Fuente: La Nación ~ Aunque para muchos su fin estaba cerca, el histórico bar-bodegón demuestra que está dispuesto a dar pelea. En la esquina de Suárez y Arcamendia, La Flor de Barracas tiene la particularidad de no haber cerrado nunca en sus 115 años de vida. Abrió como fonda y desde ese entonces, todos los días dio de comer hasta que bajó sus persianas cuando se dispuso la cuarentena social obligatoria por el Covid-19. Pero La Flor no se dejó amedrentar por los sinsabores de la pandemia y unos meses después, se puso en marcha nuevamente. Esta vez con tres de sus empleados al frente, Sixto “Pupi” Portillo, su cocinero; Ramón Agüero, maestro de pastas; y Gastón De Villa, ayudante de cocina, todos del barrio, para quienes hace más de una década La Flor es su vida.
“Hoy vinieron casi cuarenta personas, los sentamos a todos bien separados, cumplimos con los protocolos, y mantenemos todo bien limpio”, dice “Pupi” Portillo. “Abrimos a primera hora, yo llego a las cinco porque vienen muchos camioneros, vienen las maestras, mucha gente de las oficinas de la zona a desayunar. También les llevamos café con facturas a los empleados de las fábricas de acá enfrente, y vienen muchos vecinos, ellos son los que nos ayudaron mucho al comprarnos pastas y lo que podíamos vender durante la cuarentena”, cuenta Portillo. Al igual que para el resto del rubro gastronómico, el período de aislamiento fue difícil. “Al principio vendíamos pastas congeladas, la dueña de La Flor, sus amigas y los vecinos, nos compraban para darnos una mano. Después empezamos a vender café con leche y medialunas para llevar, pusimos una mesa afuera y despachábamos, hasta que se habilitaron los sectores al aire libre y pudimos usar el patio. Desde que anunciamos la vuelta de La Flor, en mayo del año pasado, no paramos de trabajar”, señala.
Victoria Oyhanarte compró La Flor de Barracas en 2009 como inversión, el inmueble incluía además del antiguo bar, una propiedad en el piso de arriba, más tarde adquirió también el terreno de al lado. “Estaba muy venido abajo, pero se mantenía como un bar y llevaba más de 100 años abierto. Es un edificio antiguo, del 1800, arriba hay una casa con muchas habitaciones, nunca dejó de funcionar como bar y después de comprarlo me di cuenta de lo que significaba porque había gente que venía de toda la vida. Ahí me di cuenta de que no podía venderlo y entonces lo empezamos a poner lindo. Nos fuimos enamorando de La Flor, arreglamos abajo y arriba también porque teníamos la ilusión de hacer una pensión”, cuenta Oyhanarte.
“Nunca había querido tener un bar, pero hicimos un equipazo. La carta la hizo Ofelia, la cocinera de toda la vida de la casa de mamá, que era como una madre para mí. Ella hizo el menú que es el que se mantiene hasta el día de hoy y tres de sus recetas salieron en el libro de Recetas de los bodegones de Pietro Sorba que incluye más de 45 platos. Declarado Bar Notable de la Ciudad de Buenos Aires, La Flor propone sabores conocidos con buena calidad, desde pastas caseras, carnes y cocina típica criolla, al mejor estilo bodegón, donde se come como en casa. “Se come espectacular, es comida como la de mamá, pero con calidad, la gente lo ama”, sostiene Oyhanarte quien dejó el bar cinco años después de adquirirlo, cuando se lo alquiló a la familia Cantini, quienes tomaron a su personal. En mayo pasado, después de otros cinco años los Cantini se fueron y despidieron a los empleados. “Ellos se iban a quedar sin trabajo, sin su vida que es La Flor y además yo no quería que el lugar quedara vacío”, cuenta Oyhanarte que les dio el manejo de La Flor a quienes habían trabajado en el lugar por una década. “Me pareció que era lo mejor. Yo se las presto, no son mis empleados, no tengo ninguna ganancia”, aclara Oyhanarte.
“Cuando se fueron quienes la manejaban, la dueña me llamó para que nos hiciéramos cargo con mis compañeros con quienes que estamos hace diez años. Nos dijo que la trabajáramos, que si podíamos pagáramos los impuestos, sino ella nos ayudaba”, recuerda “Pupi” Portillo, que armó junto con sus colegas una cooperativa para llevar adelante el lugar. “Hoy tenemos mucha concurrencia, viene gente de todos lados, gracias a Dios. Los viernes hay más trabajo y nos quedamos hasta las 12 de la noche, los sábados también suelen ser de corrido, y los domingos de 9 a 17. Nosotros abrimos siempre, todos los días del año, los feriados también, para el 24 y el 25 de diciembre”, cuenta.
A pesar de haber transitado los meses de aislamiento y salir a flote, La Flor de Barracas está en una situación endeble. Durante la etapa que manejó el bar, Oyhanarte decidió alquilar la propiedad del primer piso, una casa con muchas habitaciones, que fueron subalquiladas y que tiempo después junto con el terreno lindero fueron usurpados. Hoy está en juicio de desalojo con quienes la ocupan ilegalmente y esta situación repercute directamente sobre el futuro de La Flor, dado que quiere alquilarla nuevamente, pero se le hace imposible al tener ocupantes ilegales. Por el momento, decidió dársela para manejar a sus empleados.
“Al irse quienes me alquilaban el bar, los Cantini, en mayo pasado, un amigo me hizo dar cuenta de que, si no quedaba nadie en La Flor, en dos segundos iba a bajar la gente de arriba y me quedaba sin nada, además de ser un edificio antiguo que si no se mantiene se viene abajo. La idea de Oyhanarte es volver a alquilar La Flor con la condición que contraten a sus empleados. “Nosotros lo que más queremos es que se solucione lo de arriba, porque la dueña busca alquilarlo, pero nadie lo quiere porque está tomado”, dice Portillo.
“Fui premiada por poner a La Flor en valor y hoy no tengo ningún derecho. La Flor es un sitio histórico, que esté pasando esta falta de estado de derecho es un desastre porque este bar es un símbolo”, asegura Oyhanarte, que espera una solución pronta a su reclamo para poder seguir adelante. “Estoy esperando que se sanee, que se haga justicia, una vez que se logre veremos qué pasa, por ahí la retomo. Si nada prospera, la otra es cerrarla definitivamente, lo que implica demolerla”, finaliza.