Fuente: La Nación – Ubicado dentro del polo gastronómico de Villa Devoto, este nuevo restaurante llegó a de la mano de Julio Figueroa y ya es un éxito entre los vecinos que hacen fila para disfrutar de su carta.
Si uno mira la nueva propuesta gastronómica que lo trajo a Julio a Buenos Aires poco puede imaginarse de los inicios de este cordobés que ya lleva 20 años de carrera y comenzó, casi sin querer, mientras era estudiante de ingeniería. Es que fue durante sus años de facultad que se apasionó por la gastronomía: “Todo lo que hice, lo hice trabajando”, aclara de su pasado y agrega: “No tuve la suerte de tener padres que estuvieran muy bien económicamente pero sí que tenían mucho amor y apoyo para brindarme. Entonces, mi padre, con mucho sacrificio, me pagaba la carrera en una universidad católica y fue en el cuarto año de la carrera de Ingeniería, cuando estaba entrenando muy fuerte y mi alimentación era bastante básica: carne, arroz, huevo, que surge el programa El Gourmet, empiezo a verlo, a seguirlo y a probar recetas para comer mejor y más rico. Iba a la facultad y me llevaba los recipientes con comida casera, hecha por mí. Fue un gran cambio y así empecé a engancharme con la cocina, al punto tal que me di cuenta que quería dedicarme a eso y no a la ingeniería”. Ese sería solo el primer paso.
Los días en Europa y la vuelta a su ciudad natal
A los 23, Alemania fue su nuevo destino. Migró, vivió casi dos años en Frankfurt y trabajó en una heladería: “Ahí conocí a quien hoy es mi esposa. Más tarde viajé a Palma de Mallorca y trabajé en un restorán muy chiquito a orillas del mar”, recuerda Figueroa mientras admite que no imaginaba lo que sucedería después.
“Un día me tocó preparar el menú ejecutivo, y -por esas cosas de la suerte- lo prueba el chef del restaurante de un hotel súper importante que estaba por abrirse en Palma: el hotel Blau. Me ofreció trabajo y acepté. Me quedé dos años y aprendí muchísimo junto a él. Pasé de estar en la bacha a ser su mano derecha. Allí se consolidó mi amor por la gastronomía, pasaba horas y días enteros”.
Su vuelta a la Córdoba natal no sería muy larga. Empezó a trabajar en una fábrica de sándwiches de miga y durante unas vacaciones en Brasil conoció a alguien que trabajaba en una empresa gastronómica y quiso entrevistarlo: “El resultado fue que, con 29 años, me hice cargo de toda la cadena de Il Gatto Trattoría y manejé a un equipo de más de 170 cocineros. Esa fue mi primera llegada a Buenos Aires, con la apertura de varios locales de Il Gatto y el armado de su propuesta gastronómica. A partir de ese momento, comenzaron a pasarme cosas que nunca esperé”.
En Córdoba ya regentea sus propios proyectos: un mercado y café con enfoque saludable (De a Deveras); un restaurante y un bar de autor en un ambiente elegante (Ida) y Su parrilla o Jardín de Fuegos, como definene a Matorral. La elección de los espacios y su propuesta gastronómica lo llevaron a esta nueva aventura: un edificio histórico y una cocina de pocos metros.
El convento que se convirtió en el nuevo punto de encuentro en Devoto
Son muchísimos los ejemplos de espacios que en el pasado funcionaban como lugares sagrados y que hoy —después de ser abandonados— son rescatados y resignificados para nuevos usos. Desde iglesias que se convierten en hosterías hasta monasterios que dan lugar a restaurantes, para también encontrar templos que empiezan a proponer paquetes turísticos para atraer a diferentes viajeros de todo el mundo.
Es justamente en ese plan que, como parte de la propuesta foodie de Villa Devoto, un polo gastronómico que no deja de crecer a pasos agigantados, una de sus nuevas aperturas tiene sus cimientos en un viejo convento, y ahora se convirtió en un complejo de departamentos y un restaurante con propuestas para el desayuno, el almuerzo y la cena.
Ubicado a muy pocas cuadras de Plaza Arenales (Pareja 3670), con solo llegar al lugar uno comprende dos cosas: la primera es que esta apertura revolucionó el barrio ya que la fila de vecinos para esperar es más que interesante, y la segunda es la obvia identidad de este lugar que conservó la estructura de un viejo convento y hasta buscó homenajearlo con su nombre y arquitectura.
Antiguamente la residencia de las monjas de la congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, el convento funcionó desde 1897 hasta 2018, año en que las últimas religiosas que allí vivían dejaron el lugar – en este edificio, se celebró la edición Casa FOA -para que luego se iniciara el proyecto de reforma y restauración.
“Los conventos del siglo XIII empiezan a proliferar para complementar el monastisismo impuesto. Proponían integrar a la rutina basada en introspección, oración y aislamiento de los monjes, nuevas maneras de mantener una conexión activa con su entorno inmediato, teniendo como principal motor los ideales de caridad, enseñanza y profesión de la fe”, nos explica Sergio Mizraji, arquitecto del estudio MMCV que se encargó del proyecto de la reforma y aclara por qué lo organizó así: La estructura en claustro permitió dar desde el inicio un balance a la dicotomía que presenta asociar espacios unipersonales con otros de encuentro, servicio y reflexión plural”.
Pero en esta resignificación de su arquitectura, sin lugar a dudas fue un desafío creativo decidir qué conservar y qué reformar: “Buscamos mantener la esencia y la tradición del edificio incorporando una estética contemporánea, tecnológica y renovada”, nos explica Mizraji y suma: “La premisa fue conservar el anillo perimetral de la construcción existente y vaciar su interior”.
Manteniendo las baldosas elaboradas hace más de 200 años en la ciudad de Savona (Liguria), sus amplios ventanales, paredes blancas y techos altos crean un ambiente tranquilo y hasta con aura espiritual, en donde se vuelve a homenajear su origen: “En la planta baja se preservaron la fachada, los pasillos y sus patios originales”, nos detalla Mizraji.
La propuesta gastronómica de Ávito
Ávito es el proyecto con el cual pudo volver a Buenos Aires y con el que tuvo un nuevo desafío: una cocina pequeña. “A nivel espacio, nuestra cocina es muy chica, algo que fue un desafío pero que también nos permitió priorizar cada detalle de nuestros platos”, nos cuenta Figueroa y suma: “Partimos del origen del producto y su estacionalidad, por eso proponemos una carta sencilla y acotada para cada franja horario donde prima la calidad y no la cantidad de platos”.
Inspirado en la capilla del lugar, donde funciona el restaurante, Julio creó un menú de comfort food: “Es esa gastronomía que te hace sentir bien. Esa que te abraza y que te genera algún recuerdo en la memoria… ya sea por un sabor, por una textura o hasta con el nombre de algún plato”. Siendo la historia, otro de los puntos fundamentales en el proceso creativo de Ávito: “La idea es unir en una línea de tiempo el pasado, el presente y el futuro. Lo que pasó, lo que vivimos hoy y lo que hoy va a construir el mañana”.
Con un menú ideal para los coffee lovers ya que encontrarán café de especialidad con granos de origen colombiano provistos por Shiok (el tostadero del prestigioso chef Javier Rodriguez, dueño de El Papagayo), para el desayuno tienen disponibles una gran variedad de laminados, budines, scones dulces o salados, la pasta frola y benedictinos rosty. Por otro lado, para el mediodía y noche, la carta tiene una colección de platos chicos y medianos que cambiará en cada estación. ¿La recomendación del chef? No irse sin probar la burratina con arvejas, menta y pistachos; el hummus de quínoa con hongos y zaatar; los ñoquis de papa con parisienne al chocolate blanco, yema de huevo, trufa y pecorino; o el ojo de bife asado con manteca especiada, ketchup de ajíes fermentados y chimichurri. Y si él lo dice, habrá que probar.