Fuente: Clarín ~ La diseñadora Eme Carranza es el talento detrás de los más espectaculares restaurantes de la ciudad, y su última obra es La Casa de Quilmes. Retrato de una mujer que no sigue la tendencia; la alumbra.
No tiene exactamente un sello. Es que ninguno de los espacios que diseña se parece a otro. Sin embargo, al entrar a un proyecto concebido por Eme Carranza, algo distintivo flota en el aire: la sensación de ingresar a otro universo, uno que coquetea permanentemente con el surrealismo y la elegancia de otras épocas. Uno que puede gustar o no, pero jamás deja imperturbable.
Con apenas 33 años, la mirada particular de Eme se ha convertido en la figurita deseada que todo emprendedor con ganas de destacar su proyecto busca. Y así, entre su larga lista de éxitos figuran trabajos impactantes como las ambientaciones de Niño Gordo, Cochinchina, Tora, Tigre Morado y Las Patriotas, por solo nombrar algunos de los restaurantes más espectaculares de la ciudad. A todas estas creaciones se suma La Casa de Quilmes, el nuevo bar-museo que la reconocida marca de cerveza abrió a fines del año pasado en la primera e histórica sala de cocimiento de la empresa.
Sobre un espacio de 1890, aquí Eme hizo lo que más disfruta: descubrir qué había debajo de las huellas del paso del tiempo y poner en valor este hito argentino. “Ya había hecho un trabajo de restauración de un restaurante emblemático como El Preferido, y me encantó. Lo desafiante de estas remodelaciones es que son lugares que pertenecen a la gente. No trabajás tanto para un cliente como para el pueblo, que siente a la marca como propia”, sostiene.
Mucho más allá de restaurar los ambientes para dejarlos en estado, Eme y su equipo se dedicaron a enaltecer los elementos que arquitectónica y estéticamente componían el alma del lugar. “Se hizo un trabajo de investigación, de registro de fotos antiguas, entrevistas con exempleados y gente que había estado en la fábrica. Apelamos a la memorabilia y construimos mucho en relación a esos recuerdos”, describe la diseñadora.
Entre las reliquias que rescataron y revivieron bajo manos de artesanos están las gigantescas ollas de cobre en las que se elaboraron cientos de litros de Quilmes a través de los años, así como vitrales históricos o un piso de mármol hecho con una técnica que ya no existe. Y aquello que no fue posible restaurar fue imitado siguiendo las técnicas de la época. “Nos encanta trabajar con estos métodos, de hecho, antes de hacer lo que hago hoy hice documentales sobre oficios en extinción”, detalla.
“La cervecería representa un símbolo nacional que, sin dudas, deja una huella en la vida de la gente. Esta es una forma de agradecer a los argentinos que nos abren las puertas de sus casas y que nos hacen parte de sus encuentros hace 130 años”, asegura Laura De Bona, gerente de marca Quilmes.
Construir la tendencia
Mientras sucede la charla, Eme está en Lisboa, donde fue convocada para restaurar un palacio que se convertirá en un hotel y spa. “Mis procesos creativos nunca son ideas que caen de la nada, busco mucha inspiración en el contenido teórico. Un espacio con tanta historia, alma y vida es un mundo de oportunidades”, apunta, en referencia tanto a este palacio como a La Casa de Quilmes. En ese sentido, su intención es alejarse lo más posible de la tendencia. A partir de su trabajo con otras décadas, lejos de lo contemporáneo, encuentra su diferencial y riqueza. “Me parece mucho más nutritivo y desafiante que trabajar con un proyecto que parte de una hoja en blanco”.
Su equipo, casi enteramente femenino excepto por un diseñador gráfico, es parte de su esencia: adora la sorpresa que provoca ver mujeres en las obras y ensuciándose las manos. “Tenemos una sensibilidad y una manera de trabajar las herramientas que no es la que la gente espera. Estamos siempre saliéndonos del margen de la página, porque cuando sos outsider no hay reglas ni expectativa”, sostiene.
“Amo las restauraciones, porque cuando parece que algo no tiene más magia, es muy poderoso volver a hacer que eso brille”.
De ese modo, en lugar de seguir la tendencia, la crea. A partir de su curiosidad innata (“soy la quinta de seis hermanos y me pasé la infancia preguntando por qué”), sigue su intuición y experimenta con los más diversos procesos y estilos. El resultado son proyectos muy únicos, en los que a veces ni su propio equipo está seguro de la idea, pero de todos modos confía y la sigue. “Mi abuela siempre me decía que en lo que hiciese tenía que ser la mejor. Y en algún punto siento que le hice trampa, porque como hago algo que es un invento mío, soy la mejor porque es mi propia categoría. Yo no diseño restaurantes sino espacios, creo conceptos, es ilimitado”, cuenta. Por eso no le importa tanto agradar como dejar huella. “Si alguien viene y me dice que no le gustó mi lugar, le digo qué bueno, porque básicamente significa que lo que estoy haciendo tiene personalidad y puede gustar, pero también incomodar”. A juzgar por la lluvia de propuestas de trabajo y las eternas reservaciones para comer en los restaurantes que diseñó, sin embargo, la ovación es bastante unánime.