El prototipo creado por la empresa Chill it es el resultado final de una idea que empezó en la academia. Marcos Condomí Alcorta, Nicolas Kolliker Frers y Santiago Schmidt estudiaban Administración de Empresas en la Universidad del CEMA cuando les asignaron la tarea de pensar un producto innovador y su correspondiente programa de negocios.
Inspirados por las tantas veces en que, reunidos con amigos, tomaron bebidas más calientes de lo que les hubiera gustado o se resignaron a esperar largamente junto al freezer, presentaron el proyecto de una máquina que enfriara en el momento. Fue más que suficiente para aprobar la materia, pero ellos decidieron dar un paso más y fabricar un prototipo.
«La primera idea que tuvimos fue meter la bebida en nitrógeno líquido, pero eso era imposible de hacer comercialmente porque tiene un costo altísimo, ya que el nitrógeno se va consumiendo», cuenta Schmidt desde Sudáfrica, donde está junto a otros dos miembros del equipo en tratativas para vender el producto final a uno de los gigantes mundiales de la industria cervecera. Él tiene 24 años y es el más joven de los cinco, que no pasan los 31.
Los emprendedores siguieron pensando otras opciones y en un momento se dieron cuenta que necesitaban expertos en tecnología. Schmidt conocía al ingeniero electrónico Luciano Cismondi de «la montaña»: ambos son aficionados a la escalada y habían hecho expediciones juntos. «Lo llamé y le dije: ‘ Creo que encontramos la forma, pero te necesitamos’. Él trajo a Pablo Di Lorenzo, estudiante de ingeniería en la Universidad Tecnológica Nacional y nos pusimos a trabajar en el primer prototipo», relata.
«El trabajo comenzó con un modelo matemático», explica Cismondi que, además de en Chill it, trabaja en una empresa de IT. «Desarrollamos la física de cómo se va enfriando el líquido y llegamos a lo que podríamos llamar un algoritmo mágico. El gran salto fue cuando logramos abstraer ese modelo y llevarlo a una red neuronal. Hoy la máquina tiene incorporado una red neuronal que entiende, en función de la característica de la bebida que se ingresa, cuál es el mejor proceso para enfriarlo en el menor tiempo posible«.
Este desarrollo permite que, gracias a la inteligencia artificial, una lata de cerveza que entra a la máquina a una temperatura ambiente de 25°C, por ejemplo, salga en 30 segundos a 3°C. Permite elegir la temperatura final deseada y también puede detectar, mediante un lector de código de barra, la marca de la bebida. Así, puede ser programada para enfriar solo determinados productos, lo que la convierte en una oportunidad para las empresas que adquieran la tecnología.
«Lo que queremos plantear es un cambio de paradigma. Convencer a las empresas de que puedan tener todo su stock caliente y enfriarlo en 30 segundos mientras el cliente paga«, dice Cismondi. Esto redundaría, según sus cálculos, en un gran ahorro energético, porque la máquina -que se conecta a un tomacorriente de 220V con un cable convencional- consume en un día un 60% menos que una heladera, enfriando la misma cantidad de bebida.
Además de Chill it POS (para puntos de venta), la línea de productos también cuenta con una versión más pequeña para el hogar, Chill it Home, y con Chill it to Go, una opción para vehículos o foodtrucks.
El proyecto lo desarrollaron con una inversión inicial de US$20.000 que hizo un particular, pero muy rápidamente percibieron el interés de las marcas por participar. «Salimos a presentar el producto al mercado local y enseguida pasamos a hablar con los niveles globales de las empresas», cuenta Schmidt y menciona a los gigantes de las bebidas con los que se han reunido en distintas partes del mundo.
Los emprendedores no tienen planeado producir la máquina a escala comercial, lo que demandaría mucha inversión, sino vender la empresa Chill it junto con la patente de su tecnología -cuyo trámite ya está muy avanzado- a una de las grandes firmas del rubro. «Es una apuesta de one-shot», dice Schmidt, que prefiere no revelar la valuación de la empresa. «Pero si la hacemos bien, va a ser un shot importante», se entusiasma.