Fuente: Clarín Gourmet by Daniela Gutierrez – En los antiguos muros del Palacio Leloir en Recoleta, donde hace 80 años funciona el Círculo Italiano surgió una nueva propuesta gastronómica con una amplia variedad de opciones: un bar para disfrutar de desayunos y aperitivos, un restaurante con los sabores de Italia, una cava secreta y un jardín rodeado de verde donde disfrutar de la majestuosidad del edificio histórico.
Bravo no es simplemente un restaurante; es un espacio que fusiona estas ofertas -a las que se le suman salones para eventos- en un edificio construido en 1903, incluido en el listado de inmuebles catalogados por la Ciudad con protección estructural. Por lo tanto, disfrutar de una comida aquí se convierte en una experiencia gratificante no solo para el paladar, sino también para los sentidos y la historia.
Detrás del proyecto hay manos expertas. Al mando están Mariano Maciel (51) y Germán Pereira (48) creadores de Presidente, considerado uno de los mejores bares de la Ciudad y del país: hace dos años alcanzó el puesto 21 de la lista internacional The World´s 50 Best Bars y hoy ocupa la posición 61 entre los cien más destacados.
Cómo se reformó el palacio y cómo es Bravo
Este nuevo establecimiento irradia un ambiente acogedor y sofisticado desde el momento en que se cruza el umbral. El edificio es imponente, su diseño arquitectónico fusiona diversos elementos del clasicismo francés y despierta el deseo de explorarlo de punta a punta.
La edificación se caracteriza por ser una residencia distribuida en planta baja y dos pisos superiores, con un extenso jardín trasero y una fachada que se encuentra retirada de la línea municipal.El concurrido salón del restaurante Bravo. Foto: Constanza Niscovolos.
Cuentan los socios del Círculo que el embajador y el cónsul de Italia no se sentían cómodos con la franquicia que tenía la concesión del espacio gastronómico. Según ellos no tenía nada de italiano y les incomodaba que fuera un nombre francés.
Fue ahí cuando buscaron alternativas y Mariano y Germán se unieron con Sebastián Schneider, que tenía experiencia en real estate para presentar su propuesta.La vista privilegiada al jardín del palacio Leloir. Foto: Constanza Niscovolos.
Al encarar el proyecto, Mariano y Germán necesitaron manos expertas para enfrentar la reforma que se necesitaba para la puesta a punto del lugar. A pesar de que una cadena de cafeterías ocupó el espacio durante cuatro años, el palacio necesitaba una buena lavada de cara y reformas estructurales.
Sin dudas, una renovación con semejante carga histórica no era tarea fácil: “Trabajar en este espacio no fue como alquilar un local o propiedad. Acá todo fue consensuado con la asamblea de socios”, señalan.El amplio salón donde funciona el restaurante Bravo. Foto: Constanza Niscovolos.
Sebastián convocó a los arquitectos Alfredo Read (73) y Sandra Judith Amerise (58) que estuvieron al frente de la obra durante 9 meses: “Hemos llegado a tener 60 personas trabajando en simultáneo”, explican. “Fue una obra difícil, ellos tienen 150 años de historia y nosotros vinimos con propuestas disruptivas”, cuenta Sandra.El jardín del palacio Leloir.
El lugar pasó de tener salones netamente blancos a colores intensos, se pusieron en valor las boiserie, las escaleras de mármol y los pisos de roble de Eslavonia. La cocina se hizo toda nueva, junto con la instalación de electricidad y los sanitarios.
El diseño interior refleja un equilibrio entre lo clásico y lo contemporáneo, con detalles cuidadosamente seleccionados que añaden un toque de exclusividad al espacio. Predomina el color bordó, las lámparas dan un toque dorado y los sillones de pana completan la paleta con un verde esmeralda.Cocina italiana en el restaurant Bravo. Fotos: Constanza Niscovolos.
Además, reconvirtieron un taller de mantenimiento en el sótano en una cava secreta, con lugar para 18 comensales, pensado para comidas privadas y que por el momento prefieren no difundir, para mantener la mística de ese espacio como también hicieron en los comienzos de Presidente donde solo por el boca a boca se podía llegar a su salón oculto.
El público que los visita está compuesto en parte por los socios del Círculo Italiano: “Siempre tuvimos la premisa de que pueda venir el abuelo, con su nieto y sentirse igual de cómodos”, explica Sebastián. “Antes la gente venía porque el lugar es lindo, ahora nosotros le sumamos el plus de una buena propuesta gastronómica”, cierra Mariano.
Qué se come en Bravo
La lasagna de Bravo. Foto: Constanza Niscovolos.
En la carta de Bravo, que si bien es acotada se pueden encontrar desde clásicos como la pasta fresca y amasada en el lugar, hasta innovadoras interpretaciones de platos tradicionales y argentinos como una milanesa de bife de chorizo.
Cuando se ingresa al palacio, a la derecha está el salón Florencia, que cuenta con una gran barra y que se conecta con el patio delantero de la casa, donde los días de buen clima ponen mesas y se puede comer al aire libre. Allí sirven brunchs, sandwichería y cafetería de especialidad. Tienen la idea de, en un futuro, explotar este espacio con una propuesta de aperitivos para el atardecer.La burrata es popular entre las entradas. Foto: Constanza Niscovolos.
Para disfrutar de un almuerzo o cena, hay que dirigirse al restaurante al que se accede a través de un largo pasillo. Este magnífico salón es bien luminoso y ofrece una vista privilegiada del espacio más codiciado de la casa: el jardín. Hay quienes dicen que el enorme plátano que ofrece sombra fue plantado por el mismísimo Domingo Faustino Sarmiento. Allí, en breve ofrecerán pizza estilo napolitano.
Quién tuvo el trabajo de diseñar la carta fue el cocinero Blas Pugliese que también fue el que armó el menú en los comienzos de Presidente Bar.
Al sentarse reciben al comensal con una panera de elaboración casera, con diversidad de sabores, muy tentadora. Dentro de las entradas, es muy popular la burrata ($10.800) que es bien abundante, se sirve con rúcula, tomate cherry confitados, prosciutto y mortadela con pistacho, es para compartir y la fainá. También los buñuelos de verdura ($5.600), que son bien redonditos y crocantes. Los sirven con alioli y limón.
Entre los principales la estrella es la lasagna ($13.200), que se hace con capas de masa que se elabora en el lugar, con salsa pomodoro, carne picada premium, salsa bechamel y queso gratinado. El ojo de bife se sirve con papas. Foto: Constanza Niscovolos.
También sirven risotto de mar y de hongos. Para los carnívoros hay ojo de bife que se sirve con manteca de hierbas y papas. También ofrecen vitel toné, todo el año. La milanesa de es de bife de chorizo y se sirve con puré.
Para finalizar, entre los postres sirven sfogliatella, tiramisú ($6.000), helado de pistacho y un lingote de chocolate. Los domingos por la noche hay cenas especiales pensadas para el turismo, donde sirven asado. Ofrecen tours por la casa y finalizan la jornada con un show de folklore.El lingote de chocolate de Bravo. Foto: Constanza Niscovolos.
En conclusión, el nuevo restaurante en el Palacio Leloir del Círculo Italiano de Buenos Aires es mucho más que un lugar para disfrutar de una buena comida; es un tributo a la rica herencia italiana para aquellos que buscan disfrutar de una experiencia culinaria auténtica y de calidad en un entorno único y lleno de historia.
Bravo. Libertad 1264, Recoleta. Lunes a sábado de 8 a 1 am. Domingo de 13 a 17 hs. Instagram: @bravoresto.ok