Fuente: Los Andes ~ Luego de medio siglo en el Jockey Club, se pasó a la clase pasiva. Amado por los habitués, cuenta vivencias de bandejas y cafés.
El jueves de la semana pasada, a las 15.30, Miguel Ángel Morilla (65) se sacó el delantal de mozo del bar Jockey Club por última vez. Un rato antes había servido su último café. Luego saludó a los clientes y abrazó uno por uno a sus compañeros de trabajo. Al día siguiente, le llegaba la jubilación.
Miguel, “o Miguelito” trabajó 50 años en el mismo bar. “Esta es mi familia -dice ya en calidad de cliente sentado en una mesa que atendió miles de veces-; la familia Alonso, que ya va por la cuarta generación con este bar, es mi familia”.
Luego de medio siglo de manera consecutiva y en el mismo edificio, Miguel se convirtió en más que un mozo de bar; la gente lo saluda cuando entra y él responde con la misma amabilidad que cuando usaba el delantal negro con tiras blancas.
“La anécdota más dulce que tengo es que acá mismo conocí a mi esposa; hace 46 años. Ella estaba hablando por teléfono en la puerta del bar; pasé varias veces, nos mirábamos y ahí me acerqué. Vi que estaba todo bien, la invité a salir y casi nada: nos casamos, tuvimos cinco hijos y 7 nietos. ¡Y todavía seguimos, después de 46 años, casados!”.
Con los quince recién cumplidos, en 1969, Miguel empezó a trabajar en el Jockey Club. “Mi papá fue el primer mozo de este local y me hizo entrar junto con mi hermano. No imaginaba, por aquellos años, que este iba a ser el único trabajo de mi vida. Pero estoy orgulloso de haberlo hecho”, cuenta y mira la estatua de cerámica de su padre que la familia Alonso hizo hacer y exhibe en el local.
La vida entera
En su mirada de mozo, Miguel traza un recorrido por los últimos 50 años del país. “Gracias a Dios, nunca me faltó para darle educación y comida a mis hijos. En lo que a mí respecta, las épocas más jodidas fueron entre 1975 y 1990, épocas en las que estuvimos más apretados por la situación que se vivió en el país durante esos 15 años”.
A medida en que Miguel hace memoria, los habitués del Jockey Club que entran se van a la mesa y lo saludan.
“La gente ha sido muy buena conmigo; con los clientes tenía una relación de respeto mezclada con la cordialidad que aparece con tantos años en el mismo lugar”.
Dada la cercanía del Jockey con la Legislatura, el ahora ex mozo conoció a varios políticos y periodistas que, sobre todo de mañana, iban a “por el cafecito en el Jockey” a buscar alguna información que no salía de la sala de prensa de la Legislatura.
“Claro, tengo muy buena relación con Rodolfo Lafalla que, dicho sea de paso, el miércoles de la semana pasada lo atendí por última vez. Siempre fue muy correcto conmigo. También el ex gobernador Roberto Iglesias era de venir: siempre un hombre muy correcto”.
En cuanto a los hombres de prensa que más recuerda, Miguel no duda: “Ricardo Funez, Marcelo Arce y Juan Carlos Albornoz eran de venir todos los días”.
Nueva vida
“No creo que me pase eso de extrañar el trabajo. Ya tenía ganas de estar más en mi casa. Ayer llevé a uno de mis nietos a la escuela, por ejemplo”.
El entusiasmo es propio de quien está seguro de que ya hizo lo que había que hacer. Y que lo hizo bien.
“No soy muy cafetero, pero claro que voy a volver de vez en cuando acá. Si esta es mi casa”.
En plan de extrañar tampoco duda: “Las propinas, eso voy a extrañar”, ríe con cara de mozo retirado, sin bandeja, sin delantal. Pero completo y feliz.
Secretos para ser un gran mozo por medio siglo
El café Jockey Club es el más antiguo del microcentro de Mendoza.
En 2009 la esquina fue bautizada “Pedro Alonso” por el municipio de Capital en honor al iniciador del bar. La iniciativa fue del por entonces intendente Víctor Fayad.
Miguel, el mozo más veterano dice que hay pocos secretos para atender con una bandeja, pero “hay que hacerlos bien.
1- Ser respetuoso con el cliente.
2- Si el cliente es conocido, saberle llevar todas sus mañas (cómo prefiere el café, por ejemplo).
3- Atender con prestancia y ser agradable.
4- Ser profesional.