Fuente: Clarín ~ Están en distintos niveles del inmueble y son exponentes del arte del vitraux en la Ciudad. También renovarán la cúpula. Video y galería de fotos.
A lo lejos se oyen las bombas de estruendo de una protesta sobre la Plaza del Congreso. Pero Mariela no se inquieta. En medio del salón de azulejos blancos, pone masilla con un cepillo de dientes sobre las uniones de un vitral de más de un siglo. A su lado, Julieta forma una pintura gris con una espátula fina. Con mucha paciencia, carga un pincel y lo pasa por un vidrio del tamaño de un celular.
La sala del taller de vitrales de la Confitería del Molino es una burbuja ajena al calor de la calle, al apuro de los transeúntes y al ardor de quienes protestan. Allí se restaura parte de los vitrales que hay en el edificio y lo que manda es el detalle, la delicadeza, la precisión. Un trabajo de hormiga pero de dimensiones titánicas: relevar 1.200 metros cuadrados de vitrales, ficharlos y devolverles la vida.
En enero se desmontaron los paños de la marquesina y, hace dos semanas, los tres vitrales de una de las paredes de la confitería, del lado de la escalera, en la planta baja. Son los primeros en pasar por la restauración, en el marco de la recuperación de esta joya del Art Nouveau que permanece hace 22 años cerrada.
Los restauradores no tuvieron vacaciones: este verano se organizaron en talleres de vitrales, maderas y restauración edilicia, se instalaron en distintos sectores del edificio y ahora planean mudarse al cuarto piso. Todos juntos integran un gran equipo abocado únicamente a recuperar el inmueble. Para eso, a su expertise individual le suman el asesoramiento externo de diferentes especialistas.
Así restauran otro de los secretos ocultos de la Confitería del Molino: los 40 vitrales.
“La Confitería del Molino es una de las muestras del arte del vitral más ricas de la Ciudad. Los vidrios tienen mucho detalle y cuentan una historia”, destaca Paula Farina Ruiz, miembro del equipo de vitralistas de la Cámara de Diputados y restauradora de parte de la Casa Rosada y de las cúpulas del Congreso y el Círculo Militar. En el Molino es asesora externa y coordina el taller de vitrales conformado por Victoria Campos, Julieta Paradela y Mariela Andreassi.
Las cifras le dan la razón a Paula: hay 1.215 paños de vitral en la Confitería, que pueden medir desde 20 por 40 centímetros hasta casi 1,70 metro por 80 centímetros. Esos paños pueden conformar un vitral entero o sólo parte de uno. En total hay 40 vitrales en el edificio: dos horizontales en el techo, 19 verticales, 18 luminarias y la marquesina exterior, que lleva nada menos que 575 paños. Muchos vitrales cuentan una historia: incluyen escenas de Don Quijote, que sin embargo no tiene vínculo con el nombre del lugar.
Así restauran otro de los secretos ocultos de la Confitería del Molino: los 40 vitrales. Foto: David Fernández
El origen exacto de estos vidrios está en investigación, pero sí se sabe que Francisco Gianotti, el arquitecto que diseñó el edificio, encargaba trabajos a su hermano Juan Bautista, pintor y diseñador que se había especializado en Bruselas y había instalado una empresa en Buenos Aires. Es por eso que Paula cree que hay altas chances de que Juan Bautista haya traído también vidrios para los vitrales desde Bélgica o incluso desde Francia, donde esta técnica medieval tuvo amplio desarrollo.
“El edificio es tan grande que por momentos asusta, con todo lo que hay para hacer. Por eso Paula siempre nos inculca que este trabajo se hace paso a paso, con tranquilidad, pensando en cada cosa”, detalla Julieta. El proceso es largo y complejo. Después de sacar los vitrales, las restauradoras vuelcan el diseño en programas como AutoCAD o Photoshop. Allí registran qué piezas están rotas, cuáles están limpias y cuáles faltan, cuánto miden y si el cordón de plomo que las une está en buen estado o se rompió.
Para limpiar estos vidrios no siempre hace falta desmontarlos. Pero en muchos casos sí, especialmente si hay suciedad excesiva o hay que renovar la masilla porque se resecó. Esa masilla es la que termina de darle rigidez al paño, ya que se coloca entre medio de los cordones de plomo que mantienen unidas las piezas del vitral.
La mayoría de los vitrales están en muy buen estado: se preservaron los originales en un 90%. “Eso se debe a que se encuentran en lugares de difícil acceso, lo que los protegió del desgaste”, precisa Farina Ruiz. En los pocos casos en que hay piezas rotas, estas se pegan con un adhesivo llamado resina epoxídica, que tiene la virtud de poder ser removida sin afectar el vidrio.
Todos estos pasos quedan debidamente documentados, por si en un futuro hay una nueva intervención. Hasta ahí llega lo técnico. Después queda lo otro: lo que significan los vitrales en la Confitería, y esta última en la memoria emotiva de los porteños.
“En los noventa venía mucho acá con mi mamá. Recuerdo haber visto estos vitrales y nunca me hubiera imaginado que hoy estaría restaurándolos. Es una oportunidad fabulosa”, resalta Mariela, sin dejar de remasillar.
“Hay gente que me cuenta que vino acá con su familia, o festejó sus 15 años, o vino en la panza de su mamá -completa Julieta-. Estar ahora trabajando acá es respetar esa historia, y también empezar a formar parte de ella”. Una historia que, esperan sus restauradores, se extienda al menos 100 años más.
Restauran los 40 vitrales del interior de la Confitería del Molino.
Otros trabajos
Uno de los puntos de la Confitería sobre los que más se trabaja es el salón Rivadavia, anexo al gran salón de fiestas del primer piso. Es que allí hay que hacer de todo: faltan las luminarias originales, se perdieron paneles de falsa madera, se ensuciaron los dorados del cielorraso y muchos detalles se rompieron o directamente desaparecieron. Además, las molduras están empastadas y perdieron definición, por todas las capas de pintura aplicadas a lo largo de décadas.
La solución para este último caso fue tan pequeña como un bisturí: con esa herramienta el equipo técnico comenzó a decapar la pintura. Asesorados por la restauradora Isabel Contreras, sus miembros también recuperan los muros y el cielorraso, preparan superficies y hacen pruebas de limpieza sobre los dorados.
Otra área en la que se avanza es la famosa cúpula en aguja de la Confitería: destinarán $ 10,6 millones en limpiarla, conservarla y protegerla, además de iluminarla para destacar sus detalles. No será una tarea fácil: hay que retirar los elementos que no sean originales, recuperar las terminaciones, reponer los ornamentos perdidos y tratar los que sí hay. Esta semana se publicó el llamado a licitación para la realización de la obra, que durará siete meses. Será fruto de un convenio entre la Comisión Bicameral Administradora del Edificio del Molino, que coordina todos los trabajos, y el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño, en el marco del programa de recuperación de fachadas que lleva adelante este último.
Los otros pliegos sobre los que se trabaja son los de la concesión de la confitería. Es que, según la ley que aprobó la expropiación del inmueble en 2014, habrá una en la planta baja y el subsuelo. Del dinero que aporte ese permiso saldrá parte del presupuesto para solventar el mantenimiento y la gestión del edificio.
A su vez, se están recableando las bocas de iluminación de la planta baja y el primer piso para que vuelvan a funcionar. También se retiraron las partes sueltas de las fachadas y la vegetación que las había invadido. Y profesionales de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de La Plata evalúan la estabilidad del edificio para diseñar el proyecto de refuerzo de su estructura.
Fotos históricas, confitería del Molino. Ahora quieren devolverle el brillo de otros tiempos.
La Comisión Administradora del Edificio está presidida por el diputado Daniel Filmus e integrada por otros diputados y legisladores. Se creó en julio del año pasado, luego de que se transfiriera el inmueble al Congreso de la Nación.