Fuente: Clarín ~ Se trata del Roma (1905), de La Boca; La Flor de Barracas (1906); El Federal (1864), de San Telmo; La Puerto Rico (1887) y La Embajada (1907), de Monserrat. Y el Margot (1904), de Boedo.
Uno pasa la puerta vaivén del bar Roma, de La Boca, y entra a otro mundo. Puede ser a una noche de 1911. A aquella noche en la que Cafieri, un vecino con fama de matón, copó este bodegón para presentar a “una yunta que cantando hace primores”: Gardel y el uruguayo José Razzano. Esa noche a la que Enrique Cadícamo homenajeó con la letra de la milonga «El Morocho y el Oriental» (1946): «Viejo café cincuentón/ que por La Boca existía,/ allá por Olavarría esquina Almirante Brown./ Se estremeció de emoción/ tu despacho de bebidas…».
Y aunque uno no sea tanguero, en el Roma, ubicado en Almirante Brown y Olavarría, puede «viajar» igual. Viaja cuando lee «Es prohibido escupir en el suelo» y «Teléfono público», entre otros carteles que cuelgan sobre las paredes de ladrillo a la vista. Y viaja cuando lee el menú, en el que el pan con manteca convive con las ensaladas gourmet.
Bienvenida. La puerta del Roma, de 1905. Un ícono de La Boca y de la Ciudad. / Maxi Failla
Barra. En el Roma, de La Boca. De colección. / Maxi Failla
El Roma nació 1905 como anexo de una fiambrería y se convirtió en un boliche de barrio que guarda (semejantes) memorias porteñas. No es el único de la Ciudad de Buenos Aires. Por suerte. De hecho, Clarín le dedicó esta nota GPS a otros locales de ese tipo, entre ellos, el Bar de Cao (1915) de San Cristóbal, Margot (1904) de Boedo y el Palacio- Museo Fotográfico Simik, de Chacarita, que tiene sólo 34 años pero también, una colección de 2.500 objetos: desde daguerrotipos de 1840 hasta cámaras digitales pioneras.
Cisne. El antiguo grifo para cerveza «corona» el mostrador de cuatro mármoles en el austero local de La Embajada./ Maxi Failla
Bienvenida. Al Margot, en Boedo 857, junto al pasaje San Ignacio. / Maxi Failla
La historia de los cafés y bares porteños arranca en el siglo XVIII. Entre los pioneros figuran el de los Catalanes, fundado en 1799 y ubicado en lo que hoy es la esquina de Perón y San Martín, y el Café de Marco, que abrió en 1801 en las actuales Alsina y Bolívar. Y, en la lista de celebridades antiguas, están el Tortoni (1858 y reformas), en Avenida de Mayo; La Biela (1850 y también reformas), en Recoleta, y Las Violetas (1884 y también reformas), de Almagro.
La lista oficial de locales destacados en la Ciudad también es extensa. Y es variada. Según fuentes oficiales, hay al menos 85 cafés/bares notables, es decir, distinguidos por su antigüedad y/o por sus aspectos arquitectónicos y culturales.
Cremonas. Especialidad del bar y confitería La Puerto Rico, fundado en 1887. El local está en Alsina 416. / Maxi Failla
«Sueglios». Las pastas rellenas que homenajean al bisabuelo de los Cantini, dueños de La Flor de Barracas, de 1906. /Maxi Failla
El investigador Carlos Cantini, autor del blog «Café Contado» y dueño de otra joyita, el bar La Flor de Barracas (1906) -también reseñado en este artículo GPS-, recomienda a Clarín otros «sobrevivientes» imperdibles, con corazón de barrio, aunque ahora estén ubicados a metros del ajetreo céntrico. Son refugios del trajín cotidiano, marcados por las historias del arrabal, por el tango; por las de los inmigrantes, los obreros y los pequeños comerciantes, y por los pocos espacios, aparte de ellos, para encontrarse. En general, tienen luces tenues, para encenderlos. Como máquinas del tiempo.
Cantini habla, entre otros, de El motivo (1959, en Salvador María del Carril y Zamudio, Villa Pueyrredón), con sus cortados servidos en vaso de vidrio, azúcar en terrones y, sobre todo, su paz de «templo arqueológico». Del Montecarlo (1922, en Paraguay y Ravignani), con sus tazones de café con leche y la leyenda de la visita del Che Guevara. Y de La Embajada (1907), en Santiago del Estero 88: otro mundo aparte. (Y menos conocido que el mundo aparte del Roma, que salió segundo mejor bar notable votado por los porteños en 2017, detrás de Las Violetas).
Otro mundo. La Embajada, en Santiago del Estero 88, de 1907. / Maxi Failla
Art Déco. En la tipografía para el nombre de la Puerto Rico. Su sede de Alsina 416 fue reformada en la década de 1930, con ecos de ese estilo. / Maxi Failla
El de La Embajada es un mundo austero, salvo por el mostrador de mármoles de cuatro colores y grifos de cerveza con forma de cuello de cisne, preciosos. Pocos carteles. Carteles con los precios. Con viejas publicidades de cerveza Estrella. Fotos en blanco y negro. Una tele chica. Un par de clientes solitarios que leen el diario. Otros de corbata y portafolio que piden fabada (guiso de porotos y embutidos asturiano), tal vez, como forma de escapada a almorzar en casa. El edificio de 1907, con pisos originales y sifones en casi todas las mesas, con luz tenue, refuerza su aire español así, con la oferta gastronómica. Con el olor a especias. Y con el sándwich de jamón tipo serrano. Modesto, como escondido, a metros de una cadena de cafeterías y de un restó urbano, La Embajada es un remanso. Desacelera. No es casual que lo hayan elegido para filmar publicidades: es bien-bien popular pero más que nada es auténtico.
San Telmo tiene otros imanes, emblemáticos. El Federal (1864), en Carlos Calvo 599, que fue pulpería, almacén de productos ultramarinos, en parte prostíbulo y, ya en el siglo XX, escenografía de películas (entre ellas, “Cafetín de Buenos Aires“). Pueden sonar los Beatles y ha ido Francis Ford Coppola. Pero hay quien se sienta a imaginarse el ruido de una carreta. Y están los que siempre recuerdan que tuvo que cerrar durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871, mientras los vecinos que podían se mudaban hacia el norte. Que reabrió, entre ecos de aquel espanto y casonas vacías que se convertirían en conventillos. La historia de la Ciudad y su gente se puede evocar entre sus mosaicos calcáreos originales, la gran barra con arco, reloj y vitraux, la máquina registradora, las barricas de roble francés y su colección de chapas y avisos enlozados.
A pocas cuadras de El Federal, en Alsina 416, está La Puerto Rico (1887), donde ni siquiera la decoración con mulatos y palmeras logra borronear su impronta porteña. Será porque todos charlan este mediodía. Porque suenan tazas y suenan platos. O por esa montaña de cremonas, tan recomendadas como sus medialunas.
5 opciones:
1) Roma. «Viejo café cincuentón/ que por la Boca existía,/ allá por Olavarría esquina Almirante Brown./ Se estremeció de emoción/ tu despacho de bebidas/ con las milongas sentidas/ de Gabino y de Cazón». Así empieza El Morocho y el Oriental , la letra de la milonga con la que Enrique Cadícamo homenajeó a Gardel y José Razzano e inmortalizó al bar Roma, de La Boca. Abrió en 1905 como anexo de una fiambrería. Después se convirtió en bodegón. Y ese aire conserva, con puertas vaivén de madera, piso como damero y carteles antiguos, entre otros objetos. ¿Un café con leche con pan y manteca? ¿Ensalada César? Hay, en Olavarría 409.
2) De Barracas al mundo. Clarín lo reseñó acá. El local de La Flor de Barracas abrió en 1906 y conserva su espíritu de bodegón y de tango. Allí hubo peleas de compadritos y hay homenajes a los ex vecinos Angel Villoldo, padre del género, y Eduardo Arolas, “tigre” del bandoneón. Carlos Cantini, autor de un blog que cuenta cafés de Buenos Aires, «Café contado», recordó a este diario que por el negocio, pasaron payadores y orquestas típicas. ¿Qué comer? Hace un par de semanas un periodista del diario The Washington Post recomendó ir a desayunar. Las medialunas “dulces“. Pero hay que probar el plato de pastas «sueglios», que homenajea al pueblo italiano de donde vino el bisabuelo de Cantini y familia en 1869, Sueglio. La porción de «sueglios» rellenos de osobuco vale $350 y la de los de cordero, $390. La Flor de Barracas, notable desde 2011, está en Suárez 2095. Más info y la agenda de actividades, acá.
GPS Barracas: entre hits y secretos del profundo sur porteño
3) Historia y bohemia. En 2004, cuando fue distinguido como notable, fuentes la Comisión de Cultura a cargo indicaron: “Auténtico y emblemático cafetín de Buenos Aires, es uno de los más antiguos de la Ciudad en pie. Fue testigo de la identidad de una época; lugar único e histórico para el barrio de San Telmo. El edificio data de 1864 y conserva su carácter arquitectónico original. Su especial estilo italiano se encuentra en sus viejas paredes que guardan historias, secretos y anécdotas del Buenos Aires antiguo. En sus inicios fue pulpería. Luego, por muchos años, almacén y despacho de bebidas“. Burdel. “La barra, con alzada de mostrador de confitería, tiene unos 120 años“. Y se filmaron varias películas, entre ellas, “El Tango cuenta su historia”, “Custodio de señoras” y “Desde el Abismo”, además “Cafetín de Buenos Aires”, claro. En Carlos Calvo 599. Entre vecinos y turistas, ofrece además una atmósfera bohemia.
En exposición. Historia porteña, como en un museo, en El Federal. / Maxi Failla
La Picada Federal (queso de campo, longaniza, lomito ahumado, cantimpalo, matambre casero, bondiola estacionada, lengua, aceitunas verdes y negras, maní, palitos, papas fritas y pan casero) vale 470. Comen dos, pican cuatro.
4) Desde el Caribe. Mulatos y palmeras decoran el salón. Y la Puerto Rico se llama así porque su fundador, Gumersindo Cabedo, abrió el negocio en noviembre de 1887, tras pasar por justamente aquel país. El primer local funcionó en la calle Perú y en 1925 se mudó a la ubicación actual: una antigua casona de dos pisos reformada en los años ’30, con maravillas art decó, entre ellas, la tipografía de la marquesina.
Cartelito. Un pedacito de la historia de la Puerto Rico, al fondo del local de Alsina al 400. / Maxi Failla
La fachada de La Puerto Rico reúne de granito negro y vidrieras amplias. Y una puerta de dos hojas con vidrios esmerilados. Es café notable desde 1999. ¿Hay cola? Se puede comer, tomar café y comprar para llevar: desde cremonas (la grande de 700 gramos, a $160), facturas y masitas hasta bombones y café. Las medialunas valen $210 la docena.
Mostrador y salón. En La Puerto Rico, llamada así porque por ese país anduvo su dueño. / Maxi Failla
Dato: El investigador Carlos Cantini cuenta que “durante años, todas las mañanas, a las 7.15, un personaje por entonces no tan relevante, ocupaba la misma silla de la misma mesa y esperaba a la mujer de la limpieza de la Basílica de San Francisco para invitarle el desayuno, era el actual Papa Francisco”.
5) Alma española. Sobre La Embajada dicen en Turismo de la Ciudad: “Esta es una provisión como las de antes, que supo ofrecer una nutrida oferta de productos ultramarinos, en pleno barrio de Monserrat (zona de fuerte presencia hispana)… Un bar presentado a la manera de los viejos despachos de bebidas, anexos al almacén“. El mostrador, con sus cuatro clases de mármoles, se impone en el salón. Ofrece sándwich de jamón tipo serrano en baguette artesanal por $130 y fabada, a $ 250 . En Santiago del Estero 88, a metros de Avenida de Mayo. Se trata de un secreto modesto. Y, para transportarse a otras épocas, es mágico.
Barra. En La Embajada, que fue un despacho de productos ultramarinos clave en la Ciudad. / Maxi Failla
6) Margot. Desde 1904 hubo negocios en el edificio de Boedo donde funciona este bar. En la década de 1920, una bombonería y en los años ’40, la Confitería Trianón, donde el matrimonio Torres creó el sándwich de pavita al escabeche que es su emblema hasta hoy (con tomate y lechuga en pan multicereal, bagel, árabe, casero, pebete o negro a elección, $165). Es famosa la anécdota que cuenta que Perón desvió a su comitiva para pasar a buscarse uno. ¿Algo distinto? Ravioles fritos, a $130.
Collage del tiempo. Las paredes del Café Margot, cuya sede se edificó en el 1900, exhiben retratos, anuncios antiguos, poemas y otros homenajes. / Maxi Failla
Pavita histórica. En sándwich, tras prepararla en escabeche, es emblema del Margot desde la década de 1940. Maxi Failla
Con el Margot llegaron los habitués: el Grupo de artistas y pensadores de Boedo -rival del de Florida-, el político socialista Alfredo Palacios y el boxeador Ringo Bonavena, entre otros. Entre los retratos y los carteles añejos, fundaron una biblioteca Maestro Miguel Ángel Caiafa, en la trastienda Maestro Carlos Caffarena. En Boedo 857, Boedo. Es notable desde 2007. Más info, acá.