Fuente: La Nación ~ A metros de la intersección con la transitada avenida Cabildo, la calle Juramento se distingue por su tranquilidad. Ya no hay autos, camiones de carga ni colectivos doblando desde la avenida, como hasta hace dos días. Ahora, sobre la calle, hay mesas, y, sobre las mesas, parejas y amigos tomando un café de sábado por la mañana.
Las mesas de los restaurante y cafeterías ocupan las veredas y parte de las calles, sobre las cuales el gobierno porteño pintó círculos amarillos para delimitar la distancia. Fernando Grone y Cecilia Mitigueri, un matrimonio de 52 y 51 años, se sentaron sobre una de las mesas de un restaurante a tomar un café.
«Soy diabético. Es la primera vez en seis meses que salgo a pasear y que uso mi Sube. No me da miedo el colectivo ni tampoco estar sentado acá. Mientras que cumplamos con todos los cuidados, está todo bien», comenta Grone. El y Mitigueri viven en Vicente López y se acercaron a la zona para comprar un celular. Como se habían enterado por los medios que la calle Juramento entre Cabildo y Amenábar había sido peatonalizada, planearon, de paso, acercarse a tomar algo. Coronavirus: La Argentina superó los 3000 internados en terapia intensiva y es el quinto país con más casos graves del mundo
El corte del acceso vehicular de estas dos calles del centro de Belgrano forma parte de la segunda fase de la peatonalización planeada por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. La intención de este proyecto, que tiene un total de cuatro fases, es que los locales gastronómicos dispongan de mayor superficie para colocar mesas y sillas y que se evite, a su vez, las aglomeraciones de personas en las veredas. Hasta esta semana, se habían inaugurado calles peatonales en Caballito, San Telmo y Villa Devoto. A estas se sumaron, entre ayer y hoy, zonas de Belgrano, Palermo, Recoleta, Villa Urquiza y Boedo.
Según pudo constatar LA NACIÓN durante un recorrido por Belgrano y Palermo, esta nueva modalidad gastronómica no es solo un alivio para los vecinos de la zona sino también para cafeterías, bares y restaurantes, que venían trabajando principalmente con delivery y con Take Away Plus sobre la vereda.
«Las aplicaciones de delivery te sacan un 30% de la ganancia. Nosotros terminamos ganando muy poco», afirma Virginia Cancino, la encargada de Oggi, un restaurante de pastas. El local agregó mesas sobre la calle ayer a la tarde, cuando se inauguró la peatonalización de la calle Juramento, y, según asegura, fue un éxito. «Se hizo de noche y las mesas se llenaron. Fue una alegría inmensa», comenta.
Son las 12.30 y todavía la mayoría de sus mesas del local están vacías, según Cancino, porque todavía es temprano. «Desearía que se mantenga así -sostiene Laura, una de las únicas comensales del comercio, quien prefirió resguardar su apellido-. Me siento segura porque hay poca gente. Si se llega a llenar como estaba Palermo el fin de semana pasado, me voy».
Según los vecinos y comerciantes del barrio de Palermo, la reciente peatonalización de la calle Nicaragua entre la avenida Dorrego y Arévalo marcó un cambio radical en el cumplimiento de las normas de distanciamiento. «El sábado pasado estaba imposible. Había fila de una hora para retirar comida con la modalidad Take Away Plus y teníamos que salir permanentemente a la vereda para pedirles a los clientes que cumplieran con el protocolo», recuerda Alessandro Tálamo, el encargado de la cafetería Oui Oui de la calle Nicaragua. Desde ayer a la tarde, el local tiene a disposición de los clientes 16 de sus 34 mesas, y, en este momento, todas están ocupadas.
A unos metros, sentada sobre la silla de una de las mesas de otra cafetería, Abril Moi, de 8 años, toma una limonada con pajita y balancea los pies, que aún no le llegan al piso. La acompañan sus padres, Pablo Moi y Cecilia Gasparrou, quienes se enteraron por televisión que la zona había sido peatonalizada y decidieron traer a su hija en bicicleta. «Vinimos para que Abril tome aire. Cumplimos la cuarentena a rajatabla, ella no vio a ninguna de sus amigas. A todos los chicos les hace muy mal el encierro. Lo vemos en el comportamiento, en el nivel de irritabilidad», dice Moi.
Él y Gasparrou se sienten «raros», como si fuera la primera vez que se sentaran en un restaurante. «Ya perdimos la costumbre. Miramos los precios a ver si cambiaron, miramos a la gente», comenta Moi, con su barbijo puesto.