Fuente: La Nación ~ Los espacios que ofrecen vivencias diferentes cuentan con un plus para atraer a sus clientes. En sintonía con esta premisa, los bares speakeasy cobran fuerza: locales ocultos detrás de una puerta que puede parecer la de una casa cualquiera, y al abrirla, invita a recorrer un mundo distinto. ¿Cuáles son los desafíos de estos locales?
En la ciudad de Buenos Aires, The Hidden Group suma propuestas en esta línea. Se trata de un equipo liderado por cuatro jóvenes emprendedores -los socios Martín Brenna, Valentin y Nicolás Minoyetti y Federico Sadovsky- que decidieron apostar en esta dirección con locales como Docks, J.W Bradley y The Hole, cada uno diseñado con una estrategia y temática bien definida. Martín Brenna cuenta que el concepto de bares «speakeasy», tiene origen en las primeras décadas del siglo XX, en la ciudad de Nueva York. En esos años regía la Ley Seca, que impedía la fabricación y el consumo de alcohol: «Para demostrar que toda ley nace para ser quebrada comienzan a aparecer estos bares a «puertas cerradas». Desde el exterior uno no lo reconoce como un bar y es necesario ser invitado o formar parte del selecto grupo que conoce el lugar. Nosotros elegimos esta modalidad porque buscamos brindar una experiencia diferente, que transporte a otros tiempos y lugares», dice Brenna. Teniendo en cuenta su tradición histórica, los socios señalan que uno de los puntos más fuertes en este tipo de bares es la coctelería de autor.
J. W. Bradley, una de sus propuestas: un bar inspirado en los trenes de lujo de Europa que recorrían la ruta del Expreso de Oriente. Según cuentan los socios, J. W. Bradley era un fabricante de trenes que diseñó en el último vagón una barra de lujo para los viajantes. La ambientación es clave y cada detalle suma: desde un vagón real a partir del cual se ingresa al espacio, hasta lámparas de lujo que transportan a otra época.
Para The Hole, los socios idearon un concepto que alude al auge de las mafias y contrabando en Estados Unidos durante la Ley Seca. A partir de esta idea, tomaron como referencia la cárcel de Alcatraz en la bahía de San Francisco -donde estuvieron Al Capone, o Lucky Luciano- para dar forma a uno de los tesoros escondidos de Buenos Aires. En el espacio se destaca su decoración que incluye, por ejemplo, un auto antiguo estacionado frente a un decorado que simula la puerta de un banco, o celdas con mesas más privadas. La cartelería en las paredes apuntan a reforzar el concepto: se comunican los horarios de visitas, requisitos de comportamiento e incluso los horarios de comidas y esparcimiento. «La idea es que quienes vengan a nuestros Hidden Bars se transporten a otros tiempos, donde había diferentes procesos de producción «, dice Minoyetti quien cuenta que viajaron a San Francisco y a Europa en busca de inspiración.
Docks es otro de los bares speakeasy del grupo, que sigue en la línea temática, pero con el ojo puesto en los puertos británicos. Allí se recrea la experiencia de un viejo muelle de principios de siglo XX. Como antesala, una discreta puerta negra seguida de otra corrediza de metal -muy típica de los grandes barcos- da la bienvenida a la recepción, donde un video relata una historia vinculada a esta temática y se encuentra la recreación de un pequeño muelle con pisos transparentes, desde el cual se aprecia un surco artificial de agua y rocas, y a su paso una cascada. El imponente espacio iluminado a media luz permite apreciar detalles originales como escotillas, anclas, murales de piratas, mapas, lámparas de la época, una cabina de despresurización y sin duda, la vedette del lugar: un faro en el centro del salón, que guarda la oferta de vinos.
Minoyetti, otro de los socios de estos emprendimientos, cuenta que los desafíos de abrir lugares conceptuales están en mantenerse a la vanguardia respetando realidades históricas. «Para brindar una experiencia única se trabaja desde la gestación de la idea en los detalles», sostiene. Acerca del público, Sadovsky describe el perfil como jóvenes adultos de mente abierta que buscan probar algo distinto.
En Recoleta, el bar Vanguard se alinea con la tendencia, y se oculta debajo de Brew, un refugio cervecero al que se ingresa por la misma puerta que a Vanguard. Como en un juego de «elige tu propia aventura», los comensales que se adentran en el misterioso secreto de Vanguard, se encuentran con un camino que evoca las ruinas de una mina. Una vez en el interior, el espacio sorprende con una atmósfera que combina lo rústico y lo elegante. Metales, cueros, mesas de mármol, paredes con espejos y elegantes lámparas que aportan una tenue iluminación son algunos de los elementos claves de este refinado speakeasy. Simón Montes Casas dueño y creador de Vanguard cuenta que la estética del bar mezcla lo vintage de los años ochenta con aspectos de una cueva minera que apunta a mostrar un mundo de vanguardia escondido entre las montañas de cemento. A la hora de ambientar, dice, utilizó materiales que contrasten y a la vez se potencien. El cobre y el cuero son los protagonistas, y también se lucen los cristales de las lámparas y espejos biselados en contraste con las piedras y maderas. «Un bar speakeasy se define por estar escondido y generar su identidad por el boca en boca», relata . El desafío es lograr atraer el público para este tipo de experiencias, a través de una difusión en la que el boca en boca es fundamental.
En la ciudad son varios los bares ocultos que convocan a locales y turistas. Florería Atlántico, de Renato «Tato» Giovannoni es un clásico en Recoleta, que incluso, en el 2018, llegó a estar entre los quince mejores bares del mundo según el ranking The World’s 50 Best Bars. Giovannoni aclara desde un principio que no se trata de un bar speakeasy, ya que no tiene un concepto asociado con la época de la Ley Seca. Sin embargo, fruto del azar y las decisiones, se convirtió en un espacio oculto detrás de una florería que conjuga calidad estética, misterio y sorpresa, además de una coctelería original.
El dueño de Florería Atlántico cuenta que pasó muchos años buscando un sótano de Buenos Aires para crear su bar. La estética de Florería Atlántico, dice, fue naciendo a medida que iban desarmando lo que había, y encontrándose con el edificio original de 1917. En ese trabajo, descubrieron, por ejemplo, que detrás del durlock se escondía un techo alto con unas vigas originales que aportaban la imagen que buscaban. «Tenía muy claro que quería que la barra fuese la más larga de Buenos Aires, y sabía que la mayor inversión del local la íbamos a hacer en la barra, con muy buena madera sobre ella en el mostrador, y todo el frente de cobre. Es una barra curva, de dieciocho metros de largo», destaca.
Giovannoni, cuenta que enseguida notaron que todo lo que pasaba en el bar sucedía abajo, mientras que la parte de arriba, un hermoso local de cuarenta metros a la calle, quedaba ajeno a toda la acción. Así, decidieron ubicar ahí la bodega de vinos y montar una florería que funcionase de día, ya que, además, el bar necesitaba que hubiera siempre alguien para recibir a los proveedores. Las escaleras al sótano resultaban extrañas para quienes llegaban a comprar flores al pintoresco local, por lo que se decidió esconderlas con una puerta tipo de cámara frigorífica que simulase el lugar de guarda de flores y vinos. En este sentido, señala que son muchos los pros de este factor sorpresa que llama la atención de los visitantes. El contraste entre un espacio y otro también es fundamental.