En esas mismas mesas, Alberto Fernández disfrutaba de los platos que el chef preparaba. Desde pescados hasta pastas, no había algo que no probara. “Mientras estaba en Pilar siempre venía. Y sería un lujo que volviera. Lo que más le gustaba era el bife de chorizo y también las especialidades”, cuenta Mastellone.
Algunos ejemplos que aporta: lenguado con salsa de ajo confitado y un timbal de berenjenas asadas, lentejas y arroz. También, ravioles rellenos con corazón de alcaucil. Toda la carta del “1888 Restaurante” le encantaba.
“Hasta los domingos, cuando el menú en Manzanares era pizza, Alberto no se lo perdía. Elegía de jamón y morrón, de rúcula y muzzarella”, revela.
Día a día el sueño de este cocinero crecía aún más. En 2007, junto a su esposa Olivia, decidieron probar suerte con una propuesta distinta para la zona: “Sabía que era un nicho que acá todavía no se había explotado”, dice.
Empezó como un emprendimiento familiar, donde él y dos ayudantes se encargaban de la cocina. Hoy recibe a más de 20 clientes cada media hora y la gente hace reservas con dos o tres días de anticipación.
En parte, la creación de este lugar también fue la búsqueda de un nuevo desafío para José Luis. Antes tenía un restaurante en barrio Champagnat, donde trabajaba con comidas rápidas.
“Ya se me estaba yendo de las manos, iba mucha gente y tenía que salir de allí para progresar, era un techo”, dice el chef de 63 años, quien desde la fundación de “1888” viajó dos veces a Francia para aprender nuevas técnicas.
Aunque nada parece más difícil que usarlas bajo presión y fuera de la cocina. El viento soplaba y el agua del río parecía inquieta. Mastellone, junto a otros 32 cocineros participaban de la primera regata gastronómica organizada por Saint Felicien, uno de los vinos de una famosa bodega. A bordo de un velero debía preparar un plato que cumpliera con la consigna.
Y para adueñarse del primer puesto, nada mejor que una receta de su abuela: Ravioles rellenos, con ciruela, dulce de higo y limón. La masa era de pan, hidratada con almíbar y saborizada con canela.
“Le busqué la vuelta para que tenga un poco más de técnica. Era la primera vez que participaba y que cocinaba en un barco. Encima no podía llevar ayudante, fue toda una experiencia”.
Desde entonces, muchos lugares lo invitaron a dar clases, hasta trabajó con Iwao Komiyama, uno de los mejores chefs de la cocina japonesa. Pero nunca olvidará sus primeros pasos frente a las ollas. Tenía 10 años y su madre comenzaba a compartirle sus secretos.
“Me daba para hacer lo que no tenía mucha importancia”, dice entre risas, y agrega: “Ella es muy buena con la harina. Me enseñaba a hacer pizza y pastas rellenas. Cuando arranqué en Champagnat ella y mi hermana me ayudaban. Hoy en día le sigo pidiendo consejos”.
Políticos, famosos, estrellas, no importa quién esté sentado a la mesa dispuesto a saciar su apetito y disfrutar. Porque en cada uno de sus platos él pone la misma pasión.