera. Pero también quieren probar la provoleta, las empanadas, los panqueques con dulce de leche y la coctelería de autor. Tanto es así que nuestro socio en Brasil nos pidió un referente local de renombre, y terminamos armando la propuesta de tragos de Rufino Río con Lucas López Dávalos, dueño del bar El Limón”, señala Serrano, y agrega un dato que comenzó a llamarle la atención en estos últimos meses: “Los turistas de la región llegan recomendados por el boca a boca, algo más propio de la gente local que de los extranjeros, que se guían más por críticas de Tripadvisor o redes sociales. Creo que ahí hay otro indicador de la frecuencia con la que nos visitan -intuye el empresario -. Arman sus propios tours gastronómicos fuera del mapa turístico más tradicional y, como les gusta la experiencia, cuando regresan a sus países les sugieren a sus familiares y amigos a dónde ir”.
En una mesa de ese restaurante de carnes, la pareja de Andreia y Aureo Sardaio intenta explicar en portuñol su pasión por el bife de chorizo -que degustó junto con el ojo de bife- aunque lo que más destaca es el vino argentino. “Somos de Río de Janeiro. Es la tercera vez que venimos a Buenos Aires, y siempre pedimos carne y una botella de malbec: somos fanáticos de El Enemigo. Hoy estuvimos en una vinería comprando botellas para llevar. En Brasil se está empezando a tomar más vino, y el argentino es de lo mejor, por eso llevamos para tener”, asegura Andreia, que en su tour gastronómico incluyó cenas en Don Julio, la Malbequería y La Cabrera.
Otro apasionado de la carne y el vino argentino es el brasilero Pablo Macchi, que confirma con su testimonio la tendencia de la que habla Serrano. Vive en Porto Alegre, la capital del estado de Rio Grande do Sul, en el sur de Brasil, y está casi equidistante de las dos principales metrópolis de América del Sur: Sao Paulo y Buenos Aires. A fines de octubre, aterrizó en nuestro país por tercera vez en el año para disfrutar de la gastronomía porteña. “Si quiero una experiencia gourmet de alta calidad, no lo dudo. Buenos Aires está igual de cerca, se come más rico y es más barato -resume-. A los blockbusters gastronómicos que van todos los turistas ya no voy más porque los conozco bien. La idea ahora es conocer lugares nuevos. Por eso siempre escucho sugerencias”, dice Macchi, que se volvió fan de la parrilla Hierro, con sedes en San Telmo, Palermo, Nordelta y Málaga, en España.
En busca de la alta cocina
Para el chef Dante Liporace, detrás de los fuegos de Mercado de Liniers y al mando de otras cocinas como la de Trade Bar, Uptown y Airport, el bar palermitano que tiene un avión en la terraza, el boom más fuerte es de los brasileños. “Es enorme, y van directo a las parrillas, tipo Don Julio, La Brigada o La Cabrera. Después tenés el público peruano, chileno, paraguayo y el de Uruguay, que antes era difícil que viniera para acá y ahora llegan en masa. Ellos conforman un público que no solo viene por la carne, sino que rotan por distintos estilos de cocina y de restaurantes, buscando más una experiencia completa -señala Liporace-. Me encanta y esto nos ayuda muchísimo, pero también extraño esa calidad de turista que venía a buscar la alta cocina argentina de los años 2014-2015, en lugares como Aramburu, Tarquino, El Baqueano, Chila. Era un público europeo y, sobre todo, neoyorquino, más sofisticado”.
Lunes por la noche. Son las 20.30 y los chilenos Ignacio Urcullú Clement-Lund y Katherine Fuentes Toro están disfrutando de un bife de chorizo en Hierro, esta vez en su local de Palermo. “Vinimos para esto -dice Ignacio con una copa de espumante en la mano-. Queríamos disfrutar de unos días como pareja, y vinimos a Buenos Aires para darnos el gusto y salir a comer. Nos encanta la buena mesa y comimos de todo: pizza, carne, empanadas y vegetales preparados con una creatividad maravillosa. Pero lo que más destacamos es el servicio, porque en definitiva es lo que te hace vivir una experiencia diferente”. Katherine, a su lado, asiente con la cabeza y suma: “Acá ustedes son los campeones del servicio. En Chile no se encuentra la misma atención y calidez”. Además de Hierro, la pareja chilena pasó por El Mercado, en el Hotel Faena; fue a La Cabrera; a Cabaña Las Lilas y probó la pizza de Guerrin. “El mozo de Guerrin atendía a todas las mesas sin anotar nada y tenía una amabilidad extraordinaria. Nos contó que llevaba años de oficio”, exclama Ignacio.
Si antes llegaban atraídos por la moda y el diseño de autor, ahora el imán es la comida. Y en lugar de bolsas con prendas de temporada, se van con diversos productos gourmet envasados al vacío y varias botellas de vino. “Antes venían y compraban ropa, pero eso ya no es tan económico ni siquiera para ellos. En cambio, la gastronomía sí -apunta Francisco Giambirtone, uno de los dueños de Hierro-. Dicen que es fácil moverse en la ciudad, que se sienten seguros y que el precio de la hotelería también es conveniente. Lo que más los tienta es la carne, y aseguran que cuando van a un buen restaurante en San Pablo, pueden llegar a pagar hasta cuatro o cinco veces más que acá. Nuestro ticket promedio es de 20 dólares, pero a la noche se estira hasta los 40 dólares. Además, el comensal extranjero no tiene problema en desdoblar el presupuesto. Todas las noches siempre hay alguien que pide carne de wagyu y paga 40.000 pesos sin problema”.
Si algo le faltaba a la ciudad para convertirse en la Capital gastronómica de América latina -sostiene Gatto para concluir- es empezar a formar parte de la célebre Guía Michelin; un privilegio que convierte a Buenos Aires en la primera ciudad latinoamericana de habla hispana en ser evaluada por esta prestigiosa publicación, y que obliga a seguir elevando la vara.