Fuente: Clarín ~ Por estos días celebramos la Vendimia, la cosecha de la uva, la producción del vino, el recoger el fruto, el trabajo de todo el año. La fiesta central también tiene un momento de reflexión, de dar gracias por todo lo que nos dio el suelo, por tener un año más a la familia del vino junta y trabajando para esas uvas. Porque la industria del vino, además de trabajar todos con similares objetivos, tiene quizá la particularidad que hay un legado que se transmite de generación en generación tanto en bodegueros como en consumidores y por eso también esa connotación familiar.
Pensemos que las bodegas más antiguas de Mendoza son todas de familias que vinieron de Italia y España, en su mayoría. La historia de ese vino que hoy llega a cada persona de aquí o de cualquier parte del mundo que nos visita lleva los secretos de las generaciones, de abuelos a nietos, de padres a hijos y solo pasa fielmente en esta industria. Esos secretos de los viñedos y de alguna cepa que supieron transmitir los primeros que la cosecharon, hoy le dan vida a ese vino. Pero ese legado no es sólo de productores o bodegueros sino también de quienes lo consumen: en cada casa donde el vino forma parte de la mesa familiar, se repiten rituales y gustos, memorias familiares, por celebrar con aquella misma botella que tomaba el abuelo, manteniendo una tradición. Por eso es un hecho de alta connotación y transmisión cultural.
Quienes formamos parte de la industria del vino no solo vemos todo esto desde el turismo, la exportación, el trabajo que genera, sino que estamos conectados con el ciclo anual del viñedo, las estaciones, la forma de trabajar, la manera de compartir las familias, con un invierno muy marcado y con nieve, que son condiciones para los que vivimos en Mendoza, como lugar central de producción vitivinícola en el país. Todo eso es parte de esta industria, con todas estas particularidades. Trabajar al lado de la Cordillera como referencia todos los días, nos inspira, nos guía y desarrollamos nuestros vinos y cocinas con la iluminación que nos produce al sentirla y observarla. Es el olimpo, para todos los que vivimos tan cerca, y que nos obliga aún más a crear el vino con prácticas sustentables, cercanas al medio ambiente.
Este vino que hoy se celebra con la Vendimia, también es protagonista cuando de traspasar nuestras fronteras se trata. Nuestros vinos hoy están entre los mejores del mundo, logrando puntajes perfectos en las publicaciones especializadas de prestigio mundial. Aunque el malbec se haya erigido como la bandera y símbolo argentino en el exterior, al igual que el tango o el dulce de leche, también se lucen cepas como el chardonnay o el cabernet franc. Es parte de la identidad, de la construcción de Argentina como marca para el turismo internacional. Tenemos un potencial muy grande alineado al interés por la sustentabilidad, los productos locales, técnicas y comunicación de la cultura que nos definen así como la vinculación con los pueblos originarios, sus costumbres y modos de cocinar de los que buscamos aprender.
Si miramos el mapa del mundo, son muy pocos los lugares que elaboran vinos donde se tiene que dar la conjunción de clima, suelo, cultura y Argentina tiene una de esas privilegiadas regiones, al igual que Adelaida en Australia, Burdeos en Francia o Napa-San Francisco en Estados Unidos, entre otras destacadas. Los paladares de los turistas exigentes que llegan a Mendoza y han recorrido otras zonas vitivinícolas, se encuentran con nuestro inconfundible malbec, el embajador. En Francia quizás se hayan quedado fascinados con el merlot, en Italia con el trebbiano toscano, en Estados Unidos tal vez con un pinot noir.
Por eso debemos sentirnos privilegiados. Y tenemos que seguir difundiendo y llevando al planeta nuestra cocina, viajando a las grandes ciudades, tanto los chefs como los enólogos, para contagiar a los potenciales turistas e invitarlos a que vengan a vivenciar este producto único, que acompaña e inspira al plato con técnicas ancestrales para ser disfrutado en un hermoso entorno.