Fuente: Clarín ~ La forma de vivir está cambiando y seguirá modificándose de ahora en adelante. Sobre esto no hay discusión. Tampoco sobre el escenario de la pandemia, que resulta dinámico: todos los días un dato nuevo, todos los días un nuevo temor, todos los días una nueva directiva. En el medio está la vida misma. Los bares, las estaciones de tren, los subtes, los supermercados: todos nosotros. La desesperante sensación de que el «enemigo» no se puede ver es algo que habrá que aprender a dominar. No hay razones, en lo inmediato, para el pánico. Pero sí motivos para tomar recaudos. Extremar la higiene mediante el lavado de manos es uno de ellos, si no el principal.
En las últimas 48 horas diferentes organismos, instituciones y cadenas comerciales tomaron medidas preventivas. La Iglesia Católica recomienda desde el jueves no dar el saludo de la paz durante este período. Tampoco permite misas con más de 200 personas. Se sabe: ya no es tiempo de espectáculos masivos, casi todos han sido postergados. Los museos decidieron suspender las actividades públicas. El alcohol en gel invadió los gimnasios. Todos los profesionales de salud que pueden atender de manera virtual lo están haciendo: los psicólogos a la cabeza. Los empleados de oficina esperan que de un momento a otro sus compañías decreten la posibilidad del teletrabajo.
En las oficinas los mates se vuelven un hábito individual y el alcohol corre casi de modo comunitario. El lavado de manos se incrementó de manera notable. Los empleados van y vienen del baño una y otra vez. El saludo también cambió. Al llegar a una oficina o de visita a una casa, muchos dejaron de dar un beso y ahora optan el saludo a una distancia prudente de un metro o dos.
¿Que pasa en la calle? Clarín salió caminar por el centro porteño y tomó nota de los nuevos hábitos, de aquello que sucede en silencio pero a la vista de todos. Un cronista se detuvo en distintos negocios y ambientes comunes y conversó sobre las distintas medidas precautorias que la gente comenzó a tomar.
Gustavo Vázquez es encargado de un bar donde el fuerte son los panqueques, en San Telmo. Chile al 300. «Mantenemos el trato habitual, pero sí tuvimos que comprar más alcohol en gel. Sobre todo porque tratamos con insumos comestibles, delante del cliente. Estamos atentos», dice.
«Con los extranjeros trabajamos con guantes y con barbijos, con clientes habituales no y cuando nos llaman para pedir turnos por teléfono empezamos a preguntar si están bien o presenta algún cuadro o patología”, cuenta Leonardo Dutour mientras peina a una señora en su peluquería en Carlos Calvo al 600. “Compramos alcohol en gel y también desinfectamos los instrumentos un poco más de lo que habitualmente hacíamos”, agrega Leonardo. Por ahora mantiene la manera de saludar con un beso, pero acepta que “cada vez va a ser menos”.
Apenas se ingresa al gimnasio de Flavio Javier Rey, en Chacabuco al 1000, en la recepción ya se encuentra con el alcohol en gel. Antes de ingresar al sector de las máquinas, Flavio obliga a sus clientes a ser rociados en sus manos con una preparación que hizo y es más efectiva. Pero que seca las manos más rápidamente: 30% de agua, 70% de alcohol. Dice que la preparó “porque la gente tiene contacto con las máquinas y si tienen algo queda impregnado”. Los gimnasios son especiales zonas de contacto.
“La gente dice: ‘Flavio, hoy en la clase, no sé si vamos a usar las colchonetas’”, cuenta el dueño del gimnasio. “Lo que no dejo, desde esta semana, es que entren turistas. O sea, les hago preguntas como ‘¿Cuándo viniste?’ Y ahí evalúo si ingresan o no. Aunque a los que ya estaban viniendo, no les impido que sigan entrando”, cuenta. Añade que no puede controlar qué persona que asiste al gimnasio estuvo o no en Europa o Estados Unidos. “Eso (el ir al gimnasio) ya depende de cada uno”, cuenta.
En cuanto a la limpieza, asegura que desinfectan más que antes y que limpian dos veces al día. “Lavamos todo con lavandina, a las colchonetas les ponemos alcohol y limpiamos a la tarde y a la noche”.
Y cierra: “No nos damos más besos y tratamos de tener más recaudos. Ojalá que no nos digan de cerrar porque me matan. Que la gente tome recaudos. Eso es lo que tiene que pasar”, finaliza Flavio.
Alejandro Villagran es empleado de una panadería sobre Brasil al 500. Cuenta que empezaron a comprar más sanitizante y que ahora se lavan las manos continuamente después de atender a los clientes, además de haber reforzado la compra de guantes para hacer los panificados.
«Mejor en este momento no, por el problema del virus», dice Claudia Lin, cajera del supermercado, cuando la quieren saludar. Asegura que entre los empleados “no nos saludamos, solo lo hacemos a la distancia”. Reforzaron el lavado de manos por los chicos. A pesar que el uso del barbijo no previene el contagio ni tampoco asegura que el virus no se reciba, Lin dice que ellos quieren usar barbijo “pero no lo hacemos por miedo a que los clientes nos tengan miedo”.
Buenos Aires está cambiando. Los sitios por donde circulan turistas aún no acusan la situación crítica. Pero comienzan a verse más despoblados. Todavía no se tomaron medidas extremas como en los países de Europa, pero se palpa cada vez más el temor de los comerciantes.