Fuente: La Nación ~ La escena todavía se repite en varios restós de Buenos Aires. Una pareja se sienta a la mesa y el mozo le acerca la carta de vinos al varón. Más tarde le dará de probar el vino elegido y tras su aprobación le servirá una copa a la mujer y luego otra a él. Por último, al final de la velada, le entregará al hombre la cuenta para pagar el almuerzo o la cena. A priori, nada parece llamar la atención. Pero en tiempos en que la mujer pelea por sus derechos, muchos empezaron a cuestionar estas reglas de etiqueta y a exigir un trato igualitario en la mesa.
Históricamente, el vino siempre fue un ámbito de hombres. Ellos eran los que «sabían» de vinos. Los que decidían cuál tomar. Y la mujer, en el mejor de los casos, acompañaba en silencio esa elección. Pero teniendo en cuenta que cada vez hay más mujeres que disfrutan y saben de vino o que directamente forman parte de la industria vitivinícola (las enólogas y sommeliers son cada vez más, según diversas asociaciones que las agrupa), parece ilógico que sigan perpetuándose estas tradiciones que para algunos no son más que coletazos de poder masculino. Natalí Di Meglio, coordinadora de marketing de la distribuidora Ley Seca de BodegaKaiken, afirma que a pesar de los avances en muchos lugares siguen asociando el vino a una cuestión más bien masculina.
«Hubo cambios, pero la carta de vinos, por default, se la siguen dando al varón -describe Di Meglio-. A mí todavía me pasa cuando voy a un restaurante con amigos. Aun después de haber elegido yo el vino el encargado del servicio le da de probar a algún varón. También me pasa que cuando alguien pide gaseosa y otro una copa de vino la gaseosa siempre se la dan a la mujer. Y ni hablar si se eligen un vino tinto y otro blanco o rosado. El tinto va directamente hacia el lugar del hombre y el blanco o rosado lo depositan del lado de la mujer como si no pudiera ser al revés», acota Di Meglio.
Pero no preguntar quién probará el vino y asumir que el responsable de hacerlo es el hombre es solo uno de los ítems en los que la desigualdad en la mesa persiste:. Di Meglio apunta unas cuantas más. «La ensalada te la traen a vos y el churrasco se lo dejan al hombre; lo mismo pasa con la cuenta. Y también hay restaurantes muy, muy tradicionales donde hay una carta sin precios que se la entregan a la mujer y la que tiene precio se la dan al hombre. Obviamente varios lugares se han ido aggiornando. Básicamente porque hoy hay muchas mujeres sommeliers y a cargo de cocinas que son las que están reeducando en usos y costumbres».
Tal como plantea Di Meglio, algunos restós tomaron nota de esta situación de desigualdad y decidieron romper con la tradición y cambiar los procedimientos en torno al servicio. «Cuando llega una pareja le preguntamos si van a tomar vino. Si es así, dejamos la carta en el medio de la mesa y a la hora de dar a probar preguntamos quién lo hará. Con la cuenta hacemos lo mismo: la dejamos en el centro para evitar este tipo de situaciones», cuenta Dangelo de la Cruz, manager de La Causa Nikkei, un restó con locales en Palermo y Recoleta que se distingue por sus platos de origen nipón.
El cambio dio sus frutos: según De la Cruz, en las reseñas que los clientes escriben en las redes agradecen que se hayan modificado estos hábitos. «Nos pareció bastante curioso que muchos de los comentarios que nos dejan vayan en esa dirección -reconoce-. Nuestra bartender, Dafne Toledo, sugirió que hiciéramos eso y a todos nos pareció que era lo correcto. Además, hoy hay muchas mujeres que saben de vinos. En los locales, cerca del 40% son las que se encargan de elegir y probarlo».
En la pareja de Soledad Chimienti y Matías López la que se encarga de elegir y después probar el vino cada vez que van a un restaurante es ella. «Muchas veces nos pasó que tuvimos que decirle al mozo que era Sole y no yo la encargada de catar el vino. A mí me gusta, pero no entiendo nada. En cambio ella es una experta», reconoce Matías, al que no le gusta para nada tener que corregir al mozo. «Me parece que con preguntar quién elegirá o probará el vino se evitan estas situaciones un tanto incómodas».
Di Meglio insiste: «La inserción de la mujer en el mundo del vino es muy reciente, cuesta todavía. Durante mucho tiempo se prefirió el hombre. ‘¿Cómo vas a mover cajas de vino?’, me preguntaban. Hay avances, pero también queda mucho por desmitificar, como que el vino blanco o rosado lo prefieren ellas y el tinto, los hombres -plantea-. O que los vinos dulces son del agrado de las mujeres y los fuertes con cuerpo, de los varones. No hay vinos de género, sino distintos gustos. Es necesario deconstruir y concientizar», concluye