Fuente: Clarin ~ La harina P.A.N. fue lanzada a la venta el 10 de diciembre de 1960, en Venezuela. Ese día, a lo largo y a lo ancho del país, se vendieron 5.280 kilos. Doce meses después ya se vendían más de 12 millones de kilos por año. En la era de las compras virtuales, ese mismo producto, que prácticamente ya representa a las arepas, que a su vez son un símbolo de Venezuela en todo el mundo, hasta empezó a ofrecerse por Amazon.
En los últimos tres o cuatro años apareció en muchos barrios porteños. En almacenes, supermercados chinos, kioscos, verdulerías o panaderías. Puede que aún muchos vecinos de Buenos Aires no sepan qué se puede hacer con el contenido de esa bolsa amarilla con una mujer con un turbante y un choclo como logo, llamado Harina P.A.N. Pero otros sí. Y también son muchos. Tanto, que en abril del año pasado se festejó “La noche de las arepas”, donde más de 20 restaurantes porteños ofrecieron sus productos a mitad de precio. O sea que el cliente puede comprarlo en un local y cocinarlo en la casa. Y, también, pedirlo listo para comer.
“Venezuela es muy noticia en la Argentina”, reflexiona Féliz Ovalles, gerente de Caracas Bar, el primer restaurante de venezolanos en la Ciudad, ubicado en Palermo. Y sigue: “Eso genera que el porteño esté muy pendiente del venezolano: se le acerca para preguntarle sobre el país. Y uno ofrece mate y el otro, arepas. Cuando existe un fenómeno migratorio nace la mezcla: ya existen parejas de argentinos y venezolanos, o tienes un compañero de trabajo venezolano, o un vecino. Eso también hizo que la arepa haya ganado tanto terreno en Buenos Aires”.
Las arepas, tanto colombianas como venezolanas, no solo se ofrecen en comercios a la calle. También pueden encontrarse en distintos rincones de Buenos Aires. Están, y se pueden comprar, en los bolsos térmicos de los vendedores ambulantes del subte y la vía pública. Están, además, en las cajas de los ciclistas y motoqueros que entregan pedidos a través de aplicaciones para teléfonos. Otra opción es la de los microemprendimientos independientes, que cocinan en departamentos y venden por redes sociales. Todas se cocinan con Harina P.A.N., que llegó a Buenos Aires por un argentino, cocinero, que vivió en Venezuela y en su regreso abrió un restaurante en Almagro. Que finalmente cerraría, para dedicarse a la importación del producto.
Ovalles, de Caracas Bar, dice que el comercio ofrece la experiencia completa. Se refiere a que no es lo mismo comer una arepa en la calle, o en una casa tomando fernet, que hacerlo escuchando salsa y con un vaso de ron, como se consume en Venezuela. “Muchos porteños rompieron el hielo pidiendo unos tequeños, que son deditos de queso. Sienten que es imposible que no les guste eso”, cuenta. “Y a partir de allí sí se animaron a las arepas y a las empanadas nuestras. La experiencia comienza con el acento de la mesera. Buscamos que el cliente se lleve una experiencia 360: con salsa y ron o los tragos típicos”.
“Arepas, arepas; arepas rellenas, arepas; arepas con queso, con pollo; arepas…”. La tonada, en un ambiente de ruidos feos, es hermosa. Suena en una de las escaleras de la Estación Lima, del subte A. Es de Glorimar Romero, que es abogada, lleva dos años en Buenos Aires, y 10 meses al frente de “Full Arepas”. Los comentarios típicos de los clientes que le compran por primera vez son “mi compañero venezolano me vive hablando de las arepas pero nunca me trae”; “quiero saber qué es la arepa”; “te voy a comprar porque te escucho siempre y me generaste curiosidad; me llamaste la atención”.
Eso le dicen. Y ella dice que “al porteño le encanta lo nuevo, le gusta probar; se lo nota interesado en conocer nuestra cultura”, cuenta, ya afuera de la estación. Son las nueve de la noche de un jueves y Clarín la acompaña a hacer las compras a una galería de la calle Lavalle, que parece una mini Caracas: por los locales del frente, que ofrecen todo tipo de productos típicos, y por las vendedoras ambulantes que están a puro grito, demostrando que la arepa no es lo único que se vende: “empanadas venezolanas, a la orden”; “chichas venezolanas, chichas”. Hasta postres típicos ofrecen.
Glorimar comenzó vendiendo pebetes en la zona comercial de la avenida Avellaneda. Compró la mercadería después de trabajar tres días en un local de ropa. Con ese pago empezó. Antes había hecho de todo: fue moza, cocinera, bachera, vendedora de ropa en un shopping, atendió el bar de una estación de servicio. Pero recién encontró algo de progreso y estabilidad con las arepas. Por eso ahora anhela sumar más vendedoras que ofrezcan lo que cocina en su departamento y abrir un local a la calle. Esa es su próxima meta. Cree que hay un mercado para hacerlo y animarse.
Esteban Gregoriadis cocinó arepas hasta para Mauricio Macri y su gabinete. Lo habían contactado en su local de comidas venezolanas de Lavalle al 900. Pero ahora son las tres de la tarde del sábado en el Mercado de San Telmo y habla con Clarín con música llanera (típica de Venezuela) de fondo. Está contento. Acaba de inaugurar un nuevo proyecto. Se asoció a un argentino que meses atrás visitó su restaurante y probó las arepas. Ese argentino es productor de cerveza artesanal.
Un día se les ocurrió servir una cerveza artesanal con una arepa. Fue una prueba interna, entre ellos. El plan les gustó, y pensaron y abrieron el local que representa una fusión argentina y venezolana: pintas y arepas. Se llama «Pecadora Craft Beer & Parados Urban Food Fusión». «El concepto es el de los españoles con las tapas. Es lo mismo: pedís una cerveza y tenés distintas opciones para acompañarlo con arepas», dice Javier Soriano, el socio argentino.
Para Gregoriadis, el cliente venezolano ya casi que pasó. Prefiere cocinarse arepas en su casa. Y habla sobre nosotros: «Antes el argentino era un cliente que venía una vez a probar la arepa y no volvía. Pasó de ser un cliente ocasional a uno frecuente: viene y pide arepas con propiedad. Lo mismo con la salsa de ajo», asegura. Y sigue sobre el plato típico: «La arepa es la pizza del futuro, porque va con lo que sea. Le puedes poner corderito patagónico, chorizo, lo que se te ocurra. Cada nacionalidad hace un relleno propio, con sus productos típicos. En Argentina ya se instaló. El porteño es un cliente constante. La arepa hoy ya es como el sushi».