Fuente: La Gazeta ~ Zapatos bien lustrados, pantalón negro, camisa blanca arremangada. Moñito bien ajustado y chaleco a tono, por encima del delantal de cocina, también negro. Una lapicera roja entre las ropas, destapador, encendedor, anotador y billetera ancha, en esas donde los billetes entran en todo su esplendor. Luis Alanis luce como el emblema de los mozos de bar.
Conoce bien cómo funciona un bar porque lleva 28 de sus 44 años trabajando en uno -en el mismo-, primero de bandejero, luego ayudante de cocina, cocinero, lavacopas y mozo. Empezó a los 16 años. Lleva 14 sirviendo mesas en el salón. Tiene cinco hijos, uno de ellos trabaja con él.
La situación económica, como con todo, también afectó la propina. “La gente está dejando un poco menos de propina que antes. Sí dejan, pero bueno. Lo más habitual, mas allá de lo que gasten, suele ser $ 10 o $ 15. Algunas veces si gastan mucho, pueden dejar hasta $ 70”, comenta. En ese bar de barrio norte, cada mozo se queda con la propina que recibe. Por día, sigue Alanis, puede juntar $ 200 o $ 250. Dice que los habitués, quienes llegan a una mesa a tomar solamente un café para acompañar unos cigarrillos, siempre dejan propina.
“Hace como cuatro años, en 2015, fue uno de los picos de la propina. Alguien tomaba un café y dejaba $ 40 si tomaba un café que estaba a $ 20. Ahora el café está a $ 65 y dejan $ 5 o $ 10. Muy pocas veces pasa que paguen con $ 100 y dejen todo el vuelto. Antes sí pasaba”, hace memoria Alanis, mirando siempre de reojo que desde las 11 mesas del salón no lo llamen para pedir algo.
Calcula que la propina, al mes, podría significar más de $ 2.000 extras, además de su sueldo. “En el momento en que más propina juntaba, y que la plata más valía, casi que igualaba lo que ganaba en propina con el sueldo, se nivelaban. Ahora la propina se redujo a menos de la mitad, y esa plata vale menos también”, sigue. En los últimos años bajó la venta: “la gente viene y consume lo justo y necesario. Si venían dos personas, antes tomaban un café con leche y tortillas, o un sánguche. Ahora uno pide un café con dos tortillas, el otro un café y comparten. Es lógico que pase esto con la propina también”.
A pesar de la situación económica y de que la propina, esa remuneración que reconoce el servicio, haya caído, Alanis disfruta con su trabajo. “Me gusta ser mozo, me gusta atender, escuchar a la gente, quizás dar un consuelo, eso me gusta”, dice el hombre de barrio Santa Rosa, en Cevil Pozo.