Fuente: Clarín by Adriana Santagati ~ La repercusión por las expresiones de Alberto Fernández sobre la meritocracia no ceden. Después del tuit del ex futbolista Gabriel Batistuta sobre el valor del mérito, una conocida cocinera y empresaria gastronómica de Mendoza le respondió al presidente en una dura carta que se hizo viral. “No entiendo a este gobierno, quiere cada vez más pobres y la belleza del ser humano es integrarse con trabajo y con el respeto que nos une y no nos separa”, escribió María Teresa Barbera, dueña del tradicional restaurante mendocino La Marchigiana.
“Crearon un sistema en el que si sos pobre, no servís. Si sos pobre, andá a hacer la fila”, dice al teléfono María Teresa, luego de la gran repercusión de su carta. Tiene 86 años y llegó a la Argentina a los 13. Su padre fue partisano. Con quinto año de primaria, ella vino en un barco, con su mamá, para alojarse en San Juan, con un tío que se había radicado en Argentina porque no conseguía trabajo en Italia por no comulgar con el fascismo.
Con ella venían sus hermanos José, de 16; Angelo, de 11; y Gabriela, de 8. Angelo falleció de peritonitis en el barco; años después, José se recibió de médico, pagando sus estudios mientras trabajaba de mozo. La historia de María Teresa es la de miles de esos inmigrantes que bajaron de los barcos, huyendo de la guerra y la pobreza. Trabajo, trabajo y trabajo, la describe ella. “Con sacrificio, juntar 10 pesos para un ladrillo para edificar. Siempre hemos creído en el país”, apunta, en un castellano en el que el italiano todavía se cuela en el acento marcado y en algunas palabras.
“Con 71 años de trabajo, consecutivo, adentro de la cocina, sin haber faltado nunca, que para mí era como si fuese la Iglesia. Sea de cualquier lugar, cada ser humano, necesita descubrir que la vida es un mínimo de tiempo, que nada está perdido. Más de una vez, me apoyaba en la columna y soltaba mis lágrimas. Cómo se puede amar tanto, así entendí con mi quinto grado y nada de estudio en español, que las cacerolas me brindaron el respeto y el amor, para creer en la vida”, escribió María Teresa en la carta, que le dictó a su nieta Julieta.
“Hablo mucho con ella. Hablo mucho con mis nietos. Tengo cuatro nietos que viven en el exterior. Les digo que busquen de volver, que el país los necesita”, le cuenta a Clarín.
En ese texto, María Teresa es muy dura con la clase dirigente. En 2001, su restaurante también lo había sido con un hecho muy recordado en Mendoza: en plena crisis y “que se vayan todos”, cuando se habían recortado los fondos para comedores comunitarios, su hijo Fernando decidió prohibirles la entrada a políticos y funcionarios públicos hasta que se recompusiera esa suspendida ayuda social.
Hoy, Teresa cuestiona “la foto de Alberto y Moyano, juntos sonrientes” y señala que “la vicepresidenta es una ciudadana igual que todos y tiene que ser juzgada cómo uno más”. “Es una tristeza, sin dimensiones, ver filas de subsidiados: hombres inexpertos, sin oficios, madres jovencitas. Este asistencialismo, esta gran caridad vuestra y humana. Solo pensar los sueldos que reciben nos hacen temblar y ustedes tienen el coraje de hablar de “pobreza”. Dejen que nosotros tengamos la decencia de luchar por el trabajo de nuestro país. No se equivoquen, que la igualdad está en la educación y en el trabajo. La igualdad no es la pobreza que se está generando, ni el aplauso a los corruptos”, dice en su carta.
“Qué lástima aumentar el odio y el rencor en el mismo pueblo. Es un dolor muy grande”, sigue. Ese concepto, el del dolor por la división, lo repetirá varias veces en el diálogo con este diario. “Necesitamos un cambio de mentalidad, de paternidad. Son humildes, son pobres, pero, ¿cuánta gente salió de la pobreza? Tenemos que unirnos, ver qué podemos hacer, usar la cabeza y la inteligencia. No puede ser esto de nosotros allá, ustedes acá. Necesitamos diálogo”, insiste.
A la pregunta de cómo fomentar ese diálogo, dice que “es muy difícil”, pero que es necesario “unirnos y ver si las empresas podemos hacer algo en este gran pozo de pobreza, emplear personas, si no tienen oficio capacitarlas. Tenemos que superar que somos diferentes: somos todos argentinos y tenemos que elevar esta clase social a la que le están dando migas”, se exalta.
Aunque no completó su educación formal, dice que siempre leyó mucho: “No era para un mañana de riqueza, sino para que nadie manejara la cabeza de mis hijos. La preparación te da la posibilidad de acercarte y entender al otro”. La motivación para escribir esta carta fue su hijo Joaquín, quien murió hace más de tres décadas (tuvo siete hijos, y dos fallecieron). “Siempre hablaba de política con Gioachino”, lo nombra en italiano. “Me decía ‘Mamá, no podemos permanecer indiferentes’. Pasaron más de 30 años y sigo hablando con mi hijo. Me da tanta pena todo. Yo amo Argentina, por mis hijos y por mis nietos”, se emociona.
Barbera empezó a cocinar casi cuando llegó a la Argentina, ayudando a su mamá que arrancó con cuatro cacerolas dándoles de comer a los 20 hombres que vivían en una pensión. En 1950 pusieron el primer restaurante La Marchigiana, en homenaje al origen de sus padres. “Me acuerdo un día que vino un señor porteño y pidió una milanesa napolitana. Eso no existía en Italia. Así que mi mamá me pidió que le dijera una mentirita piadosa: que el cocinero se había enfermado, pero que él me dijera cómo se hacía y mi mamá se la preparaba. Le pusimos queso rallado encima”, se ríe.
Se casó con Francesco y la familia siguió expandiendo el negocio gastronómico. Hoy, los Barbera tienen seis emprendimientos en Mendoza, y Teresa dice que la situación es complicada. “Uno está con deudas, alquileres que pagar… Pero tenemos que agradecer a los clientes que vienen a comer a un pedacito de patio y a los proveedores de Mendoza, porque ellos nos hacen subsistir. Porque no nos podemos comer las piedras”, afirma.
Teresa sigue yendo a cada uno de sus restaurantes, pero sus nietos “me echan de todos los lados porque me pongo a gritar: que el trapo no está bien limpio, que la canaleta está sucia”. Cuenta que recibió muchos llamados felicitándola por su carta, pero que los atendió su hija Beatriz. Ella se siente tranquila. “He llorado y estoy cerca de mi hijo. Cumplí mi misión. Espero ver a mi hijo de cerca y decirle ‘Gioachino, he llegado’. Quiero ver a esta juventud sin odios ni rencores”, reclama antes de levantar el tono de voz y cortar la comunicación en italiano: “Forza Argentina, ¡andiamo avanti!” (Fuerza Argentina, vayamos adelante).
La carta completa
Mi nombre es María Teresa Barbera, tengo 86 años. Dicen que soy muy conflictiva, no me puedo quedar en silencio, tendría que haber nacido muda, corta de vista y medio sorda para no haber ocasionado tantos problemas.
La verdad es que no me puedo quedar quieta. Y todos mis hijos, tienen la misma respuesta: “Mamá, ya es hora que te jubiles. Está todo bien, no hagás lío, mamá. Los tiempos han cambiado”.
Y yo con 71 años de trabajo, consecutivo, adentro de la cocina, sin haber faltado nunca, que para mí era como si fuese la Iglesia.
Sea de cualquier lugar, cada ser humano, necesita descubrir que la vida es un mínimo de tiempo, que nada está perdido.
Más de una vez, me apoyaba en la columna y soltaba mis lágrimas. Como se puede amar tanto, así entendí con mi quinto grado y nada de estudio en español, que las cacerolas me brindaron el respeto y el amor, para creer en la vida.
En esta tierra donde muchos fueron los que con esfuerzo sembraron, y una gran mayoría siguieron por ese amor.
No entiendo a este gobierno, quiere cada vez más pobres y la belleza del ser humano es integrarse con trabajo y con el respeto que nos une y no nos separa.
A los 13 años, desembarcamos con mi madre en llanto y su hijo tan pequeño muerto. Fue en 1948, después de ver a mi patria destruida, llegué a un país desconocido, ya en ese tiempo quemaban las iglesias. Aún hoy, con tantos años pasados, me cuesta entenderlo.
Solo pueden gobernar unos, que hablan de democracia, sin respeto para la Justicia. Los temas de corrupción, días tras días, fortificados con poder, intrigas, soberbia y prepotencia. Yo me pregunto: ¿Cómo hicieron los europeos a reconstruir todo y dejar en el olvido dictaduras dominantes?
Qué lástima aumentar el odio y el rencor en el mismo pueblo.
Es un dolor muy grande.
No puedo pensar que en Argentina, no está apreciado el sacrificio, el el esfuerzo, de tantos argentinos que luchan creyendo que todo esto terminará y tendremos un mañana.
Solo ver la foto de Alberto y Moyano, juntos sonrientes, con un radiante y honesto futuro…??
Es una tristeza, sin dimensiones, ver filas de subsidiados: hombres inexpertos, sin oficios, madres jovencitas.
Este asistencialismo, esta gran caridad vuestra y humana. Solo pensar los sueldos que reciben nos hacen temblar y ustedes tienen el coraje de hablar de “pobreza”. Dejen que nosotros tengamos la decencia de luchar por el trabajo de nuestro país. No se equivoquen, que la igualdad está en la educación y en el trabajo. La igualdad no es la pobreza que se está generando, ni el aplauso a los corruptos.
La igualdad sería la Justicia, por ejemplo: la vicepresidenta es una ciudadana igual que todos y tiene que ser juzgada cómo uno más.
Hay un gran cansancio de tantas injusticias.
Ahora concluyo, digo lo que pienso, con el alma, mi verdad no es para ofender, solo me pregunto: ¿Un país que puede dar tanto, siempre con la misma mentalidad, los ricos y los pobres? Les puedo asegurar que el capital humano abunda en la pobreza solo hay que saber despertarlos.
El solo hecho de pensar qué con los subsidios se arregla el país, qué lejos estamos de un mundo de bien.
Desde ya, que las empresas se vayan, es por la política de ustedes, de cierre y de poca apertura. En todos los países del mundo, amparan a la masa trabajadora, le dan oportunidades a los capitales para que estén seguros y puedan trabajar dignamente. No incrementan el odio sino el respeto.
Todos los días, un cambio nuevo, otra ley de Afip, el dólar imparable, etc.
Las empresas no se van, huyen de esta hecatombe. Y los que se quedan acá son los héroes.