Clarín ~ El 17 de agosto de 1972, Peter Fechter y su amigo Helmut Kulbeik quisieron escapar de Berlín oriental. Treparon al muro. Helmut logró cruzarlo, pero a Peter lo alcanzó en la pelvis un disparo de uno de los guardias de la RDA. Peter cayó al corredor de la muerte del lado este, pero a pesar de sus gritos desgarrados nadie lo ayudó. Murió desangrado. Tenía sólo 18 años.
La sangre que derramó Peter gotea desde una perla metalizada comestible, dentro de un vaso con vodka. Es un jarabe de frutos rojos, en un trago que sirve un bar porteño y que homenajea a la primera y más recordada víctima del Muro de Berlín, del que este viernes se cumplieron 30 años de su caída.
En coincidencia con el aniversario, en Buenos Aires acaba de abrir un nuevo bar inspirado en el muro y en la vida en la(s) Alemania(s) de la Guerra Fría. En línea con la tendencia que se profundiza cada vez más de bares que relatan una historia, Mauer (muro, en alemán) cuenta una que parte literalmente en dos la geopolítica del siglo XX, y del mismo modo partió a muchos de los alemanes que quedaron de un lado o del otro del muro.
Una bala comestible y «sangre» de frutos rojos, en el trago que homenajea a la primera víctima del muro. Foto: Fernando de la Orden
Sentado en un viejo sillón de líneas rectas, en un living que bien nos podría transportar a «Good bye, Lenin», Julián Adjiman cuenta que llegó a este espacio de estética post industrial en Núñez pensando en un emprendimiento gastronómico y que cuando vio la medianera de 48 metros, inmediatamente pensó en el Muro de Berlín. «Viajé dos veces a Berlín y siempre me volvió loco: esa mezcla de viejo y moderno, la onda de la ciudad», dice. El tiene 31 años y dos cervecerías. No quiso hacer otro bar más. Y se le ocurrió pintar en esa pared réplicas de las intervenciones artísticas de la East Side Gallery, el tramo mejor conservado del muro.
Grafitis en la pared para replicar las intervenciones artísticas de la East Side Gallery. Foto: Fernando de la Orden
Llevó a un arquitecto, y él le redobló la apuesta. ¿Por qué no ampliar el concepto? ¿Por qué no hacer vivir la experiencia de la división alemana al que simplemente se quiere ir a tomar una cerveza?
El bar inauguró hace una semana, y Julián dice que los clientes se engancharon con la propuesta. Pero también, concede, la mayoría no sabe de qué hablamos cuando hablamos del Muro de Berlín: muchos ni siquiera habían nacido para esa noche del 9 de noviembre de 1989, cuando los habitantes del lado oriental de la ciudad se fueron en masa hacía los puestos fronterizos y comenzaron una presión que terminó derribando el muro.
Hay una foto icónica en la que se ve a un hombre derribando el muro con una maza, tres días después. Acá también hay una maza sobre una pared para derrumbarla simbólicamente… para las fotos de Instagram. Julián insiste en que el concepto del muro no tiene que ver con el oportunismo de la fecha (de hecho, dice que se dieron cuenta del aniversario cuando empezaron a hacer la búsqueda en Google) sino con un concepto más profundo.
Mauer, el bar inspirado en el muro de Berlín, a 30 años de su caída. Foto: Fernando de la Orden
«Todavía nos quedan muchos muros por derribar», afirma Julián, y saca su celular para leer parte del «manifiesto» que redactaron con sus tres socios sobre lo que quieren expresar con este lugar: «Si sentís un estereotipo, derribá. Si ves un preconcepto, derribá. Si sentís una barrera, derribá. Si ves un muró, derribá. Hoy las luchas son concretas: es acá, es ahora«.
Por eso, además de funcionar como bar, Mauer está esperando su habilitación como centro cultural. Esperan tener bandas y DJ’s de estilo alemán, hacer encuentros literarios y ciclos de cine, y que más artistas se sumen a pintar en sus paredes, donde se destaca una reproducción del grafiti del beso de los líderes comunistas Erich Honecker y Leónidas Breznev. «Quien tenga ganas de expresar algo que venga y vemos de qué manera», invita.
Alambres de púas para reproducir cómo era el muro de Berlín. Foto: Fernando de la Orden
Viejos televisores en ruido blanco, señalética que recuerda a la estética de la cartelería de Berlín oriental, sacos de arpillera debajo de la barra como en Checkpoint Charlie, alambres de púas, un jeep como los que patrullaban la frontera, un sello que te ponen en la mano cuando te dan un trago, hasta el ruido del tren que se ve pasar por la puerta trasera transportan tres décadas atrás.
La barra de Mauer está inspirada en Checkpoint Charlie. Foto: Fernando de la Orden
Con la propuesta gastronómica, intentaron hacer lo mismo. Crearon una carta dividida en dos, que refleja los platos que comía una familia tipo del Oeste y otra del Este, que tenía menor disponibilidad de alimentos. Así, conviven un «occidental» sandwich de pastrón braseado casero con una «oriental» tortilla de papa rösti.
Los platos, inspirados en la cocina familiar del este y del oeste. Foto: Fernando de la Orden
Sello en la mano. Al recibir un trago. Foto: Fernando de la Orden
Los tragos son un homenaje a los personajes que fueron parte de la historia. El Ronald Reagan tiene un toque de chocolate para recordar el postre con ese dulce que su esposa Nancy le hizo luego del discurso en el que el presidente estadounidense le pidió a Mijail Gorbachov que derribe el muro. Y el Eckart Mann lleva gin y un almíbar de frutos rojos y vainilla como el postre rote grutze para contar en sorbos la historia de un chico de 16 años que terminó preso dos años por ir al muro para escuchar un supuesto recital que los Rolling Stones darían apenas del otro lado.
La frase de Willy Brandt, en una de las paredes. Foto: Fernando de la Orden
También tiene su homenaje Willy Brandt, canciller de Alemania Oriental durante los años de división. «Las barreras mentales por lo general perviven más tiempo que las de hormigón», se lee su cita en una de las paredes del patio. El mensaje del muro (y de su caída) que hoy, 30 años después, está más vigente que nunca.