Fuente: La Nación ~ Cada mañana, Emma desayuna panqueques de harina de arroz con mantequilla de maní, frutos secos y un huevo. Nada llamativo para cualquier deportista o persona con interés en comer sano, si no fuera porque Emma tiene 3 años. Hija de padres que desde sus primeras comidas buscaron inculcarle hábitos saludables, sus preferencias también incluyen salmón, langostinos, sushi, las más variadas frutas y verduras orgánicas y todo tipo de preparaciones de repostería con harina integral y azúcar mascabo. «La única verdura que debo disfrazarle un poco es la calabaza o el zapallo, porque no le gusta que sea tan dulce», relata su mamá, Jesica Pérez, que agrega con orgullo que su hija prefiere comidas elaboradas como un guiso de lentejas o un estofado de carne a unas clásicas milanesas con papas fritas. «Y hasta los 2 años no probó las golosinas y casi no comió azúcar. En casa sus snacks son frutos secos, pasas de uva, frutas», describe.
Aunque el ejemplo de Emma sorprende, es una buena representante de una tendencia en alza. De la mano de padres que se interesan por la cocina y que disfrutan de salir a comer e ir descubriendo nuevos sabores, se van formando niños que aprecian mucho más que el menú infantil, sofisticando sus paladares y abriéndose a un interesante mundo gourmet. Una nueva generación que podría definirse como «kid vivants», los predecesores de los bon vivants.
Hay libros, revistas y programas de TV sobre cómo cocinar y comer mejor (o con más variedad y gracia). Pero sobre todo, hay cuentas en redes sociales. Entre ellas, una de las que más éxito y cuidado ha tenido con el tema es la de @itbabyeat en Instagram, donde Ximena Bruno, estudiante de Ingeniería en Alimentos además de influencer, les enseña a sus más de 79.300 seguidores a cocinarles de modo nutritivo a sus hijos. Y lo hace a través de las recetas y vivencias que tiene con sus propios chicos de 4 y 2 años (Hachi e Iñaki). Hace un tiempo, por ejemplo, el mayor se propuso «probar todas las frutas del mundo», y así se encontraron recorriendo varias verdulerías para conseguir papaya. «Suena ridículo, pero para nosotros fue un programa genial», ríe Ximena, que cuenta que es común verlos comer palta con cuchara con total afición, y que ir al supermercado o a la dietética es su mejor programa. Así, entre sus platos cotidianos pueden encontrarse delicias como pollo al verdeo con polenta, lomitos de cerdo a la mostaza, ñoquis con salsa de espinaca o pizza con zanahorias baby, entre muchas otras que va compartiendo en su cuenta para que otros padres también se animen e inspiren. «Mis hijos me ven cocinando desde que nacieron, por lo que los involucro mucho en el proceso y prueban de todo. En el colegio tienen una cocinita, e Iñaki se la pasa cocinando para sus amigos: se pone un balde en la cabeza como si fuera un gorro de chef y dice que les hace sopa a todos», describe.
Es que este camino de mayor interés y difusión sobre la cocina también incluye a los hombres, y así surgen cuentas como la de @papacocina, donde Maxi Kupferman replica en redes las recetas que aplica en casa para su hija Olivia, de 4 años. «A mi mujer y a mí siempre nos gustó mucho salir a comer, y Oli fue mamando un poco esa apreciación que tenemos por la gastronomía en general», relata. Ese acercamiento, que comenzó con heladitos de leche materna antes de los seis meses y cuenta con garrón de cordero como la primera carne que probó, hoy incluye fanatismo por el brie y un reconocimiento de los distintos tipos de quesos, además de contar con yacaré entre sus platos degustados. Toda esta apertura, sin embargo, es un trabajo diario que Maxi asume. «Hay que tener mucha paciencia y perseverancia, porque a partir de los 2 años empiezan a elegir, y son necesarios nervios de acero para bancarse los no y el rechazo, incluso en cosas que ya probaron antes. He cocinado cosas riquísimas que ni tocó», cuenta. Sin embargo, aconseja nunca dejar de ofrecerles esta variedad, porque darles solo lo que quieren es el camino directo a una alimentación básica. «No es que Oli coma difícil, es que come casero. Hacemos recetas con remolacha o coliflor, verduras que quizá no son tan comunes para los chicos, porque apunto a que los conozca para después poder elegirlos», explica Maxi, que considera que el peor error es dar por sentado que ese plato un poco más sofisticado no le va a gustar al niño, y por eso ni siquiera ofrecérselo.
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Las salidas a comer y los viajes son otro gran espacio donde se cuece esta ampliación de paladar. En una visita a Cerdeña, de donde es oriundo su papá, Belina probó caviar con apenas un año y pocos meses. «Daniele había traído para comer con la familia, y le dimos de probar. Se hubiera comido la lata entera», recuerda riendo Bernabela Sugasti, su mamá. Entre otros gustos tal vez más cercanos a la influencia italiana, a la chiquita le gustan las aceitunas, alcaparras, anchoas y mortadela, resaltando su amor por lo salado. Y más allá de contar con el enorme beneficio de que su padre es chef del restaurante La Locanda (Daniele Pinna), teniendo a su alcance todo tipo de platos de excelencia, Bernabela destaca que siempre le ofrecen lo mismo que ellos comen, sea en el local propio o en otros. «A veces los padres dicen ‘bueno, son chicos, dales salchichas con puré’, y nosotros en cambio preferimos que coma igual de rico que su papá y yo. Tal vez ahí esté la clave para que nunca nos diga que no, y al menos pruebe», apunta, al tiempo que agrega que comer siempre orgánico y con buena calidad de ingredientes asegura que el resultado sea aún más sabroso (y por ende con menos potencial de negación).
A Natasha Kempner esta apertura a probar lo nuevo no siempre le resulta tan simple, pero tiene una estrategia que suele funcionarle. «Salimos bastante a comer afuera, y me gusta que descubra sabores nuevos y disfrute de ir a un restaurante tanto como yo», ilustra sobre su hija Martina, de 5 años. «Pero si al principio no quiere darle una oportunidad a algo, la engaño un poco: si quiero que pruebe un carrot cake, le digo que es budín de vainilla. Si después le gusta, le explico qué comió en verdad, y desde entonces lo adopta». En ese camino, de a poco fue convenciéndola de ampliar su repertorio, y así llegó a catar (y maravillarse) con rana a la provenzal, que inicialmente pensó que era pollo. Otros de sus gustos adquiridos más atípicos para un niño son morcilla, guiso de lentejas, jamón crudo, paté de foie, conejo, mejillones y pulpo. «Al jardín le mando una vianda tradicional, porque no me parece el lugar para innovar, y nos damos el gusto con nuevos sabores en casa o cuando salimos a comer afuera», explica Natasha.
Para Ramiro Lañín, uno de los pilares de la buena alimentación de sus hijos Simón y Bruna, de 5 y 2 años, respectivamente, es que jamás piden menú infantil al salir a comer. «Se comparte lo que hay en la mesa, como un pescado a la sal grande. Y los tratamos como pequeños adultos: no les vamos a poner un jalapeño entero en el plato, pero si Simón quiere probar, puede decidir él mismo si está picante para su gusto o no», describe, recordando que hubo veces en las que se comió sin problema un ramen como para hacer llorar los ojos, y otras prefirió dejar de lado el wasabi. «Tratamos de no asumir qué les va a gustar y qué no», apunta. Esta lógica los ha provisto a él y su mujer, Sofía, de hijos que todo lo prueban, y con gustos más que originales. Simón, por caso, se desvive por el ajo y todo lo que lo incluye, con el alioli y los camarones al ajillo a la cabeza. «Además, le contamos qué es cada cosa. Hace un tiempo empezó a comer calamar porque le gustó saber que eso era lo que comían los cachalotes, ya que le interesa mucho todo el universo marino», cuenta. Tras cuatro años de vivir en Ibiza, en tanto, el nuevo descubrimiento al que se resiste es al jamón crudo argentino, no encontrándole el mismo gusto que al reconocido ibérico. Pequeñas exquisiteces de un paladar bien entrenado.