Fuente : Infobae ~ En Buenos Aires, los bares Miramar, en San Cristóbal, y El Progreso, en Barracas, se convirtieron en referentes estéticos que atraen a directores de cine, productoras y fotógrafos para sus trabajos audiovisuales. La explicación a un fenómeno que no para de crecer
Cables y cámaras de última generación se mezclan con mesas antiguas, pocillos de otra época, sifones y sillas por las que transitó seguramente más de un personaje de la bohemia porteña. La ciudad de Buenos Aires cuenta con varios bares y cafés tradicionales que, por su encanto y porque reflejan como pocos lugares algo de la esencia y las costumbres argentinas, resultan ideales como sets de filmación de películas y avisos publicitarios.
Hay especialmente dos rincones porteños que se destacan como los escenarios más elegidos para todo tipo de producciones audiovisuales: el bodegón Miramar, en San Cristóbal, y café El Progreso, en Barracas. Se trata de dos espacios tradicionales con una particularidad: además de consagrarse como los más buscados para rodajes y sesiones de fotos, son un punto de encuentro de las familias del barrio, clientes y habitués.
Quizás la elección de estos dos lugares se deba a su carácter único y atemporal o por ser depositarios del imaginario porteño. Lo cierto es que por su permanencia y vigencia, aparecen en decenas de fotos y filmaciones.
En San Juan y Sarandí funciona desde 1950 Miramar, restaurante español de la región de Galicia, que perteneció originalmente a una familia de apellido Ramos. Desde hace cinco años, al bodegón lo administran Pablo Durán y Martín Paesch. «Nuestro leitmotiv es tratar de que ciertas cosas persistan porque son parte de nuestra cultura intangible», cuenta a Infobae uno de los actuales responsables del lugar.
Los nuevos dueños relatan que cuando lo adquirieron, la cocina seguía en el mismo estado que en la década del ’50. Entonces se renovó todo ese sector del local, pero se conservó todo el mobiliario original de la esquina. «Nosotros logramos de que el bar se apodere de nosotros y no al revés. Si no, perdería su esencia. Por eso tuvimos respeto estético para que siguiera siendo el bodegón que siempre fue», agrega Paesch.
Todavía se pueden encontrar los platos históricos que hacen de Miramar un bodegón con fuerte impronta española y con las figuritas difíciles de la gastronomía local en su menú: ranas, sardinas de Vigo, caracoles, boquerones, costillas de jabalí, rabo de toro y conejo. Pero ese es solamente un costado del local. El restaurante también conserva un perfil social y sigue siendo parte esencial de la vida del barrio y de la vida familiar de la gente del barrio de San Cristóbal.
«Cuando venís a Miramar, te sentás en una mesa y te emociona porque viene el nene chico con el padre, con el abuelo y con el bisabuelo y el abuelo le cuenta al chico que habían comido cierta particularidad que hoy sigue existiendo en la carta. Y es un poco como revivir ciertos patrones de familia. Esto genera una atmósfera que trasciende el tiempo y que es el escenario de estos encuentros», afirma Paesch.
«¿Estos caracoles los lavan de alguna manera?», pregunta el personaje interpretado por Daniel Hendler en una escena muy pintoresca de Derecho de familia, una película de Daniel Burman estrenada en 2005. Acto seguido aparece un mozo que explica: «Se deja una semana en remojo para que se purgue, con agua y con sal, así sale toda la suciedad». Toda la secuencia, que transcurre entre sifones de soda, botellas de vino y hombres chupando caparazones, representa mucho la idea de lo que pasa en el Miramar.
En este local también se filmaron varias publicidades. Caio Lucini de la Agencia Almacén, responsable de una publicidad del vino Michel Torino rodada en el bodegón, cuenta: «Nosotros sugerimos el Miramar porque buscamos un lugar con mucha madera que tiene que ver con el mundo de los vinos y, además, donde hay mozos mayores que se acuerdan de todo lo que les pedís. Un espacio que tiene que ver con nuestro arraigo, con lo porteño. Además, Miramar te aporta calidad y calidez, cercanía. También tenía que tener esa parte histórica y el hecho de que estos lugares hablan mucho de Buenos Aires, lo que pasa cuando se juntan amigos en los bares de acá».
Distinto fue el caso de la grabación de un aviso de chocolates Milka. En este sentido, Paesch dice: «Acá lo que han encontrado es la atmósfera del local, la luz, el clima, la diagramación del mostrador y esa estructura de negocio de almacén de ramos generales antigua. La estructura estética del local que ellos buscaban era una que podría haber existido en Suiza, Francia o España. Eligen Buenos Aires porque, supongo, que es más económico«.
El director de cine Alejandro Agresti, habitué y encariñado con el Miramar, filmó varias películas aquí: Valentín, No somos animales y Una noche con Sabrina Love. En la escena inaugural de ese largometraje, Tomás Fonzi, protagonista junto con Cecilia Roth, aparece como un joven recién llegado a la ciudad. En esas primeras tomas se puede ver el Obelisco de fondo e inmediatamente después aparece un plano del interior del Miramar. Dos clásicos porteños, sin dudas.
Otra particularidad del emblemático restaurante de San Cristóbal es que al antiguo dueño de la familia Ramos, Fernando, tenía como hobbie sacar fotos, una rareza para una época sin celular y sin internet. Hay varias cajas de instantáneas que retratan momentos del local gastronómico. En esas fotos aparecen clientes habituales del lugar, además de sus dos mozos más antiguos.
«Miramar es algo antiguo y la construcción tiene categoría, incluso el piso tiene unas líneas de bronce muy finas, quizás un estilo art decó, más recto y elegante», asegura el fotógrafo Facundo Bengoechea, quien encabeza un proyecto personal de fotografía que cruza alta moda argentina con bares notables, espacios que, según él, son íconos y patrimonio de la ciudad.
El proyecto, que ya tiene 6 años, verá la luz en 2020. «El objetivo es promover el turismo de lo porteño en general, el de producción multimedia en particular y el consumo del talento argentino, de la moda nuestra», cuenta el fotógrafo.
El Progreso: la niña bonita de los rodajes
¿Qué tienen en común una marca de cerveza, una de sopas, una de vino y Boca Juniors? Todos filmaron sus publicidades en El Progreso, un café del barrio de Barracas.
Esta esquina en el sur profundo de la ciudad no solo es atractiva para productoras sino también para directores de películas y unitarios. El lobista, La fragilidad de los cuerpos, y películas como Roma, Operación final y Las grietas de Jara, se cuentan entre algunas de las producciones que fueron parte de la vida del bar.
Es de día en la serie La fragilidad de los cuerpos. Los personajes interpretados por Eva Dominici y Germán Palacios entran al Progreso, van al baño, se besan, tienen sexo, finalmente se despiden en la puerta del bar, en la esquina de Montes de Oca y California. Para terminar pasa un colectivo que barre con la escena.
Una escena de la serie «La fragilidad de los cuerpos»
El Progreso abrió en 1942 y algunos años después lo tomó una familia asturiana. Hoy, uno de los descendientes, también español, lo sigue gestionando y lo mantiene como un monumento familiar, con una vitrina llena de recuerdos y piezas de colección.
Este bar fue testigo del apogeo social del barrio y de su esplendor fabril. Corría el año ’70 y el bar abría 24 horas, los 364 días del año. Era un verdadero club masculino donde se reunían vecinos y obreros a ver fútbol y carreras de caballos, o a jugar al billar y hablar de mujeres y política. También existía el salón familiar, un reservado separado por una mampara de madera y vidrios esmerilados, que explica la doble entrada por calle California. Esto permitía a familias, parejas, niños y a las mujeres, en general, ingresar al bar sin necesidad de involucrarse con el clima masculino del salón.
De toda esa historia queda la atmósfera barrial y elegante, sobria pero algo desgastada del bar. Siguen los desayunos, el menú del día, los aperitivos con ingredientes por la tarde y los rodajes locales e internacionales que son parte habitual del bar.
También se repite la tendencia de productoras audiovisuales internacionales que llegan a filmar a Buenos Aires por la conveniencia del cambio y el carácter cosmopolita de algunos bares locales.
«La última que se hizo fue insólita, una propaganda para Coca Cola Francia en conmemoración de cuando Francia ganó un mundial y otra para la British Petroleum», comenta César Moreno, el dueño actual del local.
Sobre la filmación de la película Roma de 2004, César cuenta que el cineasta Adolfo Aristanain necesitaba recrear un contexto de los años sesenta y le comentaba: «En Buenos Aires hay mucho de eso, pero el problema es que pocos están preservados».
«Vienen a buscar eso, la preservación y el mantenimiento del espíritu del lugar, sin intervenciones fuera del contexto de los que fue el bar», afirma ahora Moreno. Esa misma atmósfera se buscó en la película Operación final de 2018 para Netflix. «Aparecemos en el minuto ’45 donde se hace el tráfico de dinero y de pasaportes en un bar y hay dos espías en las dos puntas del salón. Eso es acá. Fue la de más envergadura. Esa película transcurre durante la presidencia de Frondizi», completa orgulloso el propietario.
El aviso publicitario con más repercusión grabado en el lugar fue el de una de las cervezas más populares del país que lo tiene a Guillermo Francella como protagonista. La elección de este bar, según la agencia La América, encargada del aviso, responde a «una necesidad de la empresa de volver a sus raíces para aparecer en los lugares que le corresponde, que son naturales para la cerveza, lugares populares, es decir, donde cualquier argentino se sentiría cómodo».
«No es canchero, ni postural, ni aspiracional, sino transversal a todos y tiene raíz popular. La idea fue recuperar el orgullo y celebrar todos estos lugares clásicos argentinos, retratarlos con cariño, mostrarlos en su mejor versión, mostrarlos lindos y rescatarlos«, concluyeron los realizadores.