Fuente: Gente – «Cada vez abren más bares genuinos y orgánicos de bartenders que entienden la industria, la hospitalidad y la gastronomía como algo diferente», destacó Sebastián Atienza, fundador del bar Tres Monos
Como cada 24 de febrero, este viernes se celebra el Día Mundial del Bartender, una jornada promovida para recordar la fundación de la Asociación Internacional de Bartenders (AIB), que comenzó en 1951. Pasaron 72 años desde aquel momento, y esta profesión sigue vigente detrás de las barras como un eslabón fundamental de los más destacados bares y restaurantes en el mundo.
Bajo ese marco, Argentina no ha sido indiferente en el tema y ha sabido desarrollar una industria coctelera de vanguardia, reconocida a nivel mundial. Es más, en el último ranking de los 50 mejores bares del mundo destacan tres icónicos establecimientos de la escena local de coctelería argentina. «La coctelería argentina siempre fue vanguardista y siempre tuvo una cultura coctelera muy fuerte», afirmó Sebastían Atienza, fundador del bar Tres Monos, en un breve diálogo con GENTE, al destacar la industria coctelera del país.
Respecto a la industria coctelera y gastronómica de la Argentina, Atienza señala que ve una industria «solida», «consolidada» y con «muchos productos y proyectos» de gente interesada en incursionar en el país.
«La verdad, Argentina no tiene nada que envidiarle a otros grandes países del mundo. La coctelería argentina siempre fue vanguardista y tenemos una cultura coctelera muy fuerte. Esta es una ciudad coctelera y cada vez abren más bares genuinos y orgánicos de bartenders que entienden la industria, la hospitalidad y la gastronomía como algo diferente», analizó el bartender y emprendedor argentino, quien también trabajó en Florería Atlántico años atrás.
Bar Tres Monos entre los mejores 50 bares del mundo
El barTres Monos, ubicado cerca de Plaza Serrano, se posicionó en el puesto 27, convirtiéndose en el segundo mejor bar del país -por detrás de Florería Atlántico (18)-. Reconocimiento que otorgaron 600 jurados que formaron parte de la lista de esa edición.
«Es lindo ser reconocido por lo que uno ama hacer. Hace 20 años que hago coctelería, y que la gente reconozca nuestro bar como uno de los mejores a nivel mundial tiene que ver con que el trabajo que hacemos todos los días en esa esquina de Palermo es muy bueno«, expresó a GENTE el bartender y socio de Carlos Aguinzky, fundadores del bar Tres Monos.
Y agregó: «Es una propuesta muy humilde, muy genuina y muy orgánica en el barrio de Palermo, que viene figurando en esta exclusiva lista por 3 años. El primer año estuvimos entre los mejores 100 bares, el segundo en el puesto 33 y este 2022 ocupamos el puesto 27. Estos reconocimientos nos genera trabajo, nos hace querer mejorar nuestro oficio y adquirir mayor formacióno conocimiento para seguir sorprendiendo a nuestros clientes».
Fuente: La Nación ~ El negocio de Virgilio Martínez se encuentra entre los 50 mejores del mundo desde el 2015; ofrece “no solo comida”;, sino también “experiencias”.
El mejor restaurante de América Latina no solo ofrece comida, ofrece experiencias.Ingredientes de la sierra y la Amazonia peruana, muchos hasta hace poco apenas explotados en las cocinas, son el atractivo principal de Central, el restaurante en el bohemio distrito de Barranco, en Lima, que se convirtió en un referente de la gastronomía mundial.
El padre de la criatura, el chef Virgilio Martínez, recibe a BBC Mundo y explica: “Ofrecemos un menú degustación de más de 16 platos con el que se puede realizar un viaje por los diferentes ecosistemas y regiones de Perú”.
Su negocio parece tanto un restaurante como un museo de arte contemporáneo, un lugar en el que comer es una actividad que envuelve y exige los cinco sentidos, en el que además de tragar hay que saber mirar y ver, como demuestran los platitos con diferentes muestras de los productos utilizados repartidos por sus amplias estancias. Nacido en Lima en 1977, Martínez es hoy uno de los cocineros más prestigiosos del mundo. Aunque dio no pocas vueltas en la vida.
Probó estudiar Derecho, porque era “lo más normal”, pero aquello, según cuenta, nunca le interesó. También hizo sus pinitos sobre un monopatín. Hasta que, aburrido de las leyes y de caerse de la tabla, se inclinó por lo mismo que otros antes en su familia, la cocina, y comenzó a investigar los productos utilizados por las comunidades ancestrales de Perú para contribuir tanto a su explotación comercial como a su uso sostenible.
De vuelta a Lima
Lleva tiempo saboreando un éxito ahora amenazado por la crisis política en su país, que ahuyentó a prácticamente todo el turismo internacional, que aportaba muchos de los clientes de su restaurante.
Estudió Gastronomía en la prestigiosa academia culinaria Le Cordon Bleu y, tras cocinar en España y otros países, regresó a su Lima natal para comenzar el proyecto que lo convirtió en uno de los cocineros más afamados del mundo.
Después de años formándose en algunos de los más destacados fogones internacionales, se decidió a crear su propia criatura. Con la intención de crear un espacio gastronómico basado en los productos y sabores de la Amazonia y la sierra peruanas menos exploradas, fundó Central, que tomó forma y vuelo con el tiempo.
“Era un joven muy ambicioso, con un equipo también joven, así que lo más difícil fue gestionar las emociones”, explica. “No tenía muy claro lo que quería hacer porque había pasado por muchos lugares, pero sabía que quería trabajar por lo nuestro, por nuestra identidad”.
Impulsado por su pasión y sus ganas de conocer y dar a conocer los sabores, colores y texturas desconocidos de su país, lanzó en 2016 su Mater Iniciativa, que trabaja con productores locales del Perú amazónico y andino para preservar los productos peruanos.
También los conecta con los comensales de su restaurante. Lo que unos producen, los otros se lo comen. La idea es que quien pague los 470 soles (unos US$118) que cuesta el menú más económico experimente un delicioso recorrido por los diversos paisajes peruanos, desde la costa a la selva, pasando por el desierto y la cordillera de los Andes.
El menú varía en función de la temporada. Algunos de los platos que suele incluir son una sopa de caldo de pescado con choclo, yuca, quinua y hoja de coca; un rollo de pescado con palmito, plátano y ajíes; y un olluco de los Andes preparado con langostinos y chalaca.
Todo un viaje para los sentidos que parece haber sido un éxito, a juzgar por los galardones y reconocimientos cosechados por Central en los últimos años.
La última lista de The World’s 50 Best(“Los 50 mejores del mundo”) lo volvió a situar como el mejor de América Latina, como vino haciendo desde 2015. “Los premios son siempre una responsabilidad, aunque también una alegría, porque suponen un reconocimiento al trabajo y la dedicación”, afirma Martínez.
Ahora Central es uno de los restaurantes más famosos del mundo y Virgilio Martínez logró abrir un “restaurante hermano” en Cusco. En el mismo edificio que Central, en la planta superior, está también Kjolle, el que dirige Pía León, esposa de Martínez.
Una época dorada
Tanto Martínez como León son ejemplos de la época dorada de la cocina peruana que convirtió platos típicos como el ceviche o la papa a la huancaína en recetas populares en gran parte del mundo y que se inició bajo la influencia del gran chef Gastón Acurio, de quien Virgilio fue discípulo aventajado.
“Trabajar con Gastón fue una buena escuela porque me enseñó a darme cuenta de que lo que hacemos tiene un impacto social importante en nuestras comunidades, fue él quien me enseñó a salir de la cocina y entender también otros ámbitos”, afirma.
De esa enseñanza nace su convicción de que “el mundo del restaurante es mucho más grande que el restaurante mismo”. Para él, su negocio debe estar conectado con la realidad social alrededor. De hecho, no puede no estarlo.
Aunque eso en el Perú actual, inmerso en una grave crisis política que paralizó en gran medida la actividad de muchos negocios, también es un problema. Virgilio evita posicionarse sobre el contencioso político en su país. “Solo puedo decir que es muy triste”, dice. Admite que no tiene una receta para que Perú salga del atolladero en que se encuentra.
Y de vuelta al tema en el que se siente más cómodo, la comida: “Para mí, lo máximo es la limpieza y la simpleza de un ceviche”, concluye, apresurado porque llega la hora del servicio de comidas.
Aunque no siempre fue así. De niño le entusiasmaba la carapulcra limeña, un guiso a base de papas, manteca y panceta de cerdo que le preparaban en la infancia y que seguramente despertó la curiosidad de quien hoy es uno de los mejores cocineros del mundo.
Fuente: La Nación ~ Christina Sunae viajó a Buenos Aires no solo para formar su familia, sino también para establecer sus locales gastronómicos. Los ingredientes y secretos de sus preparaciones.
Todo comenzó con el comentario de un amigo, que le sugirió viajar a la Argentina para estudiar español. Al llegar, una de las rutinas que más le sorprendieron fue el hábito de sentarse a tomar un café en un bar. “Me encanta que acá se toman su tiempo, se sientan, beban su café y recién después se van. No lo tienen en la mano mientras caminan, como sucede en Nueva York. Me gusta que acá la vida personal está primero y recién después viene el resto. Cuidar la salud mental es muy importante”, dice.
Al igual que los exploradores o los pintores viajeros, quienes buscaban contar desde su extrañamiento cómo eran las regiones lejanas que visitaban, la cocinera Christina Sunae se ha convertido en una “embajadora” de la comida filipina dándola a conocer en nuestro país a través de sus platos, libros y charlas. Con un instinto que la lleva a estar siempre en movimiento acaba de mudar su restaurante de tapas asiáticas, Apu Nena, a un espacio más grande en Chacarita. Además, dirige su local gastronómico en Manila, llamado Sunae Asian Cantina, donde sorprende con sus recetas que incluyen productos nacionales. Y, como la cocina entra por los ojos, publicó Kusinera Filipina, un impactante libro de recetas e imágenes enfocado en la cultura filipina a través de su cocina.
Hace 18 años que llegó nuestro país y eligió este territorio no solo para formar su familia sino también para establecer sus locales gastronómicos. “La verdad es que me gusta mucho mi vida acá. Buenos Aires es una ciudad muy clásica, que tiene una gran cultura y una onda especial”.
“Yo nací en Carolina del Sur (Estados Unidos). Mi papá era norteamericano y mi mamá biológica era coreana. Viví con ella hasta mis cuatro o cinco años en Okinawa (Japón). Después, mi papá se casó con una mujer filipina y ella fue quien me crió. La persona que yo llamo mamá es mi mamá filipina”, cuenta.
“Cuando mis padres se separaron me fui un tiempo al estado de Tennessee con mi abuelo paterno. Pasé un tiempo allá. Él tenía una huerta y aprendí mucho de la cocina del sur de Estados Unidos de esos momentos. Después nos mudamos a Filipinas porque mi mamá quería ir a ver a su familia y nos quedamos allá por cinco años”, añade la cocinera, quien actualmente tiene 48 años.
Un nuevo país, un idioma diferente, familiares que aun no conocía y nuevos amigos. Podría decirse que el cambio que se produjo en la vida de Sunae fue enorme, pero ella lo recuerda con un gran cariño porque fue el momento en que su pasión por la cocina despertó. “Allí se dieron mis años formativos de la niñez, que son los más importantes. Aprendí un montón de la cocina autóctona. Por eso preparo muchas recetas filipinas. Ese es mi fuerte y la base de todo lo que hago la aprendí con mi abuela, mi mamá, mis primas, mis tías. Hasta con mis tíos, que eran quienes cocinaban el lechón.”
Al hablar de la cocina filipina, Sunae trae al presente una frase que solía escuchar durante su infancia. “Hay un dicho que sostiene que en Filipinas el plato no se termina en la cocina sino en la mesa. Esto se debe a que lo fundamental en este tipo de comida son las salsitas para acompañar”.
“Otro ingrediente importante es el vinagre que, como hace mucho calor allá, es preparado con distintos tipos de frutas o caña de azúcar. El vinagre es un ingrediente fundamental en todas las comidas y se lo puede usar durante la cocción, directamente en el plato o en una salsita sobre la mesa para mojar la comida”. La sal de pescado, elaborada con huesos y carne, también es un ingrediente indispensable en la mesa filipina y se utiliza igual que un salero común. “Yo la uso en todo. También existen un montón de condimentos, hay fermento de camarón, que se usa para condimentar. Usamos también salsa de soja, pero es diferente a la japonesa. La que utilizamos en Filipinas es más espesa y oscura”, añade.
Como si develara un secreto, Sunae también cuenta que hay otro producto fundamental en la cocina de este país que destaca no solo por su sabor sino también por su valor simbólico. “Al coco se lo considera el ‘árbol de la vida’ porque se lo usa de forma completa. Cuando aun está verde tiene adentro jugo natural. Cuando madura, se puede sacar la carne que tiene dentro. Se lo raya y se lo deja en agua y leche. La carne, cuando aun es jovencito, se usa para postres y caldos. Por su parte, la madera sirve para hacer carbón. El tronco tiene palmitos, que se pueden comer. Con las hojas se envuelven comidas o se confeccionan canastos. Todo esto con un mismo árbol. El coco es importantísimo en la cocina filipina”.
Tras vivir durante una temporada en este país compuesto por siete mil islas, Sunae y su familia regresaron a Estados Unidos. “Eso ya fue en mi adolescencia, tendría 14 años. Fue entonces que empecé a trabajar en gastronomía en Carolina del Sur. Mi mamá era contadora pero, como éramos una familia grande, tanto ella como mi papá tenían un segundo trabajo. La ocupación extra de ambos era en gastronomía. Vivíamos en una ciudad turística, mi mamá trabajaba en un hotel y era la gerenta del salón del restaurante. En ese lugar empecé a oficiar de runner (persona que lleva los platos desde la cocina hacia el salón). De noche, ese mismo verano, también me sumé como empleada en el club en el que trabajaba mi papá, también como runner”. Luego, experimentó en otros puestos, como camarera y recepcionista.
Años después, Sunae abandonó Carolina del Sur y, tras una corta estadía en el estado de Colorado, se instaló en Nueva York, ciudad en la que estudió la carrera de negocios y marketing en la universidad. “Intenté trabajar un ratito de esto pero siempre mantuve mis labores en gastronomía de noche. Trabajé cuatro años en marketing, en una empresa de cosméticos. En ese momento también era bartender. Terminaba a las tres de la mañana y a las ocho ya estaba yendo a fichar a la oficina”.
Este ritmo de vida hizo que la cocinera comenzara a sufrir un incipiente burnout y que buscara nuevas opciones para su vida. Gracias a la sugerencia de un amigo, decidió viajar a la Argentina para estudiar español. “Ahorré la plata de las propinas que me daban en el bar y me vine”, recuerda.
Aquí en la Argentina, la cocinera conoció a Franco Ferrantelli, el papá de sus dos hijos y su primer socio. Juntos inauguraron dentro de su casa Cocina Sunae, un restaurante asiático a puertas cerradas, en 2008. “Creció tanto pero tanto que ya no podíamos tenerlo en casa y así fue que nos mudamos a un local mucho más grande. Así nació Cantina Sunae. Luego yo me divorcié y abrí ApuNena, mi nuevo restaurante, junto a mi socia Florencia Ravioli”. Este local está ubicado en el barrio de Chacarita y se caracteriza por ofrecer tapas asiáticas inspiradas en el confort food (comida confortable) que preparaba la abuela filipina de Christina. La particularidad de estos platos es que varios de los ingredientes de las recetas tradicionales fueron reemplazados por productos locales.
Gracias al gustoso sabor de los platos y a una mayor inquietud de los clientes por la comida asiática, ApuNena comenzó a llenarse cada vez con mayor velocidad y la cocinera y su socia decidieron mudarse a un local más amplio. “Estoy contenta con el nuevo restaurante. Recién lo abrimos, estamos a dos cuadras del local anterior. Éste es mucho más grande y podemos recibir a más gente. Siempre estoy trabajando en platos nuevos, con productos de la Argentina pero con recetas de origen filipino”, cuenta sobre su incansable labor.
Destacando la importancia de vivir en el “aquí y ahora”, Sunae asegura que el éxito de su restaurante se produce en un momento en que el paladar de los argentinos fue ampliándose y que existe una mayor curiosidad por probar sabores nuevos. “Cuando yo llegué en el 2005 solo había lugares para comer pizza o pastas. Tampoco había una gran variedad de sándwiches, eran todos de miga. Era muy difícil.”.
“Yo, en realidad, traje estas recetas por mí. No como la comida que comen los argentinos a diario, como arroz todos los días. Puedo disfrutarla una vez a la semana pero no todos los días. Fue por eso que empecé a cocinar en mi casa. Invitaba a mucha gente y se volvían locos con la comida filipina. Esto me llevó a abrir el restaurante a puertas cerradas”.
A casi dos décadas de su llegada al país, la cocinera asegura que la gastronomía argentina “cambió totalmente. Es increíble cómo creció la cocina asiática. Antes, cuando yo llegué, había sólo algunos locales de comida china y algunas cadenas de sushi que no eran muy buenas. Ahora tenemos una gran variedad. Para mí el paladar de los argentinos se está transformando y están mucho más abiertos para comer y conocer. También muchos cocineros jóvenes empezaron a viajar y trajeron conocimientos que aplicaron en sus cocinas”.
Debido a sus raíces súper arraigadas, la chef recibió la propuesta de abrir en 2020 Sunae Asian Cantina, su propio restaurante ubicado en Manila, la capital de Filipinas. Ella no dudó en aceptar la oferta pero, a diferencia de lo que podría esperarse, en el menú no ofrece las recetas tradicionales originarias sino que tomó las propias e incluyó productos argentinos.
“Hay un temón y es que mi inspiración culinaria es mi paladar de filipina pero, cuando preparo los platos, yo estoy acá en la Argentina. Entonces, hay comidas que hago en ApuNena y después las llevo para allá. Por ejemplo, una de las preparaciones es un tamal increíble que allá normalmente se prepara con una hoja de plátano, luego se cocina el arroz, se arma una masa y se le agrega leche de coco. Después, el relleno tiene cerdo, huevo, achiote y maní. Esa es la receta original, pero acá en la Argentina, en vez de usar cerdo, decidí hacer un curry de cordero. Bueno, ese plato lo llevé a Filipinas y les encantó. La hice en la Argentina con ingredientes locales y lo volví a llevar a su país de origen. Muchas personas vinieron y me dijeron: ‘Está buenísimo el plato con cordero’”.
Orgullosa de haber logrado sorprender a los clientes de ambos países, Sunae bromea: “Al final, mis platos terminaron siendo exóticos tanto para los argentinos como para los filipinos”.
Fuente: Clarín ~ El reconocido chef explica en qué consiste la filosofía de entrar y salir de escena en el mundo gastronómico. Expone su arte en Londres y Punta del Este, pronto en Buenos Aires.
En The bear, una de las series que se volvieron tendencia en las redes sociales y que tuvo a la cocina de un restaurante como escenario casi permanente, protagonizada por Jeremy Allen White (el cocinero), luego de luchar contra sus vicisitudes económicas –y una sorpresa final– decide cerrar su restaurante. Venía de varias derrotas, pero tiene motivos par proyectarse más allá de la coyuntura y pensar ya mismo en armar otro proyecto. No hay una propuesta definida, pero el cocinero se plantea que la salida no es simplemente cerrar, sino construir sobre las cenizas sin pausa y volver al ruedo inmediatamente. Una filosofía que puede aplicarse a todo tipo de emprendimiento y también a la vida misma, especialmente en los tiempos que vivimos en los que somos sobrevivientes de la pandemia y aspiramos a recomenzar como respuesta a esta situación. El concepto de UNA es lo efímero y el disfrute permanente.
Martín Milesi es un afamado chef argentino que reside en Londres, actualmente tiene un desafío en Punta del Este y pasó unos días por Buenos Aires. Tanto en la capital inglesa como en la ciudad uruguaya, está llevando a cabo una experiencia efímera pero que está dejando una marca imborrable en la gastronomía internacional. Realiza cenas de 12 o 24 personas que comparten una única mesa, disfrutan de una serie de platos exclusivos y de espectáculos que se mezclan con el servicio gastronómico.
La filosofía que maneja Milesi es la de aparece y esfumarse para volver, son ciclos de citas sin permanencia en el tiempo. Experiencias efímeras, pero inolvidables. De ello habló el cocinero admirado en Europa. El restaurante efímero como fórmula para el renacimiento.
–¿Cómo evaluás las experiencias de restaurantes efímeros que condujiste y conducís?
–UNA es una propuesta gastronómica pensada desde el arte. Para nosotros, el artista crea una obra para la eternidad y el consumidor de arte la disfruta momentáneamente. Lo vivimos de esa manera, del mismo modo que creemos que el arte es la capacidad que tenemos de modificar el estado de animo de las personas y eso es lo que hacemos cuando alguien viene a comer a UNA. Nuestros comensales viven un momento mas allá de lo meramente gastronómico, y nosotros no buscamos que nos admiren por que lo creamos, queremos que se lleven una experiencia que antes no habían vivido, que restaure sus emociones, que se vayan diferentes de como vinieron. Para lograr todo esto, UNA necesita aparecer y desaparecer de forma constante, en diferentes partes del mundo, donde quieran que estemos, donde querramos estar. Es por ello que lo efímero es nuestro principal aliado y el concepto de una mesa es donde mejor podemos expresar lo que hacemos. Somos mucho más que un restaurante y mucho más que cocineros. Gastronomía y arte en cada plato.
–¿Por qué crees que este concepto se desarrolla en esta época tan golpeada, precisamente? Me refiero a las diferentes crisis que cruzan el planeta: poscovid, guerra, inflación, etcétera…
–Porque las crisis nos ayudan a ser mejores en la medida en que podamos disfrutar cuando nos atraviesan. Decir que de una crisis vienen las mejores oportunidades suena trillado, pero lo demuestra la historia. No olvidemos que ser cocinero es un oficio y que antiguamente los cocineros ganaban dinero porque trabajaban para la monarquía. Y la aparición de los restaurantes –hace 250 años– fue gracias a la Revolución Francesa que dejó al país sin monarquía y por ende a los cocineros sin trabajo de forma intempestiva y masiva. El abandono obligado de la cotidianeidad nos desafía, el silencio y la soledad nos obliga a pensar; pensar nos descubre y de nosotros mismos salen las mejores ideas. Entender la historia nos ayuda a comprender el presente y crear el futuro. El espectáculo sinfín de la mesa.
–¿Cuándo y dónde surgieron los restaurantes efímeros?
–El restaurante efímero no existe como tal, nosotros le llamamos así porque nació como un pop-up restaurant y hoy hace nueve años que lo hacemos en Londres. Pop-up es inmediato, nosotros perduramos en el tiempo gracias a lo fuerte del concepto. Por lo que podríamos decir que el restaurante efímero es la continuidad del pop-up. Nosotros trabajamos para que el modelo de UNA se entienda que la manera de seguir siendo creativos va a ser a través de la creación de conceptos efímeros, mas allá del restaurante como entidad. Crear marcas y conceptos que trasciendan mas allá del espacio físico. No es necesario crear restaurantes de una sola mesa, UNA es mi especialidad, lo que yo siempre soñé y lo que vengo desarrollando desde hace más de 15 años, primero en Londres dentro de la torre de St Pancras Chambers y ahora viajando por el mundo como nuestra propuesta en José Ignacio (Uruguay). Desde la autenticidad, nuestro producto es único. Y la gente eso lo sabe. El Oso es la nueva comedia de Star Plus protagonizada por el actor de Shameless, Jeremy Allen White.
–¿Qué posibilidades hay de que esta idea crezca y se expanda en Argentina?
–Espero poder aportarla cuando traigamos UNA a Buenos Aires. Será sólo una semana en uno de los lugares más bonitos de la ciudad de Buenos Aires. Y el resto, cuando los cocineros emprendedores salgamos de la cocina para meternos en la creación de conceptos, cuando sepamos que no es suficiente cocinar para perdurar en este negocio por 60 años, cuando podamos disfrutar tanto de una apertura de restaurante como del cierre, cuando entendamos que ya no abrimos restaurantes para tenerlos 40 años y dejárselos a nuestros hijos como en El hijo de la novia. Ahora creamos para que un dia seamos «esto», y mañana seamos esto otro. En síntesis: practicar el desapego, ser versátil y apasionarse por romper reglas.
Fuente: Notife ~ Recibió la distinción más importante de Francia.
¿Por qué un chef argentino fue nombrado Caballero de Honor en Francia?
Esta mención es la más importante de las distinciones francesas y, si bien no es el único argentino que tiene una, sí es el primer chef del país con un reconocimiento de esta magnitud.
Alrededor del mundo hay múltiples expertos en gastronomía nacidos en Argentina que han sido reconocidos por su talento y uno de ellos es el chef argentino Mauro Colagreco, que recientemente fue nombrado Caballero de Honor en Francia.
Mauro Colagreco es un chef argentino de gran trascendencia, que comenzó a trabajar con maestros de la gastronomía en Francia, hace más de 25 años, y desde entonces no ha dejado de sorprender al mundo con su talento.
Gracias a su dedicación, en las últimas décadas logró abrir múltiples restaurantes en diferentes países y algunos de ellos están catalogados como los mejores del mundo por los servicios que brindan.
De todas formas, a pesar de que ha recibido diferentes reconocimientos por su trayectoria, ninguno tenía un peso similar a la insignia de Caballero de la Orden de la Legión de Honor que acaban de entregarle.
Este reconocimiento, que es la máxima distinción francesa, es una mención que pocas personas en el mundo tienen. Su implementación ocurrió en 1804 y, desde entonces, celebridades de cualquier nacionalidad la han recibido por sus méritos profesionales.
Comenzó a estudiar desde muy joven, se mudó a Francia para trabajar y a mediados de 2006 logró abrir Mirazur: su primer restaurante, que en la actualidad es considerado uno de los mejores del mundo y acumula tres estrellas Michelin.
Finalmente, al poco tiempo también pudo inaugurar en Francia un segundo restaurante llamado Ceto, el cual también se identifica como uno de los más prestigiosos de Europa y fue premiado con una estrella Michelin.
Por último, también es importante aclarar que, además de los mencionados, Colagreco es dueño de otros restaurantes exitosos como:
Fuente: La Nación ~ Pedro Demuru desarrolló una cocina con sello propio pensando en el local y el visitante, con platos abundantes y propuestas fuera de lo común.
Abundante, clásica pero con un poquito de delirio, con precio acomodado, que le guste a los más chicos, que se sienta como en casa, que no aburra y den ganas de volver… Muchas son las variables que se buscan a la hora de encontrar dónde comer en vacaciones. En familia, con pareja, con amigos, sea como fuere, la comida es una ceremonia para los argentinos que reina también en verano fuera de casa.
Que la costa atlántica no fuera solo un sitio de paso en temporada y que la cena no se convirtiera en un trámite gastronómico fueron dos metas que sedujeron a Pedro Demuru, el chef que se convirtió en suceso en Cariló y se expandió hacia la periferia con ideas frescas, auténticas, con ganas de ganarle a lo clásico sin perder los orígenes.
Nació en Merlo, en el oeste del Gran Buenos Aires. Su familia, además de papá, mamá y hermana, comprendía a dos abuelas: una italiana y una alemana. A las dos les gustaba mucho la gastronomía. “Así que imagínate lo que fue mi infancia -dice a LA NACION revista– una explosión de todo tipo de sabores. Mi relación con la cocina siempre fue de mucha conexión, justamente porque tuve una relación muy cercana con mis dos abuelas, ambas amaban cocinar. Además, mi mamá también hacía lo suyo”.
¿Cómo la cocina se convirtió en su profesión? “Me acerqué más cuando empecé a estudiar la carrera de contador. Me di cuenta que me aburría mucho y que la cocina me divertía, me hacía feliz. Paralelamente, entre 1994 y 1995, se abrieron algunas escuelas gastronómicas. De a poco me fui metiendo en el tema. Empecé directamente a trabajar en una cocina en Castelar y me apasionó tanto que comencé a estudiar”.
El inicio fue allí, en Castelar, pero su gran desarrollo fue trabajando con Dolli Irigoyen. Con el tiempo se involucró en concursos gastronómicos y comenzó a ganar. Rápidamente se pudo introducir en el mundo de los grandes chefs de ese momento, a los que hoy considera amigos, como Dario Gualtieri, Martín Molteni, Fernando Orciani o Los Petersen. “Algunos ya venían ligados a la cocina, yo me metí de muy chiquito y me embebí en toda su generación”, dice. En 2011 fue el representante argentino en el concurso internacional Bocuse d’Or, que premia a los mejores chefs del mundo.
A sus 20 años tuvo un restaurante en Pilar que se llamaba Nectari. Más tarde, junto a Rodrigo Sieiro llevaron la propuesta a Buenos Aires. “Éramos socios -relata-, dueños del restaurante y lo trabajábamos. Fue uno de los primeros restaurantes de la Argentina en hacer un menú de pasos. Hoy es una moda, pero en su momento éramos muy pocos los que lo hacíamos. Realizábamos panes de masa madre, algo de lo que ni si quiera se hablaba”.
Más allá de estas experiencias entusiastas, sumergidas estaban las ganas de vivir cerca del mar. Irse a la costa implicaba llevarse la cocina puesta. “Quería tener un restaurante al lado del mar. Cuando conocí Cariló me cerró todo: la situación de vida, el ambiente tranquilo, el bosque y, sobre todo, el hecho de poder emprender un proyecto con continuidad anual. Así surgió Demuru Cariló y, con el tiempo, apareció la oportunidad de dirigir la cocina de parador Rada Beach, en Pinamar, más cerca del mar aún. Un sueño cumplido. Logré fusionar mi deseo con mi pasión y alcanzar una conexión al 100% con la playa y el mar”.
Sabor a playa gourmet
Para enriquecer la experiencia, el balneario se encuentra abierto todo el año, tanto de día como de noche. Renueva su carta cada estación. Algunos clásicos permanecen: al mediodía las rabas, los langostinos empanados, las ensaladas y los sándwiches gourmet. Por la noche, una idea que se convirtió en clásico: el pastel de ciervo y garrón de cordero. “Me interesaba crear un espacio gourmet en la playa”, dice Demuru.
-¿Cómo cambió la experiencia del comensal?
-“Creemos que en la playa se come rápido para seguir la jornada, o se elige bajo la idea de no gastar mucho para comer en vacaciones. El argentino hoy disfruta de diferentes sabores gracias a la evolución que ha tenido la gastronomía, y a empezar a entender la importancia de los productos de calidad y el valor de los ingredientes que dan lugar a sabores y texturas únicas. Es un trabajo que no va a terminar, una construcción que comenzó para seguir adelante. Con la buena gastronomía que tenemos en el país, los excelentes restaurantes y los chefs de renombre creo que la gente se involucra más y espera más propuestas de calidad”.
“Lo mismo ocurre en los balnearios. En Pinamar fue a partir de la renovación del frente marítimo de su costa y de la puesta en marcha de paradores mucho más modernos y sustentables. Esto dio lugar al surgimiento de propuestas con un estilo amalgamado con la alta cocina de Buenos Aires. Para eso hay que pensar en cada aspecto de la experiencia, desde la elección de la vajilla, los detalles de la ambientación, el diseño, la iluminación y, sobre todo, en contar con cocineros que se animen a poner su creatividad al servicio de cartas más innovadoras.
-También te empeñaste en crear espacios abiertos durante todo el año. ¿Qué desafíos involucra?
-Los proyectos anuales permiten la estabilidad económica y del local, para que pueda dar sus frutos. Al estar siempre abierto, la gente vuelve y lo empieza a tomar como una costumbre, y así comienza a funcionar. En Rada Beach, a pesar de ser un parador de verano, también el restaurante está abierto todo el año. Esto nos permite mantener el mismo equipo de trabajo.
La temporada no se hace solo de la propuesta del menú, también renueva la presencia de otros chefs. Donato de Santis acercó su ya clásico Cucina Paradiso el pasado 13 de enero. El 27 de enero, a Lele Cristóbal, dueño de Café San Juan y la Vermutería, con su sello personal y sabores que enaltecen las raíces y las tradiciones familiares. El año pasado el ciclo contó con Martin Molteni, Santiago Giorgioni, Felicitas Pizarro y Florencia Rodríguez.
Demuru es un hombre de hacer. Puede estar solucionando los desafíos de un equipo para instalar en la cocina o yendo de compras. Está revoleando las ollas sobre el fuego, pero también llevando el plato a la mesa, para ver de cerca la mirada de quien lo recibe. Le gusta la cocina desde las entrañas. Define su cocina como “una combinación de cocina de presentación y la incorporación de elementos a los platos para que sean diferentes. Soy hacedor de platos de autor, pero para aquellos a los que les gusta comer. Algunas de mis propuestas son en exceso abundantes, pero me gusta que sea así, que se sienta una cocina desbordante”.
El menú que no falla incluye huevo líquido a la florentina con croute de hongos para la entrada, la bondiola de cerdo braseada con salsa de cassis más puré de batatas con miel de caña y frutas salteadas. Para el postre, textura de chocolate. Si hay intención de clásicos, la milanesa, las rabas y los sándwiches suenan bien y desbordan los platos. El próximo sueño está fronteras afuera. “Quiero participar de un emprendimiento en el exterior -sueña-, donde se valora nuestra gastronomía y hay una gran diversidad de culturas. Tengo intriga de cómo sería cocinar para personas de otras latitudes”. Donde hay hambre, allá Demuru crea.
Fuente: El Planeta Urbano ~ Luego de trabajar en los bares más sofisticados de Buenos Aires, viajó a San Pablo (Brasil) para descubrir su lugar en mundo. Allí, fue reconocida como la bartender del año, un título que defiende con mucho amor, trabajo y dedicación.
Anfitriona fascinante, inquieta y talentosa, Cynthia Soledad Zamora, más conocida como Chula Barmaid, se autodefine como artista que abre bares para humanos. Esta cordobesa de 35 años que brilló en las mejores barras de Buenos Aires –Harrison y Uptown, entre otras–, y con su ciclo itinerante «A qué sabe el arte»–convertido en serie de YouTube– fue reconocida en San Pablo (Brasil), donde reside desde 2018, como Bartender del año por la prestigiosa revista «Veja São Paulo Comer & Beber».
Pude visitar los bares paulistas que abrió: Bar dos Arcos, ubicado en el subsuelo del bello Teatro Municipal, con una ambientación increíble, alta coctelería y exquisita cocina, y el más reciente Cineclube Cortina, un centro cultural que incluye sala de cine, shows y fiestas, en un espacio informal con gran gastronomía donde la carta viene en un VHS.
En ambos lugares se ve la huella de Chula, su creatividad de alto vuelo, cartas de coctelería conceptuales con sabores muy originales, foco en los productos locales y su impronta artística. Y me di el gusto de charlar con ella, claro.
– Leí por ahí que te enamoraste de San Pablo, ¿por qué?
-No se. Facundo, quien me trajo la primera vez, me dijo si yo creía en el amor a primera vista y le dije que no, y me dijo “eso te va a pasar con esta ciudad”. Uno acostumbrado a Buenos Aires donde tenés todo organizadito y San Pablo que no entendés nada, cuando empezás a agarrar el ritmo y la entendés, y la diversidad que tiene es como una ciudad sin fin de cosas para hacer, de cultura, de bares, de comidas, y cuando la descubrí, me empecé a enamorar y cuando vi cómo era el brasilero en sí dentro de la hospitalidad que tiene, me gustó mucho mucho.
– Es de otro nivel el servicio en la gastronomía de San Pablo.
– ¿Viste? Sí, yo creo que está muy enfocado. También tiene una controversia, eh, porque cuando empezás a trabajar con ellos te das cuenta de que tienen esa parte servicial, y acá entra lo cultural, que es porque ellos fueron los últimos en toda Latinoamérica de liberarse de la esclavitud, entonces hay una cosa que es servicio pero que pasa a ser servicial.
Trato de ayudar a los chicos en las capacitaciones, que sepan que también pueden decir que no. O sea, lo ideal es un punto de equilibrio entre lo que es el servicio porteño y el paulista. Son teorías que fui sacando con el tiempo pero bueno, no dejan de ser hospitalarios como en la amistad, en cualquier ámbito de la vida, no sólo en lo profesional.
– ¿Cómo te sentiste con el premio Bartender del año?
-Uy, me dio unos nervios al principio, pánico escénico (risas). Yo me había ido a Ecuador después de tres años de haber estado en Arcos (Bar dos Arcos), que fue el gran amor de mi vida de los bares. La vuelta después de la pandemia no me había pegado muy bien, al volver todo muy de golpe, así que me fui para Ecuador, donde tengo unos amigos que tienen un hostel en la montaña, a abrir un bar allá, y el análisis era mirar desde lejos São Paulo y entender si me gustaba o no.
Yo tenía un proyecto cerrado así que iba a volver pero sabiendo que si no me gustaba, tenía Ecuador. Y cuando llego a São Paulo, no alcanzo a llegar que me llama Saulo, uno de los chicos que escribe para la Veja, me cuenta sobre el premio. Le dije que me daba un poco de cosa porque soy argentina, no soy brasilera, y me explica que a ellos les había hecho muy bien lo que yo había aportado acá.
Así que fue una mezcla de emoción y felicidad, me hicieron sentir muy bien en casa, lloré mucho la verdad, un reconocimiento fuera de tu país, como que pega mucho más fuerte.
– Fue por tu trabajo en Cineclube Cortina.
-Sí, inclusive el bar ganó como Bar Revelación. Fue un proyecto que encajó muy bien con lo que yo venía haciendo porque nos centramos ciento por ciento en el cine con cocteles basados en historias, en escenas de películas.
El proyecto tenía tres meses, fue como un premio de bienvenida, como un “prestá atención que capaz realmente es el lugar en el mundo”. Eso no quiere decir que me voy a quedar quieta, pero sí como una base. Y el reconocimiento más grande que tuve en la carrera fue este.
– ¿Ahí empezaste a sentir que San Pablo es tu ciudad en el mundo?
-Con todo lo que pasó y con el amor de la gente. El haber pasado la pandemia acá también. Hacía un año que vivía acá cuando arrancó la pandemia, la verdad que estaba laburando tanto que no me había enfocado mucho en amistades.
Cuando llega la pandemia fue armar amistades pero un nivel medio familia porque ellos sabían que yo estaba sola, entonces, fue como un cariño y un amor que tuve con esa gente, porque la pandemia tuvo momentos tranquilos pero también desesperantes. Así que fue como todo el conjunto, cuando volví me tocó el corazón, es acá y siento que hay mucho para hacer.
– Conocí Bar dos Arcos, es un lugar espectacular que además se siente una onda muy especial.
– ¡Ay, sí! Vos sabés que con Facundo, el creador del lugar, siempre hablamos: ellos tienen un chiste que se terminó transformando en una comunicación de Instagram, que habla de los fantasmas. Viste que existe esa cosa de los fantasmas en los teatros, pero realmente siempre nos pasaron cosas allá, no de ver pero una cuestión más energética.
Por ejemplo, hubo una persona que trabajaba en la empresa en un puesto alto, que no tenía un trato muy bonito con el equipo, que cada vez que hacía un brindis antes de comenzar, se cortaba el agua o la luz, y nos cagábamos de risa, decíamos “estamos realmente protegidos”. Y es un bar que yo creo que tiene esa energía de un montón de almas muy bonitas, muy artística, zarpadamente.
– Siempre tuviste esa cosa teatral, ¿estudiaste artes escénicas, no?
– Vos sabés que mi mamá me mandó a hacer teatro cuando era chica, tendría 6 o 7 años, porque no me relacionaba con la gente, no hablaba. Y eso me ayudó a quebrar esa vergüenza. Desde ahí, lo estudié siempre, en mi ciudad, Villa María, y después cuando fui a Buenos Aires estudié con Subiela. Hice la tecnicatura de teatro, iluminación, escenografía, lo que abarca el 360 del teatro. Me encanta, soy una actriz escondida dentro de la barra, te lo confieso.
– Es que sos un personaje detrás de la barra, y tanto en Bar dos Arcos como en Cineclube Cortina plasmaste esa pasión que tenés por el arte.
-Siempre lo quise hacer y lo fomenté, pero Facundo de Arcos fue la primera persona que me lo dejó plasmar al ciento por ciento. Él además es curador artístico entonces me permitió hacer la creación de la carta y él la fue curando.
Con él aprendí la creación de una carta colocando toda la parte artística, que tenía más cosas de lo que yo imaginaba: el marketing, la comunicación, me hizo trabajar con escenógrafos, con iluminadores, fue el mayor aprendizaje.
Ahora en Cortina estamos por cambiar la carta, entonces desaparecen todos los cocteles y arranca una historia nueva para contar que dura más o menos seis meses. Eso pasa siempre: creás una carta, te enamorás de los cocteles y después los dejás ir; medio lo que uno practica que debería hacer con el amor y no le sale (risas).
– ¿Qué extrañás de Buenos Aires en lo profesional y qué diferencias notás con San Pablo?
-Extraño mucho la calidad estética que se trabaja en Buenos Aires en los restoranes y en los bares, por ejemplo lo que hace Eme Carranza, no existe acá. Ellos no lo explotan porque su foco está en el producto y en el servicio.
En Buenos Aires vos entrás a Niño Gordo donde la comida es increíble, el servicio también y la estética te rompe la cabeza.
La otra cosa que más extraño es la fiesta que tenemos los argentinos en los bares, eso no existe bajo ningún punto de vista en São Paulo. Yo trato de hacerlo con mi equipo pero tengo que remarla.
– Es verdad, en la Argentina siempre surgen brindis en las barras, los bartenders a lo mejor te vieron un par de veces y ya te reciben como a un amigo.
– Los argentinos realmente tenemos una cosa festiva y alegre en el alma, y eso llevado a los bares y el brindis como vos decís, tal vez, no sos amiga de la persona pero todo el mundo te invita a brindar, eso lo extraño con todo mi corazón.
– Y eso que los brasileros son cálidos pero ponen más distancia con el cliente ¿no?
Claro. No les quita la calidez porque te hacen sentir bien y en casa pero está todo ese respeto hospitalario, hay una distancia con el cliente.
– ¿Qué tendencias ves que se vienen en la coctelería global?
-Me pone muy feliz que el mundo cambió la mirada y está prestando atención a Latinoamérica. Si bien eso viene pasando hace un tiempo, ahora está tomando otra fuerza. Lo latino, más allá de la tierra, los sabores, la fruta y las técnicas, es el quiebre de la estructura.
El latinoamericano siempre se las ingenió con poco y creo que ese el boom que está abriendo la puerta a que la gente pueda abrir un bar con muy poca plata y con muchas ganas y conocimiento. No está mal que existan los otros bares pero podemos crear con poca plata y ser completamente respetados, o sea, el sabor no viene desde lo económico o por servirlo en una copa increíble. Me parece que es eso lo que se viene, lo cual me llena de orgullo. Beber bien en todas partes con poca plata me parece que es un poco el futuro.
– ¿Cuáles son tus próximos planes?
-Inauguré una empresa de consultorías y la verdad que hasta mitad de año tenemos unas trece casas que estamos trabajando, entre algunas que ya existían, donde le colocamos coctelería, y casas nuevas como Cortina que es mi lugar fijo, el único donde la gente me encuentra en la barra.
En los demás lugares entra Soledad (mi segundo nombre) que es la consultoría. Ese mismo proyecto está siendo acompañado por unas marcas y se está transformando en una escuela gratuita para capacitar a la gente que no puede pagar un curso de coctelería. La verdad que muy contenta, en algún punto es una forma de agradecer y retribuir todo lo que pude aprender acá con ellos en la parte humana.
Fuente: Iprofesional ~ Los Salas Martínez rompieron el mito de que la tercera generación es la que funde las empresas familiares:. A 90 años de su creación, las claves del éxito.
¿Cuál fue la clave? «La profesionalización, el armado de equipo, pero fundamentalmente el interés genuino de ayudar a otros a que también alcancen el éxito», asegura Marcelo Salas Martínez, socio director de la cadena.
La historia de Café Martínez es la historia de amor prohibido entre Atiliano Martínez y su prima hermana Justa. Empezó en secreto en Pola de Lena, el pueblo asturiano de dónde eran y terminó en Argentina donde decidieron radicarse para formar su familia y huir de la Guerra Civil Española que ya se vislumbraba y de la que Atiliano estaba decidido a no participar; unos años antes él ya había puesto el cuerpo y casi su vida peleando en África contra los Moros.
En suelo argentino Atiliano encontró trabajo en Casa Torres, una de los principales tostadores de café de la ciudad y allí conoció a su segundo gran amor: el café. Habiendo aprendido el oficio y entendido las claves del negocio decidió independizarse. Arrancó en 1933 con el nombre El Convidado.
Empezó en un pequeño local alquilado de la calle México hasta que en los años 60 puedo comprar el inmueble de Talcahuano al 948 a metros de la calle Marcelo T. de Alvear, local que aun hoy funciona y donde pronto, con apoyo de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, funcionará también un museo que recorrerá la historia de Buenos Aires a través de la historia de la empresa y el café.
Desde 1995, los hermanos Salas Martínez fueron abriendo sucursales de Café Martínez y luego franquiciaron
El negocio del matrimonio Martínez era importar café, tostarlo y distribuirlo; Justa entre las personas que pasaban por la puerta del local y su marido a través del canal mayorista. «La marca era El Convidado, pero la realidad es que los clientes lo identificaban más por su apellido por lo que terminó adoptando el nombre de Casa Martínez; después nosotros cuando ingresamos a la empresa directamente le pusimos Café Martínez», relata Salas Martínez a iProfesional.
Atiliano falleció en 1975 y la empresa quedó en manos de su viuda (que falleció en 2005), de Olga, la hija del matrimonio y de Paulino Rodríguez, un socio que tuvieron hasta los ‘80 cuando se le compró su parte y la familia fundadora quedó como única propietaria. Durante 60 años el negocio fue próspero, pero mantuvo su estructura tal como la había armado Atiliano hasta que, a partir de 1995, fueron entrando a trabajar a la empresa Marcelo, Mauro y Claudia, tres de los seis hijos de Olga Martínez de Salas. Ellos revolucionaron la empresa familiar y el rubro.
«Mauro ingresó en los ‘80 y una de las cosas más importante que hizo fue la gestión de la compra de la parte del socio y puso en orden las cuestiones administrativas del negocio. Después ingresé yo en el ‘85 y un tiempito después Claudia. Entre los tres empezamos a pensar cómo hacer crecer el negocio», relata Salas Martínez.
El primer resultado de ese encuentro entre los hermanos fue el desarrollo de concepto de café gourmet, hoy llamados café de especialidad. Como en 1933, los hermanos Salas Martínez importan el café, lo tuestan y lo distribuyen, pero a diferencia de sus abuelos, ahora lo hacen desde sus propias cafeterías con su propia marca. «Lo que hicimos fue que el café deje de ser el punto final de los acontecimientos para convertirse en el punto de partida, logramos que el café sea el protagonista», explica el empresario.
Desde 1995 y paulatinamente los hermanos Salas Martínez fueron abriendo sucursales, pero cuando llegaron a la quinta en el 2000 se dieron cuenta que ya solos no podían; si querían seguir expandiéndose tenían que franquiciar y así lo hicieron.
«La realidad es que sabíamos que la marca daba para más, pero no teníamos ni el capital para seguir invirtiendo ni tiempo para más sucursales. Franquiciar es una manera de seguir creciendo, pero apalancado en capital y tiempo de terceros con todo nuestro know how y acompañamiento», sostiene el empresario, quien llegó a ser presidente de la Asociación Argentina de Marcas y Franquicias (AAMF) entre el 2014 y el 2017.
Hoy, Café Martínez es una cadena de 201 tiendas que operan en Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia
Multiplicados a su máxima potencia
Café Martínez, cuenta Salas Martínez, fue más que un negocio para su abuelo y su hermano Ángel, que llegó a la Argentina unos años después. Café Martínez fue el lugar de encuentro de la comunidad asturiana. Allí, en Casa Martínez, Atiliano recibía a sus compatriotas (incluso con techo y comida) y los ayudaba a armar su propio negocio.
«Por eso decimos siempre que la ayuda y el acompañamiento es parte del ADN de la compañía. A nuestros franquiciados, e incluso también a nuestros colegas, los ayudamos a instalar un negocio comercial y les transmitimos todo nuestro conocimiento acerca de la calidad del café y la tostación para que consigan el éxito con su propia pyme», sostiene el empresario.
Actualmente Café Martínez tiene 189 tiendas distribuidas a lo largo de todo el país, de las cuales solo 15 son propias. Además tienen 12 tiendas más en el exterior: 3 en Uruguay, 9 en Paraguay y 2 en Bolivia.
«Si bien hemos llegado a tener franquicias individuales en Estados Unidos, España, Pakistán y Arabia Saudita; pero funcionaron mal porque ambas partes cometimos errores y decidimos desarmarlas para enfocarnos en la región. Ahora lo que hacemos es primero desembarcar nosotros con oficina y tiendas propias, después franquiciamos porque la realidad es que es demasiado para un franquiciado individual instalar una marca en un país, por eso decidimos hacer nosotros el esfuerzo», cuenta.
La profesionalización y el armado de equipo fueron para Salas Martínez dos aspectos fundamentales para el crecimiento de la empresa, pero puntualmente destaca que la clave fue ayudar a otros a que también alcancen el éxito y no solamente lo dice por la red de franquiciados sino también por los 400 empleados que hoy emplea de manera directa.
Café Martínez ya abrió locales Smart Service en los que los clientes hacen su pedido en las terminales o de sus celulares
Prueba de ello es el vuelo que alcanzó Leandro Canabe que ingresó a Café Martínez en 2008 como gerente de desarrollo para en 2011 llegar a gerente general y desde hace tres años convertirse en el único socio no familiar de la empresa. Para este año, adelanta el empresario, tienen previsto incorporar (y desarrollar) a la empresa entre 25 y 30 personas más.
El futuro para Café Martínez ya llegó
Seguidores de cerca de las tendencias, los hermanos Salas Martínez intentan siempre estar un paso adelante en materia de innovación. Innovaron con el café, con la experiencia de consumo y desde 2019 también con la experiencia de compra incorporando los locales Smart Service en los que, sin colas ni tiempos de espera, los clientes hacen su pedido en las terminales de autogestión o a través de sus celulares y luego, por un sistema de geolocalización, reciben el pedido en la mesa que hayan elegido.
Además estos locales, que por ahora hay uno en el Hospital Italiano y otro en el Aeroparque Jorge Newbery, tienen carteleras digitales y heladeras con pantallas transparentes donde se ve el producto y la información de cada uno y, una impresora «selfie latte» para imprimir fotos en el café.
«Ahora estamos llevando la tecnología smart a todas las tiendas para que los clientes compren como quieran; ya sea Take-Away, atención en la mesa o por su celular; estamos muy enfocados en el desarrollo de la omnicanalidad», adelanta el empresario.
Café Martínez, señala el empresario, pasó las dos grandes olas del café y ahora mientras atraviesan la tercera se preparan para la cuarta: la primera, explica, tuvo que ver con la industrialización del café y fue a la que se sumó su abuelo; la segunda tuvo que ver con la premiumización del café y la preocupación de los cafeteros por la procedencia y tipo de grano, así como el tipo y calidad de tueste y la experiencia de consumo en tienda.
El negocio del matrimonio Martínez era importar café, tostarlo y distribuirlo
«En Argentina fuimos nosotros los gestores de este cambio; en Estados Unidos, Starbucks«, dice orgulloso Salas Martínez. La tercera ola, continúa, es la actual y tiene que ver con una nueva premiumización, pero con foco en la sustentabilidad del negocio.
Sin embargo, Café Martínez se está preparando para lo que va a ser la cuarta ola que tiene que ver con la profundización de la sustentabilidad y, citando al ex CEO de Unilever, Paul Polman, Salas Martínez explica que ya no son suficiente acciones para evitar el daño del planeta sino que ahora de lo que se trata es de ver cómo regenerarlo.
«Y sin duda la cuarta ola, que seguramente veremos en una década, va a venir de lo que hagan en Asia; fundamentalmente en China o India, dos países que traccionan lo que viene, lo que es tendencia. En este sentido Café Martínez está mirando esas regiones están haciendo y estamos viendo cómo subirnos a esta cuarta ola. Tenemos una persona dedicada especialmente a trabajar con el propósito de la compañía y sustentabilidad», adelanta.
Fuente: Clarín Gourmet by Adriana Santagati ~ Sebastián García había terminado el secundario y estudiaba cocina. Pero un encuentro casi casual lo hizo conocer a uno de los próceres de la coctelería argentina y su destino cambió. Hoy es su nombre (o, técnicamente, no su nombre) el que está en lo más alto de las barras. Su Presidente de Retiro está entre los cien mejores bares del mundo. Y él pegó un salto infrecuente: se volvió para su barrio, en el GBA.
Casi nadie le dice Sebastián García a Sebastián García. Es Seba García o El Cantinero, el nombre que adoptó cuando empezó a forjar la personalidad que lo hizo un distinto en el ámbito local.
Como le contó a Clarín en una entrevista cuando Presidente entró al 50 Best World Bars en 2018, sólo un año y medio después de haber abierto en un petit hotel en la coqueta Quintana, eligió ser El Cantinero, porque “muchas veces fuiste a ver al bartender internacional y no cumplió tus expectativas: con el cantinero vas sin esa expectativa y te puede volar la cabeza”.
Quién es Seba García, El Cantinero
Seba García, el «bartender elegante», abrió un bar en el Oeste. Foto: Martín Bonetto
Para él, el cantinero es una persona normal, pero trajeada. Y que se distingue por sus buenos cocktails y por algo fundamental: la prioridad en el servicio.
Mientras Presidente (hoy puesto 61° del último 50 Best y el año anterior, puesto 21), donde es director creativo y uno de sus tres socios, sigue con planes de expansión local e internacional, El Cantinero concretó una apuesta jugada: abrió, también con dos socios más, otro bar de altísimo nivel en el Oeste.
El lugar del que nunca se fue, porque de la casa familiar de la infancia en Castelar ahora la casa familiar donde vive con su mujer y con Gael, su hijo de cinco años, también está en la zona, en Ramos Mejía. Cada noche se va y vuelve de Capital a Ramos en un auto de aplicación, trabajando en el celular a la ida y durmiendo en el regreso, cuando el sol ya asoma por la Autopista del Oeste.
Cómo es el nuevo bar de El cantinero en Parque Leloir
La noche empieza a caer en Nob3l Bar. Foto Emmanuel Fernández
El Sol y también la Luna son en Nob3l, su nuevo bar de Parque Leloir, esos actores que en el reparto no aparecen como protagónicos pero que la terminan rompiendo. Nob3l es un rooftop en un tercer piso –la altura máxima que se permite en las construcciones de la zona– con una vista abierta donde el Sol se despide en el atardecer tiñendo el cielo de sus colores y la Luna ilumina toda la noche, más o menos escondida entre los árboles.
Parque Leloir es barrio en el partido de Ituzaingó que homenajea con su nombre a Luis Federico Leloir, el tercer premio Nobel argentino, que obtuvo el galardón de química en 1970 por sus trabajos sobre los nucleótidos de los azúcares. Y que, si hablamos de gastronomía, tiene otro pergamino en su haber: fue el inventor de la salsa Golf. Los árboles de Parque Leloir son parte de la vista del rooftop. Fotos Emmanuel Fernández
Hoy es un polo gastronómico que está explotando en el Oeste. Cada vez abren más restaurantes y bares y el objetivo de Nob3l es elevar la vara con los mismos estándares que tiene el premiado Presidente. Por ejemplo, García hizo construir una enorme mesada en el centro de la cocina –en la que ya anticipa pop ups con chefs de prestigio– e invirtió dinero fuerte en los hornos o en su chiche, la máquina de vacío.
El bar también homenajea a Leloir con su nombre (la “e” del Nobel está reemplazada por el 3 como un guiño a los tres socios) y con muchos otros pequeños y grandes detalles.
El menú tiene una foto del científico, en el ascensor que lleva al rooftop una pantalla muestra videos de él trabajando y el espacio privado del bar –como en Presidente es la biblioteca– acá es un laboratorio con estantes llenos de matraz, esos recipientes de vidrio que tienen una cierta forma triangular y se usan para mezclar soluciones químicas. Luz tenue y buena gastronomía en un bar que homenajea a un premio Nobel. Fotos Emmanuel Fernández
Qué beber en Nob3l
El lema de Nob3l es “coctelería reactiva”. Es otro homenaje a Leloir, por las reacciones que se dan en los procesos químicos, pero también se vincula con la reacción. “Tiene mucho que ver con la post pandemia, con reactivar de nuevo con algo nuevo. Y la coctelería también genera una reacción a la hora de probar”, explica El Cantinero a Clarín.
Obviamente, la carta de cocktails es uno de los fuertes del bar. Son casi una treintena (entre $ 1.200 y $ 1.400), que están estructurados en cuatro grandes grupos. El Negroni, un clásico infaltable. Fotos Emmanuel Fernández
Por un lado, los aperitivos, con infaltables como el Negroni, el Aperol Spritz y el Branca Cola. Siguen clásicos como el Gin Tonic, el Gimlet y el Amore Milano, una marca registrada de García que lleva Johnnie Walker Black Label, Campari, Angostura, pomelo rosado, limón y menta.
Los cocktails de la casa incluyen por ejemplo versiones propias del Negroni (con pomelo y berries) y del Gin Tonic (con hierbas aromáticas y aceite de piel de pomelo. Y el final “para bebedores con estilo” sugiere también versiones un poco más arriesgadas de familias de cocktails como los Julep o los Cobblers. También hay una carta de vinos por botella y por copa, corta pero de esas etiquetas infalibles. Detalles. El hielo del cocktail con el logo del bar. Fotos Emmanuel Fernández
“Hicimos un mix de cocktails de autor y clásicos. Cuando hago una carta, tiene que tener un montón de condimentos pero también es una manera de conocer al público. Hicimos un menú muy versátil y la respuesta nos sorprendió, con lo que vamos a agregar más recetas. Ya tenemos muchos clientes que vinieron varias veces al bar”, cuenta el bartender.
“Tenemos que ser responsables a la hora de educar al cliente. Antes si no bebías alcohol, las opciones eran gaseosa o agua. Estamos trabajando todo un menú con cocktails sin alcohol no sólo para el conductor designado sino para quien no quiera o no pueda beber. Y contamos con estacionamiento gratuito. El otro día, un cliente me dijo ‘Quiero beber’. Le respondí que disfrute y deje el auto, y que al día siguiente lo viniera a buscar”.
Qué comer en Nob3l
La carta de cocina también buscó versatilidad. En los platos salados manda Blas Pugliese, que fue parte del equipo de Presidente. En la lectura de sus nombres aparecen viejos conocidos en este tipo de propuestas, como varias de las entradas: tabla de queso, hummus, ceviche y mollejas, pero con un upgrade en la calidad del producto y su tratamiento (y hay lujitos también, como las ostras). La tabla de quesos, un clásico que es parte de las entradas. Fotos Emmanuel Fernández
Lo mismo ocurre en el sushi, con piezas muy pensadas desde el sabor y cuidadas en la ejecución. Los principales son pocos pero contundentes: el imperdible es el ojo de bife de 600 gramos que sale con una manteca especiada, salsa criolla y batatas asadas y es para compartir. El ojo de bife, uno de los principales recomendados. Fotos Emmanuel Fernández
Si bien García dice que buscaron que el bar se destaque por igual en todos los rubros, concede que en donde Nob3l le saca una diferencia al resto es en los dulces, con la jefa de pastelería Lorena Durán, pareja del bartender. “Cuando empezamos a cranear los postres me di cuenta de que en el mundo no hay bares con buena pastelería. Por eso dije ‘Vamos a darle protagonismo, a llevarlo a otro level”, apunta . El macaron Campari, estrella de la carta dulce. Fotos Emmanuel Fernández
La vedette es el macaron Campari. “La gente ya viene a buscarlo”, dice García del contundente macaron relleno con una crema helada hecha con el tradicional aperitivo italiano y pomelo, acompañado con frambuesas heladas. Una refrescante y original sorpresa que se destaca en una carta en la que también los clásicos tienen su vuelta (como el volcán de chocolate con reducción de Old Fashioned). La carta de postres la diseñó la pastelera Lorena Durán, pareja de García. Fotos Emmanuel Fernández
“Abrir un bar en el Oeste fue un deseo que siempre tuve, pero no quería caer con algo así nomás. Hace 20 años me dedico a la gastronomía, pero creo que los últimos años me formaron para poder tener un bar de categoría en el Oeste. Quería hacer algo de lo que a mí me gusta, un lugar con estética, con estilo, con servicio, y pensando en los detalles. A mi gente lo mejor, siempre”, cierra El Cantinero.
Nob3l Bar queda en Martín Fierro 3290, Parque Leloir. Abre de miércoles a domingos desde las 20. Instagram: @nob3lbar.
Fuente: La Nación – Nació en La Boca, como una panadería, fundada por un inmigrante genovés llamado Giovanni Banchero
“La historia comienza en 1932, cuando mi bisabuelo Giovanni Banchero abre una panadería en La Boca. Había venido en barco desde Génova, Italia. Tenía dos hijos: mi abuelo Antonio Agustín y mi tío abuelo, Agustín Antonio. Esto es real, los llamó así. Cuenta la leyenda que ahí, en el horno de la panadería, se hicieron las primeras pizzas de Argentina. Fue después que tomó forma el restaurante”, relata Luciano Banchero (37), periodista y fundador Posta, la productora de podcasts.
Banchero icónica pizzería tomó vida con sus clientes, muchos inmigrantes, vecinos y artistas de la época. En Banchero se juntaban desde Benito Quinquela Martín (que hacía allí sus reuniones de su sociedad, El Club del Tornillo) y el actor Luis Sandrini, a Tita Merello y la misma Eva Duarte de Perón, Evita.
“La pizzería original sigue estando donde estaba, en Almirante Brown y Suárez en La Boca, mi familia nunca se movió. Ahí vivieron mi bisabuelo, mi abuelo, mi viejo sigue. También yo viví en el barrio los primeros años de mi vida. Y, como la zona es un centro de la inmigración italiana, la historia de ‘Banchero’ siempre estuvo muy ligada a la del club Boca Juniors. Surgieron con la misma ola, porque ‘xeneixe’ significa ‘genovés’, y todo lo del club y sus hinchas transcurre en esas manzanas”.
El lugar donde nació la fugazza con queso
La fundación de Banchero tiene fecha cierta: 28 de marzo de 1932. Prácticamente al mismo tiempo, nacieron otras pizzerías porteñas -hoy clásicas- como Güerrin (1932), Las Cuartertas (1932), y El Cuartito (1934). Sin embargo, Banchero ostenta con orgullo un título que nadie puede igualar: es, como dice en la pared de todos sus locales, “el creador de la fugazza con queso”
La historia es simple. Un día el pionero Giovanni (al que todos ya llamaban Juan) cortó al medio la pizza con cebolla. “Una fugassa, como los genoveses llaman a la focaccia”, detalla Luciano. Como notó que podía quedar seca, le agregó queso. “Y así logró una bomba maravillosa que te hace feliz”, insiste su bisnieto. Por su aporte a la gastronomía argentina, en 2022, durante la celebración de su 90° aniversario, Banchero fue declarada “sitio de interés cultural” por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
La pizzería de “Argentina, 1985″
Una escena clave de “Argentina, 1985″, que tiene a Ricardo Darín y Peter Lanzani como protagonistas, fue filmada en Banchero. La secuencia recrea un momento histórico: en una mesa del salón de Corrientes y Talcahuano, a dos cuadras de Tribunales, los jueces definieron la condena que darían a las Juntas Militares. Desde septiembre pasado, fecha de su estreno, el nombre de Banchero viaja por el mundo junto a la película.
-¿Cómo fue ver a Banchero en una película con tanta exposición internacional?
-No me enteré del rodaje y la verdad es que tampoco conocía la historia. Me puse a indagar, le pregunté a mi viejo -que es de pocas palabras y también estaba sorprendido- y, excepto algunos detalles, lo del chico y que este encuentro fue de día, efectivamente fue todo así. Está documentado. Fue muy emocionante. Le mandé un mensaje a Axel (por Kuschevatzky, productor de la película), le puse que me había conmovido ver mi apellido ahí. No me quiero adelantar a los resultados (”Argentina 1985″ es gran candidata a quedar seleccionada para los Oscars), pero estoy convencido de que le esperan puras cosas buenas, es una gran película.
-¿Habías nacido en 1985?
-Justamente, yo nací cuando “terminó” la película. Y, si el Juicio a las Juntas terminó el nueve de diciembre de 1985, yo nací el 12 de diciembre, tres días después. Además, si te fijás, cuando el director, con su cámara, muestra a los jueces entrando a la pizzería hace foco en el cartel. Es el neón de “Banchero”, como está hoy, que abajo dice “La verdadera pizza”. En pantalla, la palabra queda cortada, se ven los jueces y el cartel que dice “La verdad”. Creo que fue un accidente, pero si fue pensado, fueron muy astutos.
Si bien Luciano Banchero esquivó su destino y eligió hacer su camino lejos de la empresa familiar, lleva una pizza tatuada en su brazo. Es parte de su ADN.
-¿Qué hace tan especial a una pizza?
-Es que es nuestra pizza, al molde, tipo bizcochuelo, porteña… He probado pizzas por el mundo, pero no hay como la de acá. Digo ‘nuestra’ pero yo no formo parte del negocio familiar, es más mi herencia cultural, pero no estoy en el día a día. Mi vínculo es meramente de consumidor. Me gusta comer, amo la pizza y si fuera por mí, comería pizza todos los días. Es mi comida preferida y la llevo (literalmente) tatuada en mi muñeca derecha.
-¿Pasabas tus días en Banchero?
-Para mí, Banchero es sinónimo de los sábados en familia, siempre con pizza. Eso sí, como buenos italianos, los domingos comíamos pasta. Pero no es que yo me crié ahí o hacía mis deberes escolares en el restaurante. Para cuando yo nací, mi padre ya no estaba tanto en el local. Hoy mi tío y mis primos, la cuarta generación, están al mando. Yo, si preparé pizza fue tres veces en mi vida pero de forma particular y dicen que quedaron bien. Y, cuenta la leyenda que mi papá preparó pizzas alguna vez, pero eso yo nunca lo pude comprobar (ríe).
-¿Pesa el apellido?
-Nada. El ver mi nombre en las paredes y en la marquesina de “Banchero” es algo que tengo muy naturalizado. Mi apellido en los platos, en los individuales, me parece normal. Aunque ni de adolescente llegaba y me adueñaba con mis amigos del lugar. La regla siempre fue avisar y no pedir una mesa para 20 personas, tener decoro. Sí, los mozos me conocían y me gustaba esa familiaridad. Al tener éste apellido, la gente lo identifica. Hoy cuando me llegan el correo, en las entregas, lo leen y me dicen ‘Ah, como la pizzería”. Me da orgullo, pero de algo que no me puedo atribuir, cosa de varias generaciones para atrás.
-En sus 90 años vieron pasar distintas crisis, ¿nunca pensaron en bajar la persiana?
-Por suerte, no. “Banchero” va lidiando con los vaivenes de la economía. Te permite ir a comer pizza y repartir el gasto. Eso siempre me pareció sensacional. Que se haya logrado mantener un lugar funcionando en este país y por tantos años es admirable. Pensar que es un emprendimiento gastronómico familiar que el año pasado cumplió 90 años. Espero verlo cumplir 100 y que mi hijo Dino, que tiene un año y dos meses, lo pueda disfrutar como lo hago yo.
-¿Por qué no seguir con la tradición pizzera?
-Me di cuenta que no era lo mío, no tenía ése amor por la gastronomía y tampoco hubo imposiciones. Aunque se que a mi papá le hubiese gustado, también entiendo que está contento con las decisiones profesionales que tomé. Hoy, como productor, me dedico a que las cosas pasen. Igual, cada vez que me cruzo con alguna catástrofe en el laburo, me sale un ‘¡Me tendría que haber dedicado a la pizza!’. Desde mi formación periodística, intenté honrar a la familia con un podcast sobre la historia de la pizza en la Argentina. Pero luego me di cuenta que era como hacer un documental yo solo y no lo seguí.
-¿Cómo fue evolucionando con el tiempo?
-Si lo ves hoy, el restaurante de La Boca se ve gigante, a diferencia de las nuevas pizzerías donde los locales son chiquititos: es cinco veces más grande. Y es que fue creado como un lugar de reuniones y de comida familiar y no cambió. Pero por suerte, al estar cerca de Caminito, se llena de turistas y de gente que va a la cancha. Lo mismo pasa en el de avenida Corrientes, funciona con quienes trabajan por la zona de Tribunales o los que van al teatro de noche.
Hoy están el original, en la avenida Corrientes hay dos -el de Talcahuano, que es de 1967, y el de Montevideo, Don Tito-; hay uno en Pilar y, desde 2019 está el de Miami, en el polo argentino que se creó. Ahora tiene redes sociales, aunque aún no hay menú online. Ahí hay resistencia a la modernización, el cartón plastificado con la historia de la pizzería sigue ahí. Y a mí me gusta, no quiero saber nada con un QR, yo quiero el menú papel.
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