Fuente: Claín ~ Afirman que cumplen con los protocolos para ocupar hasta el 30% de los locales y que no son foco de contagios. Y que generaría ingresos para sostener las inversiones que hicieron para calefaccionar veredas y terrazas.
Si hasta el momento el otoño fue benévolo con las temperaturas, los primeros días de frío comenzaron a instalarse. En este contexto, los bares y restaurantes porteños se preguntan hasta cuándo podrán sostener la obligatoriedad de las mesas afuera y buscan retornar a la etapa previa de las restricciones actuales, que les permitía atender en sus salones con un aforo de hasta el 30%.
“Cumplimos todos los protocolos de distanciamiento e higiene, nuestro personal está cuidado y las mesas mantienen la distancia. De hecho, cuando nos dejaron atender así no se registró un aumento en el número de contagios. Incluso a veces es peor, porque al no tener estos espacios regulados la gente se junta igual, en otros lugares, sin respetar el distanciamiento”, resume Francisco José Miranda, gerente de la parrilla Fiera, uno de los emprendimientos de su familia.
Es mediodía en el restaurante, sobre la esquina de Pedro Goyena y Viel, en Caballito. Tres mesas de cinco y un par más de dos se disponen a almorzar. “La gente se cuida mucho, respeta las distancias, el barbijo, el uso del alcohol, ya no necesitamos estar recordándoles las normas”, observa Miranda. El turno noche fue cancelado por las restricciones. En algunas sillas hay mantas de polar para los más friolentos.
A varias cuadras de allí, en Puerto Madero, Carlos Yanelli prepara una nueva jornada en “Estilo Campo”, uno de los pocos restaurantes que aún atienden, con mesas sobre el paseo que da al río. “Hasta ahora nos tocó buen tiempo, con temperaturas de 24 grados en pleno otoño. Pero hoy la cosa es distinta”, evalúa.
Salones internos con mesas vacías. Estilo Campo, en Puerto Madero, atiende en el exterior pero muchos clientes elijen no sentarse a comer por el frío. Foto: Juano Tesone
De hecho, el salón adentro mantiene sus mesas preparadas, con las respectivas distancias. “Es para que se vea bien, si no parecería un depósito”, dice Yanelli. Cada tanto, alguno de los clientes insiste en entrar y es el dueño quien debe explicarles que, por el momento, el almuerzo es afuera “sí o sí”.
Aníbal es uno de los clientes habituales. Tiene una oficina en Puerto Madero a la que, desde que arrancó la pandemia, va dos o tres veces por semana. “Antes teníamos una mesa reservada, veníamos diez personas casi todos los días. Incluso comimos acá en Pascuas con mi familia”, refiere. De elegante camisa y un suéter liviano, aguarda su comida con media copa de vino tinto. ¿Vendría si tuviera que ponerse campera para comer? La respuesta llega con una sonrisa de disculpas: “No. Me encanta el lugar pero si sigue esto de comer al aire libre, no creo que venga cuando haga más frío”, reconoce.
A dos mesas, Alejandra aprovecha el sol. Oriunda de Canning, suele acercarse cada tanto a la Capital a disfrutar de un buen plato o incluso unos tragos. “Si es un día como hoy no me cambia mucho estar afuera, pero la verdad es que preferiría entrar. Las mesas respetan la distancia y no siento que vaya a contagiarme. A veces es peor que la gente se junte en otro lado”, dice.
Un capítulo aparte son los costos agregados por atender afuera, que tienen lugar en un escenario de caída de ingresos. Cada «hongo» –el calefactor a gas- cuesta entre 42.500 y 50.000 pesos. Los equipos de calefacción eléctrica salen alrededor de 30.000. Para calentar un espacio exterior como los que se ofrecen en Puerto Madero hacen falta por lo menos diez.
Muchos bares y restaurantes invirtieron para calefaccionar los espacios exteriores y piden que los dejen usar el 30% de los salones para recuperarse de la crisis. Foto: Fernando de la Orden
Otros gastos asociados a la ampliación del espacio en las veredas tienen que ver con la colocación de toldos o la compra de mantas para el público. “Nosotros destinamos un millón de pesos para poner toldos nuevos y rejas junto al cordón, todo para una vereda de diez mesas”, cuenta Milagros Carro, a cargo de la dirección del bodegón y rotisería “El Octavo”, en Palermo.
Inaugurado hace cuatro semanas, este emprendimiento todavía no tuvo oportunidad de usar su salón. Sobre la vereda quedan unos pocos clientes. En una mesa, dos amigas terminan de tomarse una cerveza: Helena y Rosa se conocen desde hace años y una vez por semana salen a caminar por el barrio. Ambas están vacunadas. “En el verano no había problema en sentarnos afuera, ahora ya es más difícil”, reconoce Helena, con una sonrisa. “Yo ya tengo frío. No tendría problema en ir adentro”, coincide Rosa.
“El frío es importante, pero no es la única causa por la que a la gente ya no le guste sentarse afuera. Algunos vienen con la computadora a trabajar y dicen que no quieren hacerlo en la calle”, asegura Milagros.
Con doce locales en la Ciudad de Buenos Aires, uno en Provincia y dos locales cerrados en shoppings, la cadena Nucha también acumula gastos. “Invertimos en uniformes para el personal que incluyen buzos y camperas, ponchos a disposición de la gente y calefactores”, enumera Carlos Rava, gerente de la empresa.
Muchos bares y restaurantes invirtieron para calefaccionar los espacios exteriores y piden que los dejen usar el 30% de los salones para recuperarse de la crisis. Foto: Fernando de la Orden
La preparación del aforo del 30% con todo lo indicado para sortear la pandemia demandó otras erogaciones. “Tuvimos que contratar un especialista para que certificara la circulación de aire. Mantuvimos los protocolos a rajatabla por la seguridad de la gente y de los empleados. En mi opinión, las personas están más contenidas adentro: se les toma la temperatura, se observa que guarden las distancias”, explica Rava.
Las dificultades de comer afuera son mayores aún en las zonas más golpeadas, como el centro y el microcentro. “Antes venía gente a cualquier hora. Trabajábamos mucho con el movimiento de Tribunales y las oficinas. Ahora tenemos carta de almuerzo pero nadie la pide. El que se sienta se toma apenas un café y se va”, comenta Daiana Norro, encargada en el Celta Bar, sobre la esquina de Rodriguez Peña y Sarmiento.
Es entendible: en pleno mediodía, el sol da apenas sobre la vereda de Rodriguez Peña. Solo un hombre permanece sentado tomando un café. A su alrededor circulan cuatro líneas de colectivos, más una –la 50- que dobla justo en esa intersección. Del lado de Sarmiento hay sombra y las mesas están vacías. No es un panorama alentador frente a la llegada del invierno.
En crisis
“Buenos Aires tiene 1.500 cafés y bares. De esos, alrededor de 750 no abrieron. Calculamos el número por las boletas procesadas de aportes. Eso no quiere decir que hayan cerrado todos en forma definitiva. Algunos quizás reabran cuando pase la pandemia, pero aún no lo sabemos. Después, hay barrios en los que el 100 por ciento bajó la persiana, como el microcentro y parte del macrocentro”, explica Pablo Durán, secretario de la Cámara de Cafés y Bares.
Pese a las restricciones vigentes, en algunos barrios se ven locales en los que hay clientes en las mesas exteriores, pero también en los salones. En general, sucede en jornadas con bajas temperaturas, y en ocasiones son los clientes los que piden sentarse adentro.
Fuentes oficiales de la AHRCC describen un peligroso escenario para el total de establecimientos gastronómicos: de 10.000 que hay en la Ciudad, 2.000 seguían sin abrir hasta las nuevas restricciones y se calcula que entre 1.500 y 2.500 más van a cerrar post pandemia.
Hijo y nieto de gastronómicos, Francisco José Miranda tiene su propia mirada respecto del futuro. “Creo que vamos hacia modelos más chicos, con menos empleados, mesas comunitarias y más énfasis en el delivery. Los restaurantes tradicionales que queden van a ser para un consumo más caro, porque son muy difíciles de mantener. Hay tantos nuevos gastos ahora, que todo eso hay que cobrarlo”, vaticina.